CAPÍTULO
1. ANTECEDENTES HISTÓRICOS, SOCIALES, POLÍTICOS Y TÉCNICOS
1.1. Contexto sociopolítico europeo (1869-1939)
1.2. Contexto sociopolítico español (1850-1939)
1.3. Innovaciones tecnológicas en la producción de postales
1.4. Marco legal y regulación postal
CAPÍTULO
2. ORÍGENES Y ANTECEDENTES (1850-1890): DE LA CARTE-DE-VISITE A LA TARJETA
POSTAL
2.1. Precursores y contexto fotográfico
2.1.1. La socialización del retrato: el imperio de la carta de visita.
2.1.2. El álbum fotográfico familiar: la gestión privada de la memoria visual.
2.1.3. Sobres y cartas ilustradas: los antecedentes directos.
2.2. La invención e implantación oficial
2.2.1. El debate internacional y la propuesta del correo austrohúngaro.
2.2.2. La adopción en España: legislación, tarifas y primeras emisiones.
2.2.3. El papel de la Unión Postal Universal en su estandarización.
2.3. Primeros usos y morfología
2.3.1. La tarjeta postal no ilustrada: un nuevo género de correspondencia.
2.3.2. Las primeras ilustraciones: alegorías, viñetas y anuncios.
2.3.3. El anverso unificado y la cultura del mensaje breve.
CAPÍTULO
3. LA EDAD DE ORO DE LA TARJETA POSTAL (1892-1920): CONSOLIDACIÓN INDUSTRIAL Y
FENÓMENO DE MASAS
3.1. La industria de la postal ilustrada
3.1.1. La revolución tecnológica: fototipia, cromolitografía y huecograbado.
3.1.2. Grandes editores y sagas familiares: Hauser y Menet, Laurent, Roisin y
la industria catalana.
3.1.3. La figura del fotógrafo-editor y la creación de un mercado.
3.2. La cartofilia: una pasión global
3.2.1. Sociología del coleccionismo: álbumes, clubes y revistas especializadas.
3.2.2. Redes de intercambio y la construcción de una comunidad transnacional.
3.2.3. La postal como instrumento de sociabilidad: saludos, felicitaciones y
coqueteos.
3.3. Temáticas e imaginarios: la creación de un canon visual
3.3.1. Vistas y monumentos: la construcción visual de las ciudades y el
patrimonio.
3.3.2. Tipos populares y "etnográficos": la invención del folclore.
3.3.3. La actualidad y el reportaje: de las catástrofes a las visitas reales.
3.3.4. Postales artísticas, publicitarias y de fantasía.
CAPÍTULO
4. TENSIONES Y TRANSFORMACIONES (1920-1931): LA POSTAL COMO ESCENARIO SOCIAL
4.1. Competencia y adaptación: la postal en la era del cine y la radio
4.1.1. La irrupción del teléfono, el cine sonoro y la radio.
4.1.2. La especialización de la postal: el auge de la tarjeta turística y
sentimental.
4.1.3. Cambios en el formato y la estética: del modernismo al art déco.
4.2. El reflejo de una sociedad en conflicto
4.2.1. La postal como espejo de las tensiones de clase y la conflictividad
obrera.
4.2.2. La "nueva mujer" y los debates morales en la postal.
4.2.3. Sátira política y crítica social durante la dictadura de Primo de
Rivera.
4.3. La construcción del imaginario turístico nacional
4.3.1. El Patronato Nacional de Turismo y la promoción de la "marca
España".
4.3.2. La estilización del paisaje y la monumentalización del territorio.
4.3.3. Del viajero romántico al turista: la postal como guía y recuerdo del
viaje.
CAPÍTULO
5. INSTRUMENTALIZACIÓN POLÍTICA (1931-1939): PROPAGANDA EN LA SEGUNDA REPÚBLICA
Y LA GUERRA CIVIL
5.1. La lucha por los símbolos: la postal durante la Segunda República
5.1.1. La iconografía del nuevo régimen: alegorías republicanas, laicismo y
reforma agraria.
5.1.2. La reacción conservadora: postales católicas, patrióticas y
antirrepublicanas.
5.1.3. La postal en las campañas electorales y la movilización política.
5.2. La guerra en postales: propaganda en el frente y la retaguardia
5.2.1. La producción en el bando republicano: unidad antifascista, las Brigadas
Internacionales y la revolución social.
5.2.2. La producción en el bando sublevado: mitología de la
"Cruzada", el Caudillo y la España imperial.
5.2.3. La representación de la violencia: bombardeos, ruinas y la vida en el
frente.
5.3. El fin de una era y el silencio de la posguerra
5.3.1. La destrucción de imprentas y archivos.
5.3.2. La censura y la imposición de una nueva iconografía oficial.
5.3.3. El declive de la postal como medio masivo de comunicación.
CAPÍTULO
6. MARCO TEÓRICO Y CONTEXTO: LA TARJETA POSTAL COMO DOCUMENTO Y MEDIO DE
COMUNICACIÓN
6.1. La postal como fuente historiográfica
6.1.1. Del coleccionismo a la historia: evolución del interés por la tarjeta
postal.
6.1.2. La postal como "dispositivo de memoria" (B. Riego Amézaga):
documento, monumento y archivo.
6.1.3. Metodologías de análisis: entre la microhistoria y la historia cultural.
6.2. La postal en la cultura visual de la modernidad
6.2.1. La "explosión de lo visual" en el siglo XIX: fotografía,
prensa ilustrada y espectáculos ópticos.
6.2.2. Diálogos y transferencias: de la carta de visita a la postal y su
relación con el fotoperiodismo.
6.2.3. La imagen reproducida: fotomecánica y la nueva economía visual.
6.3. La postal en las redes de comunicación
6.3.1. La modernización de las infraestructuras: ferrocarril, telégrafo y la
Unión Postal Universal (UPU).
6.3.2. La emergencia de la sociedad de masas: ocio, turismo y nuevas prácticas
de consumo.
6.3.3. Un medio global: la postal como agente de la primera globalización
cultural.
CONCLUSIONES
FINALES
- Síntesis de los
hallazgos y argumentación final.
- Verificación y
discusión de las hipótesis iniciales.
- Limitaciones del
estudio y propuesta de futuras líneas de investigación.
BIBLIOGRAFÍA
ANEXOS
- Glosario de
términos técnicos.
- Índice de editores.
Bloque Introductorio y Metodológico
·
2. Planteamiento,
justificación y objeto de estudio: De la pasión por coleccionar al rigor de investigar
·
3. Estado de la
cuestión, marco historiográfico y delimitación
·
4. Definición
operativa de la tarjeta postal ilustrada
·
5. Tipologías y
sistema de clasificación adoptado
1. Antecedentes históricos, sociales, políticos y
técnicos
·
1.1. Contexto sociopolítico
europeo (1869-1939)
·
1.2. Contexto
sociopolítico español (1850-1939)
·
1.3. Innovaciones
tecnológicas en la producción de postales
·
1.4. Marco legal y
regulación postal
o
1.4.1.
El correo como instrumento de Estado: control y monopolio (1869-1887)
o
1.4.2.
La ruptura del monopolio: liberalización de la edición y auge industrial (1887)
o
1.4.3.
La construcción de un territorio postal único: la normativa internacional
o
1.4.4.
Evolución del servicio y censura en tiempos de conflicto (1900-1939)
o
1.4.5.
Epílogo legislativo: hacia la liberalización contemporánea
·
1.5. Coleccionismo y
la tarjeta postal:
del objeto efímero al documento cultural
o
Subapartados
temáticos:
La Edad de Oro y el nacimiento de la Cartofilia; El álbum familiar; Identidad
nacional y turismo.
2.0. Antecedentes
fotográficos de la tarjeta postal ilustrada
·
2.1. Génesis y
Desarrollo de las Tarjetas Postales Ilustradas (1869-1900)
o
Temas clave: La primera postal
austriaca (1869); La guerra franco-prusiana como catalizador; La
estandarización de la UPU; Exposiciones Universales (París 1889, Chicago 1893).
·
2.2. Llegada a España:
Los Primeros Enteros Postales (1871-1889)
o
Temas clave: La Real Orden de
1871; El vacío estatal y la iniciativa privada; Hegemonía de Hauser y Menet
(Serie General, "Recuerdo de Madrid" 1892).:
2. Evolución Cronológica de la Tarjeta Postal Ilustrada en España (1869-1939)
·
2.3. La revolución
gráfica (1889‑1900)
o
Temas clave: Liberalización de
1887; irrupción de editores privados; liderazgo de Hauser y Menet ("España Ilustrada"); introducción de la
fototipia industrial y transición de la litografía a procedimientos
fotomecánicos.
·
2.4. La Edad de Oro
del intercambio postal (1900‑1914)
o
Temas clave: Expansión masiva del
coleccionismo (cartofilia); consolidación de Hauser y Menet (5 millones de
postales/mes en 1905); fotógrafos colaboradores (Káulak, Franzen); apogeo de
las asociaciones cartófilas.
·
2.5. Guerra, crisis y
transformaciones (1914‑1919)
o
Temas clave: Impacto de la Primera
Guerra Mundial en el mercado europeo; cambios en la producción y circulación.
·
2.6. Crisis de los
años veinte y adaptación empresarial (1920‑1931)
o
Temas clave: Retiro de Oscar
Hauser (1919) y muerte de Menet (1927); modelo "editor-distribuidor"
(ej. Lucien Roisin y "La casa
de la postal"); fragmentación del mercado en editores locales; degradación
de la calidad técnica por reducción de costes; competencia de la telefonía y
revistas gráficas.
·
2.7. Segunda República
y Guerra Civil: postales políticas e ideológicas (1931‑1939)
o
Temas clave:
o
1931-1936 (República): Postales
conmemorativas (bandera tricolor, retratos de Azaña/Alcalá-Zamora); propaganda
política polarizada (reforma agraria vs. defensa religiosa); Revolución de
1934.
o
1936-1939 (Guerra
Civil):
La postal como "arma de propaganda"; sistemas postales divididos
(zona republicana vs. sublevada); "postales de campaña"; uso para
cohesión ideológica y denuncia internacional.
·
2.8. Declive del
modelo clásico y nuevas tendencias (desde 1939)
o
Temas clave: Fin de la era clásica
de la postal ilustrada; transformación en mero soporte turístico bajo el
franquismo.
2. Planteamiento, justificación y objeto de estudio: De la pasión
por coleccionar al rigor de investigar
Este trabajo nace de una idea sencilla pero potente: la tarjeta postal
ilustrada es mucho más que un simple trozo de cartulina con una foto y un
texto breve. Fue, en realidad, el primer gran medio de comunicación de masas
que cambió nuestra forma de relacionarnos con la imagen, la distancia y la
memoria (López Hurtado, 2013; Henkin, 1998). Lejos de ser solo una moda
pasajera o un objeto para la nostalgia, la postal fue una pieza clave en la modernidad:
creció al ritmo de los trenes, del turismo y de la fotografía,
reflejando como ningún otro objeto los cambios vertiginosos de la Segunda
Revolución Industrial (Benjamin, 1936; Rickards, 1982; Twyman, 1998).
Mi acercamiento a este mundo no surgió en una biblioteca, sino a pie de
calle. Como ocurre con muchas colecciones, todo empezó por casualidad y
por el simple gusto de guardar cosas que nos llaman la atención (Benjamin,
1931). Durante años recorrí mercadillos, buscando esa pieza curiosa o estética,
hasta que me di cuenta de que lo que tenía entre manos no eran solo papeles
viejos, sino historias. El tacto del papel, el tipo de tinta o un mensaje
manuscrito en el reverso evocaban un pasado que se podía tocar. Fue entonces
cuando entendí que debía dar el paso de la simple afición a algo más
serio: pasar de acumular tesoros a intentar comprenderlos de forma sistemática
(Pomian, 1990).
Soy consciente de que mi formación nace de la experiencia directa, de la
"caza" de la pieza única en el rastro, y no de la cátedra
universitaria. Sin embargo, esa pasión de coleccionista me ha llevado a asumir
la necesidad de ser riguroso. Para que mi colección tenga sentido, he tenido
que aprender a mirar la postal como un dato histórico contrastable,
adoptando protocolos de descripción normalizada para poner orden en el
caos y convertir la pasión en conocimiento (López Hurtado, 2013).
Para entender qué pasó en España entre 1869 y 1939, propongo mirar la
postal desde tres ángulos fundamentales. Primero, hay que verla como un documento
histórico capaz de funcionar como un "dispositivo de memoria"
(Riego Amézaga, 2011). No solo nos importa la foto de la ciudad que ya no
existe, sino el objeto en sí: su textura, si es una litografía o una fototipia,
y lo que nos cuentan los textos escritos por gente corriente, que nos abren una
ventana a la vida privada de nuestros antepasados (Guereña, 2005; Rickards y
Twyman, 2000). Segundo, debemos entenderla como la reina de la cultura
visual de su época; igual que hoy usamos las redes sociales, entonces la
gente usaba postales para explicarse el mundo, gracias a la fotomecánica
que hizo las imágenes baratas y accesibles (Freund, 1997; Teixidor Cadenas,
1999). Y tercero, su éxito es hijo de la modernización de las comunicaciones,
pues la creación de la Unión Postal Universal en 1874 hizo el mundo más
pequeño, permitiendo sacrificar la privacidad de la carta cerrada a cambio de
la inmediatez y el bajo coste (Sánchez Sánchez et al., 2007; Henkin, 1998).
Con esta base, mi objetivo es analizar cómo evolucionó y para qué sirvió
la tarjeta postal en España durante esos años convulsos, intentando responder a
varias cuestiones que se entrelazan. Me interesa averiguar cómo cambió el
medio, analizando la evolución desde el soso entero postal oficial hasta
la explosión de la postal ilustrada, y viendo cómo influyeron avances técnicos
y cambios legales como el del reverso dividido, que nos permitió
escribir más (Carreras y Candi, 1903; Prochaska y Mendelson, 2010).
Al mismo tiempo, quiero indagar en la imagen de país que estas cartulinas
ayudaron a vender. Las postales construyeron una idea de nación, y es
fascinante observar la tensión entre la España visible —la de los
monumentos y el turismo— y la España invisible, esa realidad de
conflictos y pobreza que las cámaras solían ignorar (Garófano Sánchez, 2000).
Por último, no puedo pasar por alto cómo se usó políticamente, especialmente
durante la Segunda República y la Guerra Civil, cuando la postal dejó de ser
inocente para convertirse en arma de propaganda, y los bandos utilizaron
la imagen como consigna para movilizar a la gente (Alloula, 1986; Prochaska y
Mendelson, 2010).
Para abordar todo esto, utilizaré una mezcla de herramientas: la historia
social, para entender a la gente; la historia del arte, para
analizar las imágenes; y la archivística, para organizar los datos. Mi
intención es reconstruir las redes de editores, impresores y fotógrafos
que hicieron esto posible. En definitiva, quiero contar una historia de la
tarjeta postal en España que supere la nostalgia del coleccionista para ofrecer
una lectura fresca y rigurosa de nuestra sociedad entre la tradición y la
modernidad (Carrasco Marqués, 2018; López Hurtado, 2013).
3. Estado de la cuestión, marco historiográfico y delimitación
El abordaje científico de la tarjeta postal ilustrada ha
experimentado un notable vigor en las últimas décadas, consolidándose como un
campo de investigación autónomo que transciende la mera curiosidad
coleccionista. No obstante, este desarrollo académico no surge del vacío, sino
que se asienta sobre una sólida tradición historiográfica que arranca
prácticamente desde los propios orígenes del medio. Este corpus combina obras
de carácter catalográfico, estudios de historia social y urbana,
análisis de cultura visual y aproximaciones desde la cultura material
del impreso, configurando un estado de la cuestión interdisciplinar y complejo
(Carreras y Candi, 1903; Rickards, 1982; Twyman, 1998).
En el contexto específico español, resulta ineludible referirse a las
obras enciclopédicas y a los catálogos razonados que han permitido sistematizar
un material ingente y disperso, identificando cronologías precisas, editores,
series temáticas y talleres de impresión. Entre estas aportaciones
fundacionales destaca, por su valor pionero y testimonial, Las tarjetas
postales en España (1903) de Francesc Carreras y Candi. Escrita en plena Edad
de Oro del medio, esta obra no solo cataloga, sino que documenta en tiempo
real el fenómeno social de la cartofilia (Carreras y Candi, 1903). Más
recientemente, la labor de investigación de Manuel Carrasco Marqués ha sido
decisiva para ordenar el caos documental de los primeros años. Sus obras Las
tarjetas postales ilustradas de España circuladas en el siglo XIX (2009) y
el monumental Catálogo de las tarjetas postales ilustradas de España
1887-1905 (2018) han proporcionado una base empírica insustituible
para el estudio de la producción temprana, resultando herramientas esenciales
para la datación y atribución de ejemplares anónimos o no circulados
(Carrasco Marqués, 2009; Carrasco Marqués, 2018).
Una segunda línea historiográfica clave la constituyen los estudios de
caso locales y las monografías urbanas, que han desplazado el foco desde el
objeto en sí mismo hacia su función como documento histórico. Estos trabajos
han explorado la postal como una fuente primaria privilegiada para la historia
de la ciudad y de la vida social. Ejemplos paradigmáticos de esta vertiente son
Recuerdo de Cádiz de Rafael Garófano Sánchez y Santander en la
tarjeta postal ilustrada (1897-1941), obra coordinada por Bernabé Riego
Amézaga. En estas investigaciones, la postal se revela no como un simple
souvenir, sino como un instrumento activo de construcción visual de la
ciudad y de documentación fidedigna de sus transformaciones urbanísticas,
arquitectónicas y sociales (Garófano Sánchez, 2000; Riego Amézaga, 1997).
En el plano estrictamente metodológico, la tesis doctoral de María López
Hurtado, La tarjeta postal como documento (2013), constituye un hito
fundamental que ha redefinido los parámetros de análisis. Su propuesta de un
modelo de análisis documental riguroso, aplicable a grandes colecciones,
distingue niveles iconográficos, textuales, postales y materiales, consolidando
definitivamente la tarjeta postal como fuente primaria en los campos de
la documentación y la archivística, superando su consideración de material
menor o efímero (López Hurtado, 2013).
Este corpus nacional se enriquece sustancialmente al situarse en diálogo
constante con un amplio marco internacional sobre ephemera,
cultura material y colonialismo. Son referentes obligados los trabajos de
Maurice Rickards y Michael Twyman, quienes sentaron las bases para el estudio
académico de los impresos efímeros, así como las lecturas críticas de Malek
Alloula y Homi K. Bhabha sobre la postal colonial. Estos autores han
demostrado cómo la postal operó como un dispositivo de poder visual,
naturalizando estereotipos y relaciones de dominación (Rickards, 1982; Twyman,
1998; Alloula, 1986; Bhabha, 1994). Asimismo, las reflexiones de David M. Henkin
sobre la era postal contextualizan la tarjeta en el proceso de
construcción de un espacio comunicativo global y moderno, mientras que la
teoría de la reproductibilidad técnica de Walter Benjamin permite
conceptualizar la postal como el medio que despoja a la imagen de su aura
artística para convertirla en un objeto de consumo masivo y democrático
(Henkin, 1998; Benjamin, 1936).
Sobre esta base teórica y documental, la presente investigación establece
una triple delimitación para acotar su objeto de estudio. En el plano
temporal, el análisis se circunscribe al periodo 1869-1939. Este
arco cronológico abarca desde la creación del entero postal en el Imperio
austrohúngaro y su temprana adopción administrativa en España, hasta el final
de la Guerra Civil, momento histórico que marca una ruptura definitiva:
se consuma el declive del modelo clásico de la postal ilustrada y se inicia su
transformación y banalización como mero souvenir turístico bajo las coordenadas
del nuevo régimen franquista (Carrasco Marqués, 2009; López Hurtado, 2013).
En el plano geográfico, el foco se sitúa en la producción y
circulación de tarjetas en España, pero siempre en diálogo con el
contexto europeo y los mercados internacionales que influyeron en sus estéticas
y tecnologías. Se considerarán tanto los grandes centros industriales y
editoriales (Madrid, Barcelona) como las realidades periféricas y los mercados
locales que generaron sus propias dinámicas de auto-representación (Garófano
Sánchez, 2000; Riego Amézaga, 1997).
Finalmente, en el plano temático, aunque se contempla una gama
amplia de repertorios iconográficos —que incluye vistas, tipos populares,
acontecimientos de actualidad, retratos, postales artísticas,
publicitarias y políticas—, se privilegia una lectura de la postal como documento
social y herramienta ideológica. El enfoque adoptado prioriza la
interpretación en clave de historia social y cultural, analizando cómo
las imágenes construyen identidades y narrativas, frente a aproximaciones
exclusivamente esteticistas o nostálgicas que han caracterizado etapas
anteriores del coleccionismo (López Hurtado, 2013; Prochaska y Mendelson,
2010).
4. Definición operativa de la tarjeta postal ilustrada
El abordaje científico de un objeto tan ubicuo y aparentemente sencillo
como la tarjeta postal ilustrada exige superar las aproximaciones
nostálgicas o meramente descriptivas para formular una definición operativa
rigurosa. Este esfuerzo conceptual es imprescindible para captar su complejidad
intrínseca como objeto material, medio de comunicación y, fundamentalmente,
documento histórico de primer orden (López Hurtado, 2013). En una primera
aproximación formal, la tarjeta postal puede definirse como una pieza de cartulina
de formato estandarizado, explícitamente autorizada por las administraciones
postales para circular a través de la red de correos a tarifa reducida
y, como rasgo distintivo crucial, sin sobre. Esta pieza presenta, en una
de sus caras, una imagen impresa que ocupa la totalidad o la mayor parte del
espacio (Carreras y Candi, 1903; Carrasco Marqués, 2009). Sin embargo, esta
definición administrativa, aunque necesaria para delimitar el objeto físico,
resulta insuficiente para la investigación histórica, ya que ignora su
naturaleza híbrida y las múltiples capas de significado que la constituyen como
un verdadero artefacto cultural (López Hurtado, 2013).
Para trascender la descripción física, es necesario adoptar una
definición más compleja que entienda la tarjeta postal ilustrada como un artefacto
semiótico situado en la intersección conflictiva y fértil entre la cultura
escrita y la cultura visual (Mitchell, 1994; Rose, 2016). A
diferencia del entero postal —emitido por el Estado con el sello impreso
y cuya finalidad era casi exclusivamente funcional, administrativa y textual—,
la postal ilustrada subordina el espacio de la escritura a la primacía absoluta
de la imagen. Es la representación visual la que concentra la carga
documental, estética, turística, publicitaria o propagandística, desplazando al
texto a una posición subsidiaria o complementaria (Carrasco Marqués, 2018;
López Hurtado, 2013).
Desde esta perspectiva, la postal no puede reducirse a una simple «carta
con un dibujo». Constituye, por el contrario, un nuevo medio de comunicación
visual en el que el texto y la imagen mantienen una relación dialéctica
constante. El mensaje manuscrito no opera de forma aislada, sino que actúa como
mecanismo de anclaje, comentario, contextualización o personalización
del significado abierto de la imagen, operando en consonancia con las teorías
contemporáneas sobre la interacción palabra-imagen (Mitchell, 1994; Prochaska y
Mendelson, 2010). El remitente, al escribir sobre o junto a la imagen, se
apropia de la representación industrial y la resignifica, convirtiendo un
producto en serie en un mensaje singular.
Simultáneamente, la definición operativa debe incorporar la dimensión de
la postal como documento. Tal como han puesto de relieve la
documentación moderna y la archivística, la tarjeta postal trasciende su
condición efímera de soporte de correspondencia para convertirse en una fuente
primaria dotada de múltiples niveles de información, esenciales para el
historiador (López Hurtado, 2013; Twyman, 1998). Estos niveles se desdoblan en
dos categorías: los niveles explícitos, que incluyen la imagen
representada (el referente), el texto manuscrito (el testimonio personal), los
matasellos y marcas postales (la cronología y ruta administrativa) y las
indicaciones editoriales (la autoría industrial); y los niveles implícitos,
que abarcan la elección del motivo, el encuadre, el estilo visual, los
estereotipos reproducidos y, muy especialmente, las omisiones significativas
—aquello que la cámara o el editor decidieron no mostrar— (López Hurtado,
2013).
Debido a esta densidad informativa, el análisis de la postal exige una
metodología específica y rigurosa que combine el análisis iconográfico e
iconológico con el análisis documental y la crítica de fuentes,
siguiendo la tradición inaugurada por Erwin Panofsky para el estudio de las
imágenes en la historia del arte y adaptada a los estudios visuales
contemporáneos (Panofsky, 1972; Rose, 2016). Solo mediante esta disección
metodológica es posible leer la postal no solo como una imagen de lo real, sino
como una construcción cultural de la realidad.
Finalmente, ninguna definición estaría completa sin integrar la faceta de
la postal como mercancía. La tarjeta postal ilustrada fue uno de los
primeros y más exitosos productos de la cultura de masas global.
Producida industrialmente por editores privados bajo lógicas de
rentabilidad, fue distribuida a través de una vasta red capilar de papelerías,
quioscos, hoteles, librerías y establecimientos turísticos (Rickards, 1982;
Prochaska y Mendelson, 2010). Este objeto se inserta de lleno en las dinámicas
del mercado capitalista, operando bajo una doble funcionalidad: fue
concebida tanto para ser comprada y enviada (agotando su valor de uso en la
comunicación) como para ser atesorada y coleccionada (acumulando valor
simbólico).
En este sentido, la postal deviene el soporte privilegiado para la
circulación mercantilizada de imágenes de la ciudad, del paisaje y de los tipos
sociales, funcionando frecuentemente como souvenir turístico que
certifica la experiencia del viaje y el consumo del lugar (Henkin, 1998;
Garófano Sánchez, 2000). En síntesis, y para los fines específicos de esta
investigación, la tarjeta postal ilustrada se define como un objeto de comunicación
y consumo masivo, de naturaleza híbrida (texto-imagen), que actúa como un documento
histórico complejo. Su análisis sistemático permite acceder a la cultura
visual, a las mentalidades colectivas y a las prácticas sociales de la
sociedad española que la produjo, circuló y coleccionó entre 1869 y 1939,
revelando las tensiones entre modernidad, tradición e identidad (López Hurtado,
2013; Carrasco Marqués, 2018).
5. Tipologías y sistema de
clasificación adoptado
El estudio riguroso
de la tarjeta postal ilustrada exige trascender su aparente simplicidad
material para abordarla como un objeto cultural complejo, cuya correcta
interpretación depende de un sistema de clasificación capaz de ordenar la
inmensa heterogeneidad de su producción. Dado que la postal funcionó
simultáneamente como medio de comunicación, soporte publicitario, objeto de
colección y vehículo de propaganda, cualquier intento de categorización lineal
resulta insuficiente. Por ello, la presente investigación adopta un sistema
multidimensional que articula cuatro ejes complementarios: temático-iconográfico,
autoría y producción, técnico y funcional. Esta estructura
permite convertir un conjunto documental disperso y heterogéneo en un archivo
visual estructurado, apto para el análisis histórico y sociológico (López
Hurtado, 2013).
El primer nivel de
análisis corresponde al eje temático-iconográfico, el cual clasifica las
piezas en función del contenido explícito de la imagen. Esta dimensión es
fundamental para comprender qué representaciones visuales dominaron el
imaginario colectivo de la época. Siguiendo la tradición establecida por los
primeros repertorios coleccionistas y los estudios visuales contemporáneos, se
distinguen categorías mayores como vistas y monumentos (que documentan
el patrimonio y la transformación urbana), tipos y costumbres (centradas
en la etnografía, el folclore y la alteridad), y acontecimientos y
actualidad (donde la postal actúa como precursor del fotoperiodismo).
Asimismo, se incluyen géneros específicos como el retrato de
personalidades, las postales artísticas y de fantasía —que a menudo
exploran estéticas modernistas o surrealistas—, las piezas estrictamente publicitarias
y aquellas de carácter político o de propaganda, vitales en contextos de
conflicto bélico o polarización ideológica (Carreras y Candi, 1903; Garófano
Sánchez, 2000). Esta segmentación no solo organiza el corpus, sino que revela
las prioridades visuales de la sociedad que las produjo y consumió.
El segundo nivel,
el eje de autoría y producción, desplaza la atención desde la imagen
hacia los agentes que la hicieron posible. Esta clasificación agrupa las
postales según su origen editorial, permitiendo identificar la labor de editores,
impresores y, en los casos en que la documentación lo permite, de los fotógrafos
originales. El análisis de la autoría no es meramente administrativo; es
esencial para reconstruir los estilos editoriales y los programas
iconográficos que definieron la identidad visual de determinadas regiones o
periodos. Además, el estudio de las marcas de imprenta y los logotipos
editoriales facilita el rastreo de las redes de distribución comercial y
se convierte en una herramienta auxiliar indispensable para la datación
y atribución de ejemplares no circulados, que carecen de matasellos fechadores
(Carrasco Marqués, 2009; López Hurtado, 2013). De este modo, se visibiliza la
estructura industrial que sostuvo el auge del medio.
El tercer nivel
aborda la materialidad del objeto a través del eje técnico. Esta
dimensión atiende a los procedimientos de reproducción gráfica empleados, tales
como la litografía, la cromolitografía, la fototipia, las fotos-postales
o RPPC (Real Photo Postcards), el huecograbado y el offset.
La identificación precisa de la técnica es clave, pues determina aspectos
fundamentales como la calidad estética de la imagen, los costos de producción y
el volumen de las tiradas. Existe una correlación directa entre la
evolución técnica y la democratización del medio: el paso de las técnicas
artesanales a las fotomecánicas industriales explica el abaratamiento
progresivo y la masificación de la postal, conectando la historia del objeto
con la historia de la industria gráfica y la reproducción fotográfica
(Twyman, 1998; Benjamin, 1936). Entender la técnica permite, en última
instancia, comprender las condiciones materiales de posibilidad de la cultura
visual de masas.
Finalmente, el eje
funcional clasifica las postales según su uso social y su intencionalidad
comunicativa, reconociendo que una misma imagen puede servir a propósitos
muy distintos. Se diferencian así las postales de uso turístico o de viaje,
destinadas a certificar el desplazamiento; las de correspondencia personal,
que actúan como vehículo de afectos y noticias familiares; las de propaganda
(política, religiosa o comercial), diseñadas para persuadir; y aquellas
destinadas específicamente al coleccionismo, a menudo editadas en series
numeradas para ser atesoradas en álbumes sin entrar en circulación postal
(López Hurtado, 2013; Garófano Sánchez, 2000).
En conclusión, la
combinación sinérgica de estos cuatro ejes sitúa cada pieza postal en la
intersección precisa entre la industria gráfica, la cultura visual,
la economía del impreso y las prácticas sociales. Este enfoque
integrador constituye la herramienta metodológica central sobre la que se
articula el análisis desarrollado en los capítulos posteriores de esta monografía,
garantizando una lectura profunda que va más allá de la superficie de la imagen
(Carrasco Marqués, 2018; López Hurtado, 2013).
________________________________________
1. Antecedentes históricos, sociales, políticos y técnicos
La aparición y fulgurante expansión de la tarjeta postal ilustrada
no pueden interpretarse como la simple consecuencia de un avance tecnológico
aislado ni como una moda pasajera, sino como un fenómeno cultural complejo,
íntimamente entrelazado con las profundas transformaciones históricas,
sociales, políticas y técnicas que configuran la segunda mitad del siglo XIX y
las primeras décadas del XX (Henkin, 1998; Benjamin, 1936). Este dispositivo se
erige, simultáneamente, como producto y agente de la modernidad, insertándose
de lleno en el contexto de la Segunda Revolución Industrial, la
consolidación de la sociedad de masas, el vertiginoso desarrollo de las
redes de transporte y comunicación, y la emergencia de nuevas formas de cultura
visual y cultural material (Rickards, 1982; Twyman, 1998).
Para analizar en toda su complejidad el ciclo vital de la tarjeta postal
ilustrada en España, resulta imprescindible examinar primero el sustrato
general que hizo posible su nacimiento, su difusión masiva y su posterior
reconfiguración, atendiendo tanto a las dinámicas globales europeas como a las
particularidades del caso español (Carrasco Marqués, 2009; López Hurtado,
2013). El período contemplado, entre 1869 y 1939, representa una época de
cambios acelerados que afectarán a todos los órdenes de la vida cotidiana
(Carrasco Marqués, 2009). La industrialización modificó radicalmente la
estructura social, provocando una intensa concentración urbana, desplazamientos
poblacionales masivos y el surgimiento de nuevos modos de vida que
transformaron para siempre la percepción del tiempo y el espacio (Twyman,
1998).
Este proceso de urbanización generó, a su vez, inéditas formas de
sociabilidad y urgentes necesidades comunicativas que la correspondencia
postal logró cubrir con notable éxito (Guereña, 2005). Las dinámicas
migratorias incidieron también decisivamente en la aparición de nuevas
tipologías de comunicación epistolar —tanto familiar como social—, en las que
la tarjeta postal se incorporó como un dispositivo privilegiado para el
mantenimiento de vínculos afectivos, permitiendo informar sobre el
bienestar personal y compartir visualmente las experiencias de movilidad
geográfica (Guereña, 2005; Carrasco Marqués, 2009). La emigración
hacia América, el éxodo rural hacia los grandes capitales industriales o la
movilidad estacional por motivos laborales configuraron un mapa humano
complejo, en el que la escritura y el intercambio de imágenes se convirtieron
en herramientas fundamentales para preservar la cohesión familiar y comunitaria
(Carrasco Marqués, 2009).
Gracias a su economía, rapidez y capacidad inédita de transmitir
simultáneamente texto e imagen, la postal se reveló especialmente apta para
estas funciones, ofreciendo un soporte accesible y versátil a sectores sociales
muy diversos (Carrasco Marqués, 2009). Este capítulo se propone, por tanto,
explorar los fundamentos que actuaron como auténtico caldo de cultivo para la
eclosión de este nuevo medio de comunicación y para su consolidación como artefacto
híbrido texto-imagen de la cultura de masas (Benjamin, 1936; Prochaska y
Mendelson, 2010). En concreto, la investigación abordará dimensiones
complementarias: el contexto sociopolítico europeo en la era postal y del imperialismo;
el contexto sociopolítico español de modernidad periférica; las innovaciones
tecnológicas en la reproducción gráfica que hicieron posible la Edad de Oro de
la postal; y el marco legal regulatorio que definió sus condiciones de
producción, junto con el papel del coleccionismo en su conservación como ephemera
de alto valor documental (Rickards y Twyman, 2000; McDonald, Olguín y
Glowacka-Musial, 2024).
1.1. Contexto sociopolítico europeo (1869-1939)
El período comprendido entre 1869 y 1939 constituye el escenario
histórico decisivo para comprender la génesis, expansión y mutación funcional
de la tarjeta postal ilustrada. Este arco temporal, que transita desde
el optimismo positivista de la Belle Époque hasta el colapso
civilizatorio provocado por las dos guerras mundiales, define las condiciones
de posibilidad del medio postal (Henkin, 1998). En su fase inicial, la postal
emerge y se consolida en una Europa occidental caracterizada por una relativa paz
interestatal —situada entre el fin de la guerra franco-prusiana en 1871 y
el estallido de la Gran Guerra en 1914— y por un clima de crecimiento económico
sostenido, urbanización acelerada y una fe casi ilimitada en la ciencia y la
técnica como motores del progreso (Benjamin, 1936; Twyman, 1998).
Esta etapa histórica coincide plenamente con la Segunda Revolución
Industrial, un proceso transformador impulsado por la expansión de la electricidad,
el desarrollo de la industria química, la producción de acero y
la implementación de nuevas formas de organización del trabajo. Estos avances
reconfiguraron radicalmente la producción fabril, el empleo y la vida urbana,
estableciendo las bases materiales necesarias para el surgimiento de una
potente industria gráfica, capaz de abastecer un mercado de impresos de
consumo masivo en el que la tarjeta postal se integró con éxito rotundo
(Rickards, 1982; Twyman, 1998).
En el plano social, el período creció a la consolidación hegemónica de la
burguesía, una clase dotada de creciente poder adquisitivo y,
principalmente, de un tiempo de ocio regulado. Este nuevo estatus social
impulsó prácticas culturales inéditas, como el turismo moderno y el
consumo sistemático de bienes efímeros (Henkin, 1998; Prochaska y Mendelson,
2010). La rápida expansión de la red ferroviaria y la mejora general de
las infraestructuras de transporte permitieron abaratar y acelerar los
desplazamientos, facilitando que decenas de millas de viajeros accedieran a
balnearios, ciudades históricas y paisajes pintorescos, generando así una
necesidad imperiosa de comunicar y certificar visualmente la experiencia del
desplazamiento (Prochaska y Mendelson, 2010). En este nuevo régimen de
movilidad, la tarjeta postal ilustrada se erigió como el souvenir
privilegiado y el medio de comunicación por excelencia del turista burgués,
condensando en un único objeto portátil la función de recuerdo, imagen
transportable y mensaje textual breve (Henkin, 1998). Fenómenos como las Exposiciones
Universales, el incipiente turismo internacional y las redes postales en
expansión facilitan la circulación masiva de imágenes estandarizadas de
monumentos y tipos humanos, consolidando repertorios visuales compartidos a
escala transnacional (Mendelson, 2005; Prochaska y Mendelson, 2010).
Paralelamente, las políticas de educación pública promovidas por
los estados liberales elevan significativamente las tasas de alfabetización,
creando una masa crítica de población capacitada para utilizar un medio de
comunicación escrito, barato y accesible como la postal, cuya naturaleza exigía
una escritura funcional y concisa (Henkin, 1998; López Hurtado, 2013). A nivel
administrativo, la creación de la Unión Postal Universal (UPU) en 1874
marcó un punto de inflexión estructural. El Tratado de Berna, firmado el
9 de octubre de 1874 y vigente desde julio de 1875, instituyó un auténtico territorio
postal único, unificando tarifas y procedimientos que simplificaron el
correo internacional. Esto inauguró la llamada era postal, un espacio
comunicativo global donde la tarjeta ilustrada circuló cruzando fronteras con
una fluidez sin precedentes (Henkin, 1998; Rickards, 1982).
Sin embargo, este contexto europeo estuvo profundamente atravesado por la
era del imperialismo. La unificación de Alemania e Italia alteró los
equilibrios del Congreso de Viena, exacerbando una competencia imperial que
alcanzó su apogeo en la carrera por territorios en África, Asia y el Pacífico
(Prochaska y Mendelson, 2010; Junge, 2018). En este orden jerarquizado, la
tarjeta postal operó como un instrumento central para codificar y difundir una visión
colonial del mundo. Las imágenes enviadas desde las periferias hacia las
metrópolis presentaban representaciones cuidadosamente construidas de tipos
nativos, paisajes exóticos y escenas orientalistas que naturalizaban la
superioridad europea (Alloula, 1986; Bhabha, 1994). Como demostró Malek Alloula
en su análisis sobre las postales del norte de África, iconografías como la del
harén colonial condensaban fantasías voyeurísticas que evidencian cómo
la postal funcionó como un dispositivo de poder visual, legitimando la
dominación y la explotación, incluyendo la mercantilización sexual de menores
bajo la mirada occidental (Alloula, 1986; Bhabha, 1994).
Este mundo de optimismo burgués y dominación colonial colapsó con el
estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914. El conflicto inauguró
una etapa de violencia masiva y reconfiguración geopolítica que transformó la
función social de la postal. Durante la contienda, el medio se convirtió en
vehículo de propaganda, canal de comunicación vital entre el frente y la
retaguardia, y testimonio visual de la destrucción (Prochaska y Mendelson,
2010; Andreucci, 2014). La guerra total aceleró la movilización política
y la participación femenina, fenómenos que encontraron un reflejo inmediato en
la iconografía postal del período (Andreucci, 2014).
La Revolución Rusa de 1917 introdujo un nuevo paradigma ideológico
que polarizó el continente. En los años veinte, las postales reflejaron esta
fractura: mientras occidente difundía imágenes que asociaban el bolchevismo
con el caos, los movimientos obreros adoptaron una estética
revolucionaria para fomentar la solidaridad internacionalista, utilizando la
postal como herramienta de contrapropaganda (Mendelson, 2005; Prochaska y
Mendelson, 2010). La crisis de 1929 agravó la inestabilidad,
reorientando temáticamente la producción postal hacia la austeridad y la
crítica social, al tiempo que los regímenes autoritarios comenzaban a explotar
el malestar colectivo (Mendelson, 2005).
El ascenso del fascismo italiano y del nazismo alemán
consolidó la transformación definitiva de la postal en instrumento de propaganda
estatal. Bajo estos regímenes, la producción se sometió a una planificación
centralizada, utilizándose para difundir liturgias cívicas, el culto al líder y
mitologías raciales (Andreucci, 2014). La postal dejó de ser un producto
privado de ocio para convertirse en soporte de una pedagogía visual del
régimen, propagando ideales de orden y pureza racial que serían imitados por
otros movimientos nacionalistas en Europa (Mendelson, 2005; Prochaska y
Mendelson, 2010). Así, el período de entreguerras (1918-1939) cerró el ciclo
histórico convirtiendo a la tarjeta postal, otro símbolo de la sociabilidad
cosmopolita, en un vehículo de construcción identitaria y confrontación
ideológica, subordinando la imagen popular a los imperativos del poder político
(Mendelson, 2005; Prochaska y Mendelson, 2010).
1.2. Contexto sociopolítico español (1850-1939)
La historia de la tarjeta postal ilustrada en España entre 1850 y
1939 no es la narración lineal de un éxito comercial, sino el reflejo de un
país en tensión. Su trayectoria se despliega sobre un paisaje de modernización
tardía y desigual, marcado por una inestabilidad política crónica y fuertes
fracturas sociales que alejaron el caso español del modelo de modernidad
canónica propio de las potencias europeas (Carrasco Marqués, 2009; López
Hurtado, 2013). Lejos de ser un objeto neutro, la postal actuó como un espejo
fragmentado donde quedaron registrados los cambios de régimen, las crisis
coloniales y el trauma de la Guerra Civil, condicionando tanto su ritmo
de implantación como sus funciones comunicativas (Riego Amézaga, 1997; Garófano
Sánchez, 2000).
El fenómeno arranca en un período de convulsión: el Sexenio
Democrático (1868-1874). Fue en este marco de intentos reformistas donde se
introdujo el entero postal, concebido como una herramienta para
modernizar el servicio de correos y homologarlo con las tendencias
continentales (Carrasco Marqués, 2009). Aunque una orden de 1871, bajo el
reinado de Amadeo de Saboya, autorizó su creación, no fue hasta diciembre de
1873 —ya en plena Primera República— cuando circularon las primeras piezas
oficiales. Estas emisiones, con la inscripción «República Española Targeta
Postal» y un sello de 5 céntimos, situaron a este soporte en el corazón del
proyecto de modernización administrativa del Estado liberal (Carrasco
Marqués, 2009; López Hurtado, 2013).
Con la llegada de la Restauración borbónica (1874-1923), la postal
encontró un marco de relativa estabilidad institucional, aunque sustentado en
un sistema oligárquico y caciquil (Tusell, 1997). Fue entonces cuando una
incipiente burguesía urbana, concentrada en los focos industriales de
Cataluña y el País Vasco, así como en Madrid, adoptó la tarjeta postal como un
signo de distinción social y modernidad cultural (Garófano Sánchez,
2000; Riego Amézaga, 1997). Sin embargo, este consumo revelaba una
modernización asimétrica: mientras las ciudades se transformaban, grandes zonas
del país permanecían ancladas en una economía agraria y tradicional con graves
déficits de infraestructuras (Núñez, 1992; López Hurtado, 2013).
Una de las paradojas más fascinantes de este período es la relación entre
la postal y el analfabetismo. Con tasas de iletrados muy superiores a la
media europea, especialmente entre las mujeres y en el ámbito rural, la imagen
fotográfica adquirió un poder comunicativo decisivo (Núñez, 1992). En este
contexto, la postal funcionó como un mensaje visual capaz de saltar las
barreras de la alfabetización, convirtiéndose en un artefacto híbrido donde el
texto manuscrito se redujo a fórmulas estandarizadas, cediendo el protagonismo
a la imagen como testigo de la educación visual de la sociedad española (López
Hurtado, 2013; Prochaska y Mendelson, 2010).
El desarrollo del turismo fue otro motor esencial. Aunque más
limitado que en Europa, el turismo de élites convirtió la costa cantábrica —con
ciudades como Santander y San Sebastián— en destinos de prestigio estival. La
postal aislada un papel central en la construcción de la imagen de marca
de estos lugares, generando un archivo visual indispensable para entender su
transformación urbanística y social (Riego Amézaga, 1997; Alonso Laza, 1997).
La liberalización de la edición en 1887, que permitió la entrada de impresores
privados, marcó un punto de inflexión. La aparición de la tarjeta postal
ilustrada propiamente dicha —con imágenes ocupando parte del reverso— tuvo su
hito fundacional en 1892 con la serie «Recuerdo de Madrid» de Hauser y Menet
(Riego Amézaga, 1997; López Hurtado, 2013).
El periodo comprendido entre 1901 y 1905 se considera la Edad de Oro
de la postal en España, caracterizada por un auge del coleccionismo y el
nacimiento de asociaciones cartófilas como la «Cartófila Española Hispania» en
Barcelona (Garófano Sánchez, 2000). Sin embargo, este esplendor editorial
convivió con el trauma del Desastre de 1898. La pérdida de las colonias
desencadenó una crisis de identidad nacional articulada en torno al Regeneracionismo,
lo que se tradujo en una producción postal dual: por un lado, visiones
idealizadas del tipismo; por otro, miradas críticas sobre la realidad del país
(Jover, 1996; Almancha Núñez-Herradón et al., 2015).
A medida que avanzaba el siglo XX, la conflictividad social y el aumento
de los movimientos obreros tensionaron el panorama. Episodios como la
Semana Trágica (1909) o el pistolerismo evidenciaron las fracturas del sistema
(Barros Guimérans, 1993). Durante la dictadura de Primo de Rivera
(1923-1930), el régimen intentó utilizar la postal a través del Patronato
Nacional de Turismo como herramienta de propaganda para proyectar una
imagen renovada y ordenada de España (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015).
La proclamación de la Segunda República en 1931 abrió un tiempo de
esperanza reformista que pronto derivó en una polarización extrema,
desembocando en la Guerra Civil (1936-1939). En este conflicto, la
postal abandonó definitivamente su inocencia turística para convertirse en un
arma de propaganda política. Ambos bandos la utilizaron intensivamente,
destacando en la zona republicana las «postales de campaña» y las ediciones del
Comissariat de Propaganda de la Generalitat de Catalunya. Estas series multilingües
transformaron la postal en un dispositivo de agitación internacional y
construcción de imaginarios revolucionarios (Palá Laguna, 2004; Almancha
Núñez-Herradón et al., 2015).
Así, entre 1850 y 1939, la tarjeta postal ilustrada transitó desde el
proyecto administrativo del Estado liberal hasta la trinchera ideológica,
consolidándose como un agente activo en la construcción de la memoria
histórica y la identidad visual de una España en perpetua transformación
(Carrasco Marqués, 2009; López Hurtado, 2013).
1.3. Innovaciones tecnológicas en la producción de postales
La emergencia y consolidación de la tarjeta postal ilustrada como
el gran artefacto cultural de masas de la modernidad no fue un accidente
histórico, sino la consecuencia directa de un terremoto tecnológico sin
precedentes. Su capacidad para conjugar texto e imagen en un formato
estandarizado, portátil y accesible se halla indisolublemente ligada a las
innovaciones en la reproducción gráfica del siglo XIX, que permitieron
su producción a gran escala y su abaratamiento progresivo (Twyman, 1998;
Rickards, 1982). La postal es, en esencia, un producto hijo de su tiempo: un
objeto sustancialmente moderno que no puede entenderse sin la convergencia de
una potente industria fotográfica y una maquinaria impresora en plena
expansión. Factores como el desarrollo económico, la mejora de los transportes,
el auge del turismo y un sistema de correos eficiente y barato crearon
la tormenta perfecta para que este pequeño rectángulo de cartulina se convierta
en el vehículo principal de la comunicación visual (Twyman, 1998; Benjamin,
1936).
La historia de la postal es inseparable de la historia de la fotografía,
la litografía y las técnicas fotomecánicas que transformaron la
imagen única en una imagen reproducible en serie. Este proceso democratizó la
representación visual y configuró un nuevo régimen de visualidad (Benjamin,
1936; Twyman, 1998). El siglo XIX articuló una de las transformaciones más
profundas en la historia de la cultura visual al fusionar la invención de la
fotografía con la mecanización de la imprenta, impulsada por la máquina de
vapor, la prensa cilíndrica y el uso del papel continuo (Domingo et
al., 1991; Newhall, 2002). Aunque procedían de tradiciones distintas —la
fotografía desde la investigación óptico-química y la imprenta desde la
evolución tipográfica—, ambas tecnologías convergieron en un ideal común:
democratizar la mirada y convertir la imagen en un instrumento de intercambio
social (Debray, 1994; Newhall, 2002).
Tal como subrayó McLuhan (1964), toda innovación técnica altera
radicalmente los modos de percepción. El paso de la prensa manual a los cilindros
rotativos multiplicó la velocidad de los impresos, mientras que la
fotografía instauraba un nuevo régimen de verdad visual basado en la
objetividad del registro mecánico (Mustalish, 2000; Raviola, 1969). Sobre esta
base, la tarjeta postal se erigió como un dispositivo emblemático, absorbiendo
estas innovaciones para difundir en masa imágenes de ciudades, monumentos y
tipos humanos (Phillips, 2000).
En el plano estrictamente fotográfico, la trayectoria técnica que habitó
el medio postal es fascinante. Desde la cámara oscura, descrita ya por
Aristóteles y Alhacén, hasta la fijación química de la imagen, el camino fue
largo. Si bien Nicéphore Niépce logró en 1826 la primera imagen permanente
mediante heliografía, y Louis Daguerre presentó en 1839 el daguerrotipo
—una imagen única e irreproducible—, la verdadera revolución para la producción
masiva llegaría después (Sougez, 1991; Newhall, 2002). Fue William Henry Fox
Talbot quien, con el calotipo, introdujo el principio negativo-positivo,
abriendo la puerta a la reproducción seriada (Newhall, 2002). Posteriormente,
invenciones como el colodión húmedo de Frederick Scott Archer (1851) y
las placas secas de Richard Leach Maddox (1871) liberaron al fotógrafo
de la inmediatez del revelado, facilitando el trabajo de campo y la fotografía
ambulante (Sougez, 2016).
El ciclo de democratización técnica culminó con George Eastman y la
introducción del rollo de celuloide (1884–1888), popularizando la cámara
Kodak bajo el lema «Tú presionas el botón, nosotros hacemos el resto». Esto no
solo simbolizó el acceso popular a la imagen, sino que preparó el terreno para
la fototarjeta y la postal fotográfica real (Newhall, 2002; Bogdan y
Weseloh, 2006). Como indica Sontag (1981), la fotografía debe entenderse como
un fenómeno cultural que reconfigura la memoria y la identidad. Al acoplarse
con los sistemas de impresión industrial, la fotografía dejó de ser una experiencia
singular de estudio para convertirse en un bien serializado, distribuido
masivamente a través de la tarjeta postal (Phillips, 2000).
Paralelamente, los métodos de impresión experimentaron una transformación
radical. La aplicación del vapor a la prensa tipográfica y el desarrollo
de la rotativa redujeron excesivamente los costos, superando las limitaciones
de técnicas artesanales como el grabado en madera (Domingo et al., 1991;
Carrete, 2001). La mecanización de la fabricación de papel a partir de pulpa
de madera asegura un flujo ininterrumpido de material, vital para la
producción en masa. Sobre este entramado industrial se desarrollaron los
procesos fotomecánicos, como el fotograbado y los medios tonos,
que permitieron traducir la gradación de la fotografía en tramas de puntos
imprimibles, facilitando su inserción en la prensa y en la postal ilustrada
(Mustalish, 2000; Phillips, 2000).
En este contexto de innovación, la litografía y la cromolitografía
ocuparon un lugar estelar. Inventada por Alois Senefelder, la litografía
permitía una gran libertad gráfica sobre piedra caliza. Su evolución hacia la
impresión multicolor, patentada por Godefroy Engelmann en 1837, dio lugar a
imágenes de gran vibración cromática que definieron la estética de la Edad de
Oro de la postal (1890–1920) (Pájaro, 1992; Johannesson, 2016). La
cromolitografía democratizó el color, permitiendo a figuras como Louis Prang
llevar la técnica a su apogeo comercial con reproducciones de hasta veinte
matices (Rickards y Twyman, 2000). Otros procedimientos híbridos, como el fotocromo
y la fototipia, sintetizaron la alianza entre fotografía e impresión. El
primero combinaba negativos fotográficos con matrices litográficas para lograr
un realismo cromático impactante, mientras que la fototipia, basada en
gelatinas bicromatadas, permitía reproducir tonos continuos sin tramas
visibles, siendo muy apreciada en ediciones de lujo (Bird, 1992; Jürgens,
2021).
Un fenómeno particular fue la Real Photo Postcard (RPPC), que
fusionó directamente la fotografía química con el formato postal. Desde
principios del siglo XX, empresas como Kodak ofrecieron papel fotosensible
preimpreso en el reverso, permitiendo que cada usuario produjera una postal
única. Estas imágenes, a menudo en gelatina al bromuro de plata,
combinaban la reproducibilidad técnica con la intimidad del intercambio
afectivo (Bogdan y Weseloh, 2006). En España, estos «postales de brillo» fueron
ampliamente utilizados por fotógrafos locales y se mantuvieron vigentes hasta
la década de 1960 debido a la escasez de papel de imprenta durante la posguerra
(Carrasco Marqués, 2009; López Hurtado, 2013).
Finalmente, la consolidación de la impresión offset marcó el
triunfo definitivo de la producción industrial. Heredera del principio
litográfico pero basada en planchas metálicas y cilindros de caucho, esta
técnica ofreció una reproducción limpia y veloz, ideal para las grandes tiradas
de bajo costo que exigía el siglo XX (Raviola, 1969; Mustalish, 2000). En
síntesis, la tarjeta postal ilustrada se erige sobre esta compleja base
tecnológica. Es un objeto que condensa la historia técnica de la modernidad en
un formato de bolsillo: cada postal es, simultáneamente, un producto
industrial, un recuerdo personal y una pieza de un archivo visual colectivo (Benjamin,
1936; Sontag, 1981).
1.4. Marco legal y regulación postal
1.4.1. El
correo como instrumento de Estado: control y monopolio (1869-1887)
La tarjeta postal ilustrada no debe ser interpretada únicamente como un
producto técnico derivado de las artes gráficas o como un fenómeno cultural de
masas, sino principalmente como un objeto jurídico sometido a un denso
marco legal. Este soporte material histórico estuvo condicionado por una
estricta regulación que fijó sus formatos, tarifa sus tarifas, aumentó las condiciones
de su circulación y delimitó sus márgenes de legitimidad social (Henkin, 1998).
En última instancia, fue la legislación la que determinaría quién poseía la
autoridad para producirla, cómo podía viajar a través de las fronteras y qué
contenidos visuales o textuales podían mostrarse lícitamente en ella (Henkin,
1998). Este complejo entramado normativo no surgió de forma aislada,
sino que fue el resultado directo de un prolongado proceso de modernización
administrativa y de armonización internacional de los servicios de correos.
Dicho proceso transformó un sistema postal heredero del Antiguo Régimen
—fragmentado, costoso y lento— en un servicio público estandarizado,
relativamente accesible y eficiente, que acabó integrándose plenamente en las
lógicas productivas del capitalismo industrial y en las estructuras de control
del Estado liberal (Henkin, 1998).
En el caso específico de España, aunque el correo postal hunde sus raíces
en la época medieval, es durante los siglos XVIII y XIX cuando se consolida un
verdadero cuerpo de ordenanzas y reglamentos que articulan la red postal como
un servicio del Estado. Esta red cumplía funciones que trascendían la
logística, a incluir potestades jurisdiccionales ejercidas a través de
tribunales privativos y juntas supremas (Domingo et al., 1991). Medidas
estructurales como la generalización del franqueo obligatorio a partir
de 1856 y la progresiva normalización de los establecimientos de correos y
postas, responden a este esfuerzo decimonónico por racionalizar y controlar los
flujos de comunicación, anticipando el giro definitivo hacia una administración
postal moderna (Henkin, 1998).
Es precisamente dentro de este contexto de reforma donde se inscribe la
introducción de la tarjeta postal durante el Sexenio Democrático. Aunque
una orden real bajo el reinado de Amadeo de Saboya autorizó su creación en
1871, las primeras postales oficiales no comenzaron a imprimirse y circular
hasta el 1 de diciembre de 1873, coincidiendo ya con la Primera República
(Carrasco Marqués, 2009). Estas emisiones primigenias, categorizadas
posteriormente por el coleccionismo como enteros postales, eran emitidas
en estricto régimen de monopolio por la administración oficial de correos.
Físicamente, llevaban impresa la inscripción «República Española Targeta
Postal» junto a un sello de 5 céntimos con la esfinge de la República en azul y
negro, operando simultáneamente como soporte de correspondencia y como pieza
fiscalmente controlada (Carrasco Marqués, 2009). La aparición casi inmediata de
iniciativas privadas en este período —que fueron rápidamente ilegalizadas en
noviembre de 1873— pone de manifiesto una tensión latente: por un lado, existía
una fuerte demanda social del nuevo soporte; por otro, una firme
voluntad estatal de mantener el control exclusivo sobre su emisión, en
coherencia con el modelo decimonónico de servicio postal público y
monopolístico (Núñez-Herrador, 2019). En consecuencia, hasta finales del siglo
XIX, la postal española se mantuvo como un producto estrictamente oficial, circunscrito
a un marco legal que reservaba al Estado la doble condición de regulador y
productor único.
1.4.2. La
ruptura del monopolio: liberalización de la edición y auge industrial (1887)
El verdadero punto de inflexión para la historia cultural de este medio
llega con la liberalización de la edición en 1887. En este momento
clave, el gobierno autoriza finalmente a los impresores privados a producir
tarjetas, abriendo la puerta a la tarjeta postal ilustrada en sentido pleno,
permitiendo que imágenes fotográficas o dibujos ocupen parte del reverso
(Rickards, 1982). Esta medida legislativa permitió la entrada en escena de una
variada industria de editores, fotógrafos, litógrafos y casas impresoras
especializadas que diversificaron la oferta visual, ajustándola a demandas
regionales, temáticas específicas y nichos de mercados emergentes como el turismo,
el coleccionismo o la propaganda comercial (Rickards, 1982). Paralelamente, las
postales se benefician de una tarifa reducida respecto a otros tipos de
correspondencia cerrada, un factor económico decisivo para explicar su rápida
popularización y su competitividad frente a la carta tradicional, situando a la
postal en el centro de la comunicación cotidiana de amplias capas sociales
(Henkin, 1998).
1.4.3. La
construcción de un territorio postal único: la normativa internacional
En el plano internacional, la creación de la Unión Postal General en 1874
—rebautizada como Unión Postal Universal (UPU) en 1878— constituye el
marco jurídico-institucional fundamental para el desarrollo de la postal como
medio transnacional (Henkin, 1998). El Tratado de Berna, firmado el 9 de
octubre de 1874 y en vigor desde el 1 de julio de 1875, desarrolló un conjunto
de normas comunes sobre formatos, pesos, tarifas y procedimientos. Estas
normativas transformaron el mapa postal mundial en un auténtico «territorio
postal único», simplificando acelerando los trámites y costes del correo
internacional (Henkin, 1998). Aunque inicialmente las postales solo podían
circular dentro de las fronteras nacionales, el Congreso de París de 1878
autorizó su circulación internacional, fijando por primera vez un formato
máximo estandarizado de 9 × 14 centímetros (Staff, 1966). Gracias a esta
homologación técnica, una tarjeta postal enviada desde España podía llegar a
Francia, Alemania o América sin necesidad de suce franqueos, complejas
conversiones monetarias o pasos aduaneros intermedios, reduciendo los costos
de transacción y acelerando los tiempos de entrega, lo que amplió el radio
de acción comunicativo de millones de usuarios (Rickards, 1982).
Posteriormente, el V Congreso de la UPU, celebrado en Washington
en 1897, introdujo reformas decisivas que terminaron de configurar el objeto:
ratificó la reducción de tarifas internacionales, autorizó las tarjetas con
respuesta pagada y consolidó parámetros técnicos específicos (dimensiones
de 14 × 9 cm, peso máximo de 10 gramos, cartulina de 200-300 g/m²) (Staff,
1966; Henkin, 1998). España, integrada en la UPU desde 1875, adoptó
progresivamente estas normativas, culminando en el Real Decreto de 7 de
junio de 1898, que fijó las dimensiones máximas de la postal privada y
reguló su circulación comercial (Carrasco Marqués, 2009; Carreras y Candi,
1903). Este entramado legal internacional no solo facilitó la circulación de la
postal como medio de intercambio personal, sino que sentó las bases para el
desarrollo de una auténtica cartofilia transnacional, permitiendo a
coleccionistas y turistas intercambiar postales de Múltiples países y
favoreciendo la construcción de una cultura postal global en la llamada era
postal (Henkin, 1998). La UPU operó, así, como una infraestructura normativa de
la globalización visual, fijando estándares que aseguraban la
interoperabilidad de sistemas nacionales diversos bajo reglas comunes de
servicio universal (Henkin, 1998; Rickards y Twyman, 2000).
1.4.4.
Evolución del servicio y censura en tiempos de conflicto (1900-1939)
Durante la Restauración, el sistema español se consolidó con nuevos
servicios como el correo urgente (1905), los giros postales (1911) y la Caja
Postal de Ahorros (1916), convirtiendo las oficinas en centros
multifuncionales al servicio de la integración económica y nacional (Carrasco
Marqués, 2009; Prochaska & Mendelson, 2010). Sin embargo, a lo largo del
período 1869-1939, las regulaciones postales se sometieron a revisiones
continuas para adaptarse a contextos de conflicto, donde el marco jurídico se
volvió más restrictivo y explícitamente instrumentalizado. Durante la Guerra
Civil Española (1936-1939), la tarjeta postal fue utilizada intensivamente
como instrumento de propaganda política y militar, quedando a veces a
una estricta censura. En la zona republicana, las «postales de campaña» se
distribuían gratuitamente pero no podían mostrar imágenes geográficas por
razones de inteligencia militar, mientras que en ambos bandos se vigilaban los
contenidos para asegurar la alineación ideológica (Palá Laguna, 2004; Almancha
Núñez-Herradón et al., 2015). Este uso político-propagandístico evidencia hasta
qué punto el marco regulatorio nunca fue neutral, respondiendo siempre a las
estrategias del Estado y los poderes de facto en tiempos de crisis (Henkin,
1998).
1.4.5.
Epílogo legislativo: hacia la liberalización contemporánea
Ya en el siglo XX tardío, la transformación del sector culmina en España
con la Ley 43/2010, del servicio postal universal, que incorpora la
Directiva postal 2008/6/CE. Esta norma pone fin al modelo clásico de monopolio
estatal, configurando un sector en libre competencia abierto a
operadores privados, aunque garantizando el servicio postal universal (Ley
43/2010). Desde la perspectiva histórica de la tarjeta postal ilustrada, este
giro legislativo cierra un ciclo: el que va del monopolio decimonónico a un
mercado liberalizado, donde la postal subsiste ya no como eje de la
comunicación, sino como objeto patrimonial y testimonio de una era en la
que la regulación postal fue condición indispensable para la masificación de la
imagen (Henkin, 1998; Rickards, 1982).
1.5.
Coleccionismo y la tarjeta postal: del objeto efímero al documento cultural
La tarjeta postal ilustrada, concebida
inicialmente como un instrumento fugaz para comunicaciones rápidas, logró
consolidarse entre finales del siglo XIX y comienzos del XX como uno de los
objetos culturales más significativos de la modernidad visual europea.
Situada en la fascinante intersección entre las innovaciones técnicas de la
imprenta, las agresivas estrategias comerciales del capitalismo emergente y las
nuevas formas de ocio urbano, la postal trascendió su función original (Riego,
1997; Guereña, 2005; López Hurtado, 2013). Aunque nació como una empresa
efímera de vida breve —destinada a ser leída y quizás desechada—, la acción
conservadora de miles de coleccionistas y la posterior valorización
institucional la han transmutado en un documento cultural
imprescindible. Hoy se erige como una fuente primaria insustituible para la
historia social, el estudio de la cultura visual y la comprensión de los
imaginarios colectivos que definieron una época (López Hurtado, 2013; Osbaldestin,
2023).
El camino hacia esta consagración comenzó en
los grandes escenarios del espectáculo decimonónico. Las Exposiciones
Universales de la segunda mitad del siglo XIX actuaron como el laboratorio
privilegiado del fenómeno postal, articulando tecnología, capitalismo y la
nueva demanda burguesa de un recuerdo visual barato y portátil (Greenhalgh y
Rydell, cit. en Riego, 1997). Un hito fundamental fue la Exposición de París
de 1889, que consagró la postal como souvenir moderno mediante las
célebres series de Léon Charles Libonis sobre la Torre Eiffel, integrando la
experiencia del envío —con buzones y matasellos específicos in situ— como parte
del ritual de la visita (Carrasco Marqués, 2009; Guereña, 2005). Pocos años
después, la Exposición Colombina de Chicago de 1893 dio un paso más hacia la
masificación al introducir la venta automatizada mediante máquinas
expendedoras, revelando el potencial de la postal como producto central del
marketing ferial y de la democratización del consumo visual (Henkin, 1998).
La Edad de Oro y el nacimiento de la
Cartofilia
Entre 1900 y 1914 se configuró lo que los
historiadores denominan la Edad de Oro de la tarjeta postal ilustrada.
En este periodo, la postal se convirtió en el primer sistema de comunicación
visual de masas real, convergiendo la industria gráfica, la circulación postal
global y el consumo cultural urbano (Carreras y Candi, 1903; Riego Amézaga,
1997; Carrasco Marqués, 2009, 2018). Este auge no fue solo cuantitativo;
reflejó la consolidación de la cultura de masas y el nacimiento de la cartofilia
como práctica social estructurada. En este tránsito, la tarjeta evolucionó de
mero soporte epistolar a mercancía cultural seriada, accesible y
coleccionable (Teixidor, 1999; Prochaska y Mendelson, 2010; Carrasco Marqués,
2018).
Es crucial diferenciar la deltiología
(el estudio y colección de postales) de la filatelia tradicional. Mientras esta
última se centra en el sello, la deltiología considera la postal como un documento
gráfico completo, donde la imagen del anverso, el texto del reverso, el
soporte material y las huellas de uso articulan un nuevo ámbito de consumo
cultural y de acumulación de capital simbólico (Ramírez, 2011; Riego
Amézaga, 2011).
Esta pasión coleccionista se institucionalizó
rápidamente. Surgieron asociaciones pioneras como Kosmopolit en
Núremberg y la Sociedad Cartófila HISPANIA en España, acompañadas de
revistas especializadas como España Cartófila y el Boletín de la
tarjeta postal ilustrada. Estos órganos fueron vitales para fijar criterios
de clasificación, pautas de evaluación y normas de intercambio,
consolidando un mercado secundario especializado y tejiendo una
comunidad experta transnacional (Teixidor, 1999; Rickards y Twyman, 2000;
Carrasco Marqués, 2009; McDonald et al., 2024). Las exposiciones cartófilas
—como las celebradas en Cádiz en 1902, Barcelona y Madrid— resultaron decisivas
para la valorización cultural de la postal, elevándola de curiosidad
efímera a objeto patrimonial y artefacto central de la Belle Époque
(Carrasco Marqués, 2011; Prochaska y Mendelson, 2010).
El álbum familiar: Escaparate del yo y
sociabilidad femenina
Entre 1901 y 1906, las investigaciones
señalan una verdadera proliferación de álbumes familiares que
desbordaron el ámbito de las élites cultas para penetrar en sectores populares,
impulsados por la expansión de la educación básica y los bajos costos de
franqueo (Rickards y Twyman, 2000; Carrasco Marqués, 2009; McDonald et al.,
2024). Estos álbumes, cuidadosamente encuadernados y situados en lugares
visibles del salón doméstico, funcionaban simultáneamente como archivos
privados de memoria visual y como sofisticados dispositivos de auto-representación
social. Al desplegarlos frente a las visitas, los propietarios no solo
mostraban imágenes, sino que exhibían sus viajes, sus redes de amistad, sus
intereses culturales y, en definitiva, su posición dentro de la geografía
simbólica de la modernidad (Garófano Sánchez, 2000; Riego Amézaga, 1997).
La postal se convirtió también en un
escenario privilegiado de género y sociabilidad. Pese a que el
coleccionismo se ha percibido tradicionalmente como un ámbito masculino, el
intercambio de postales ofreció a las mujeres de clase media un espacio
relativamente autónomo de autoexpresión. A través de la lectura, el intercambio
y la conservación de álbumes, el «tarjeteo» permitió negociar roles y vínculos,
inscribiendo a las mujeres en los circuitos de la cultura de masas al tiempo
que sostenían memorias visuales privadas (Guereña, 2005; Millman, 2013).
Identidad nacional y turismo: La construcción
de la España visual
En el ámbito de la representación nacional,
entre 1892 y 1914 la postal ilustrada se erigió en el instrumento privilegiado
de construcción identitaria en España. El repertorio canónico de vistas
urbanas, monumentos y tipos regionales fijó una geografía simbólica
jerarquizada, centrada en las grandes ciudades y los patrimonios emblemáticos
(Riego, 1997; Alonso Laza, 1997). Firmas hegemónicas como Hauser y Menet
profesionalizan el campo, fijando estándares técnicos y temáticos que
contribuyeron a crear una verdadera cartografía visual del país. En este
proceso, la imagen reproducida llegó a prevalecer sobre la experiencia directa
de la realidad (Carreras y Candi, 1903; Carrasco Marqués, 2018).
La seriación de trajes tradicionales y
escenas rurales, mediante procesos de folklorización y exotización
moderada, reforzó la imagen de una España diversa pero homogénea hacia el
exterior. La postal canonizó referentes culturales y anticipó la familiaridad
visual característica de las sociedades modernas, donde el ciudadano
reconoce lugares en los que nunca ha estado (Carrasco Marqués, 2009; Guereña,
2005; Mendelson, 2005; Navarro Egea, 2020).
El desarrollo del turismo moderno
encontró en la postal un aliado esencial: servía a la vez de guía visual,
recuerdo material y medio de circulación social de la experiencia viajera
(Henkin, 1998; Prochaska y Mendelson, 2010). La postal actuaba como un certificado
visual de desplazamiento, una prueba simbólica de pertenencia a la
comunidad imaginada y un recurso para combatir la ausencia (Mendelson, 2005).
Paralelamente, los grandes almacenes, hoteles, teatros y ferias comenzaron a
producir postales promocionales, ampliando las posibilidades del marketing
visual y reforzando la postal como soporte pionero de la identidad
corporativa (Mendelson, 2005; Rickards y Twyman, 2000).
Un legado documental complejo
La aparente contradicción de la postal —ser
barata, masiva y pensada para ser desechada— se combina paradójicamente con una
fuerte función documental. Los reversos manuscritos, junto a la
diversidad iconográfica del anverso, la convierten hoy en una fuente de primer
orden para el estudio de las mentalidades, las sociabilidades y los imaginarios
urbanos (López Hurtado, 2013; Osbaldestin, 2023). Nacida para el consumo
rápido, la postal sobrevive gracias a la obsesión de los coleccionistas,
constituyéndose en un archivo involuntario de la modernización
(Benjamin, 1936; McDonald et al., 2024).
Todo este proceso, que se prolongó con fuerza
hasta 1939, hizo de la postal ilustrada un dispositivo cultural multifuncional
que participaba a la vez en registros identitarios, coleccionistas y
propagandísticos (Benjamin, 1936; Guereña, 2005). Entre 1914 y la Guerra Civil,
su integración en campañas de propaganda política, promoción turística e
industrias del ocio reforzó su condición de agente cultural activo. De objeto
efímero, la postal pasó a ser un documento visual complejo cuya trayectoria
refleja las transformaciones de la sociedad española en su tránsito a la
modernidad, aportando evidencia empírica insustituible para entender cómo
aprendimos a mirarnos a nosotros mismos (López Hurtado, 2013; McDonald et al.,
2024).
2.0. Antecedentes fotográficos de la tarjeta postal
ilustrada
2.1. Génesis y Desarrollo de las Tarjetas Postales Ilustradas (1869-1900)
2.2. Llegada a España: Los Primeros Enteros Postales (1871-1889)
2.3. La revolución gráfica (1889‑1900)
2.4. La Edad de Oro del intercambio postal (1900‑1914)
2.5. Guerra, crisis y transformaciones (1914‑1919)
2.6. Crisis de los años veinte y
adaptación
empresarial(1920‑1931)
2.7. Segunda República y Guerra
Civil: postales políticas e ideológicas (1931‑1939)
2.8. Declive del modelo clásico y nuevas tendencias (desde 1939)
EVOLUCIÓN CRONOLÓGICA DE LA TARJETA POSTAL ILUSTRADA EN ESPAÑA
(1869-1939)
2.0. Antecedentes fotográficos de la
tarjeta postal ilustrada
La tarjeta postal ilustrada no surgió en el
vacío como una invención aislada, sino como la culminación brillante de un
largo proceso de democratización de la imagen impresa que hunde sus
raíces más profundas en las prácticas fotográficas y gráficas del siglo XIX.
Mucho antes de que la primera postal cruzara las fronteras europeas, la
sociedad decimonónica ya había experimentado una transformación radical en su
relación con las imágenes mecánicamente reproducidas, un fenómeno cultural que
preparó el terreno fértil para el posterior éxito del formato postal (Riego
Amézaga, 2011).
La historia comienza oficialmente en 1839 con
el daguerrotipo de Louis Jacques Mandé Daguerre, que inauguró la era de
la captura y fijación de la realidad (Fernández Causapé, 2005). Sin embargo,
estos primeros procedimientos nacieron marcados por la exclusividad: producían
imágenes únicas sobre placas de cobre plateado que, por su carácter irrepetible
y elevado coste, se convirtieron en bienes de lujo accesibles únicamente para
las élites urbanas (Yeves Andrés, 2017). El verdadero punto de inflexión
hacia la masificación llegó en 1851 con la invención del colodión húmedo
por Frederick Scott Archer. Este procedimiento revolucionó la práctica al
permitir tiempos de exposición más breves y la obtención de negativos en placas
de vidrio de extraordinaria nitidez (Workshopexperience, 2019). Aunque obligaba
a los fotógrafos a transportar laboratorios portátiles, compensaba la
incomodidad con resultados técnicos superiores y democratizó el acceso al
retrato al reducir los tiempos de pose de minutos a segundos (Procesos
Fotográficos, 2007).
La revolución de la Carte de Visite y
la Estereoscopía
Sobre esta base tecnológica, el fotógrafo
parisino André-Adolphe-Eugène Disdéri patentó en 1854 un sistema que
transformaría definitivamente el mercado: la carte de visite. Mediante
una cámara equipada con múltiples objetivos, Disdéri lograba obtener varios
retratos en una única placa, reduciendo drásticamente los costes de producción
hasta hacerlos quince veces más económicos que el daguerrotipo (Juncos Tort,
2012; Eltelefonvermell, 2024). Esto permitió que amplias capas de la población
accedieran por primera vez a la posibilidad de poseer y distribuir su propia
imagen (Riego Amézaga, 2011).
La carte de visite se convirtió en uno
de los productos comerciales de mayor éxito del siglo, generando una industria
fotográfica internacional. Estas pequeñas cartulinas se intercambiaban
entre familiares, se coleccionaban en álbumes de salón y se exhibían como
signos de distinción social (Yeves Andrés, 2017). Pero su importancia radica en
que anticiparon el repertorio iconográfico de la postal: los fotógrafos no solo
vendían retratos, sino catálogos de vistas de ciudades, monumentos y «galerías
de celebridades» (Riego Amézaga, 2011).
A partir de la década de 1860, la fotografía
estereoscópica añadió una nueva dimensión al mercado. Este formato, que
creaba una ilusión tridimensional mediante un visor especial, generó una
industria de «viajes virtuales» liderada por empresas como Underwood &
Underwood o Léon & Lévy (Riego Amézaga, 2011). La estereoscopía prefiguró
una función cultural central de la futura postal: la construcción de una geografía
imaginaria accesible desde el hogar mediante el coleccionismo sistemático
de lugares remotos (Riego Amézaga, 2011).
La prensa ilustrada y la construcción de la
mirada turística
Paralelamente, la prensa ilustrada
había educado el ojo del público. Desde la aparición de The Illustrated
London News en 1842, las revistas europeas catalogaron visualmente el mundo
mediante grabados, introduciendo el concepto de actualidad informativa
visual (Riego Amézaga, 2011). En el ámbito hispano, fotógrafos como Charles
Clifford y Jean Laurent resultaron decisivos para construir una
identidad visual de España anterior a la postal. Clifford elaboró una imagen
exótica y monumental del país destinada al consumo europeo (Clifford, 2024;
García Felguera, 2003), mientras que Laurent construyó un archivo masivo y
sistematizado de vistas y tipos que estableció los protocolos de catalogación y
comercialización que la cartofilia heredaría posteriormente (Laurent,
2025; Edwards, 1992).
El álbum fotográfico operó como el
dispositivo de síntesis de todas estas prácticas. En el ámbito urbano, el álbum
se convirtió en el formato privilegiado para documentar las transformaciones de
la ciudad moderna (Riego Amézaga, 1997). Un ejemplo paradigmático es Bellezas
de Barcelona (1874) de Joan Martí i Centellas, un álbum que ofreció
por primera vez una relación fotográfica integral de los monumentos y espacios
simbólicos de la ciudad condal, estableciendo precedentes metodológicos para el
fotoperiodismo y la documentación arquitectónica (García Felguera, 2003; Riego,
2001).
El salto tecnológico: De la fotografía al
impreso
El último eslabón necesario fue el desarrollo
de los procedimientos fotomecánicos entre 1880 y 1890. Técnicas como el
heliograbado y, especialmente, la fototipia, permitieron imprimir
fotografías directamente en tinta, superando la necesidad de traducirlas a
grabados manuales (Riego Amézaga, 2011). En España, pioneros como Heribert
Mariezcurrena demostraron en 1885 la superior veracidad documental de la
fotografía directa frente al dibujo en la prensa (Riego Amézaga, 2011).
Cuando en 1890 los suizos Oscar Hauser
Müller y Adolfo Menet Kurstiner fundaron su taller de fototipia en
Madrid, el contexto estaba maduro. Su dominio técnico, demostrado en la serie «España
Ilustrada», les situó en una posición privilegiada para liderar la
transición hacia la tarjeta postal (Alonso Robisco, 2019; Morán, IFC).
La postal como síntesis moderna
La tarjeta postal ilustrada nació como
la heredera que reconfiguró todos estos elementos en clave de masificación. De
la carte de visite tomó la lógica de la producción en serie y el
intercambio, desplazando el foco del rostro individual al paisaje colectivo
(García Felguera, 2011). De la fotografía de viajes recogió la estética
pintoresca y la mirada turística sobre el patrimonio (García Felguera,
2020). De la estereoscopía mantuvo la idea de la «imagen-ventana», condensando
el viaje en un rectángulo de cartulina (Batchen, 2004). Y del álbum fotográfico
adoptó la lógica de la colección, permitiendo al usuario recombinar
ciudades y temas en sus propios álbumes domésticos (Willoughby, 1999).
A diferencia de sus predecesores, la postal
operó en un espacio público ampliado. Sustituyó el retrato privado por
iconos colectivos —vistas urbanas, tipos regionales— que codificaron una mirada
compartida sobre la nación (Strassler, 2010). Su facilidad de envío y tarifa
reducida fomentaron redes de intercambio transnacional, anticipando formas de globalización
mediática (Henkin, 2006).
En definitiva, la postal no fue una ruptura,
sino una convergencia: un producto que combinaba la accesibilidad económica de
la tarjeta de visita, el afán documental de la prensa, el coleccionismo de la
estereoscopía y la calidad de la fototipia. Se convirtió así en el primer medio
visual verdaderamente de masas, democratizando el acceso a la imagen y
estableciendo los paradigmas de comunicación visual que marcarían el
siglo XX (Benjamin, 2003; Prochaska & Mendelson, 2010). En el contexto
español, entre 1869 y 1939, su evolución no solo reflejó la modernidad, sino
que contribuyó activamente a construirla, acompañando la industrialización, el
turismo y la articulación de nuevos discursos políticos e identitarios
(Carrasco Marqués, 2009; López Hurtado, 2013).
2.1. Génesis y Desarrollo de las
Tarjetas Postales Ilustradas (1869-1900)
La historia de la comunicación moderna cambió para siempre
el 1 de octubre de 1869 en el Imperio Austro-húngaro. Ese día nació
oficialmente la tarjeta postal como producto específico de las redes
postales, fruto de una visión pragmática del profesor de economía Emmanuel
Herrmann. En enero de ese mismo año, Herrmann había publicado un artículo
decisivo en el periódico vienés Neue Freie Presse, donde exponía las
ventajas económicas que reportaría a la Hacienda pública la introducción de un
nuevo formato de correspondencia breve y económica (Guereña, 2004). La idea,
revolucionaria por su sencillez, fue rápidamente acogida por Adolf Maly,
Director de Correos y Telégrafos de Viena, quien autorizó la circulación de
estas nuevas piezas denominadas Correspondenz-Karte (Almarcha, Sánchez y
Villena, 2011).
La primera tarjeta postal
austriaca era un objeto sobrio: un rectángulo de 12,2 × 8,5 cm que llevaba
impreso un sello con la efigie del emperador Francisco José en color amarillo
con valor facial de dos coronas. Su diseño era estrictamente funcional,
incluyendo espacios predeterminados para la dirección del destinatario en el
anverso y para el mensaje en el reverso (Carrasco Marqués, 2009). El éxito de
esta innovación postal fue inmediato y extraordinario. Durante el primer año de
circulación, Austria y Hungría emitieron conjuntamente cincuenta millones de
tarjetas postales, una cifra que evidenciaba la enorme demanda latente de
un medio de comunicación rápido, económico y eficiente (Filatelia Guardesa,
2012).
Las razones de esta aceptación
masiva eran múltiples y pragmáticas: la tarjeta postal costaba aproximadamente
la mitad que una carta ordinaria, circulaba con mayor rapidez por no requerir
el procesamiento de sobres y resultaba ideal para comunicaciones comerciales,
avisos breves y mensajes de cortesía. El sacrificio de la confidencialidad
epistolar —la tarjeta circulaba "al descubierto"— había sido
inicialmente motivo de controversia, pero quedó ampliamente compensado por las
ventajas económicas y de rapidez que el nuevo formato proporcionaba (Almarcha,
Sánchez y Villena, 2011; Alonso Robisco, 2019).
La guerra como catalizador
gráfico
Si la economía impulsó el
formato, el conflicto bélico impulsó la imagen. El paso de la carta-tarjeta
oficial a la postal ilustrada estuvo estrechamente asociado a la Guerra
Franco-Prusiana (1870-1871), que actuó como catalizador de nuevas prácticas
gráficas y comunicativas (Carrasco Marqués, 2018). El 16 de julio de 1870, el
impresor August Schwartz, de Oldenburg, envió a un pariente en
Magdeburgo una postal decorada con la imagen de un cañón. Esta pieza es
considerada la primera postal ilustrada alemana y simboliza el momento en que
la correspondencia postal desbordó su función meramente textual (Carrasco
Marqués, 2018). Schwartz aprovechó el contexto bélico para emitir nuevas
tarjetas con imágenes de artilleros y, en 1875, una extensa serie de
caricaturas políticas, integrando desde muy pronto humor gráfico, propaganda
y comercio en el nuevo formato (Carrasco Marqués, 2009).
En el bando contrario, la primera
postal ilustrada francesa documentada se debe a Léon Besnardeau, un
librero de Sillé-le-Guillaume. En 1870, ante la escasez de papel en el campo de
Conlie, recortó tapas de cuadernos en rectángulos de 6,6 × 9,8 cm, mandó
imprimir el escudo bretón y la leyenda Guerre de 1870 – Camp de Conlie
en la casa Oberthur de Rennes y las destinó a la tropa (Garófano Sánchez,
2000). Estas piezas, que combinaban información militar y orgullo regional,
evidencian la temprana instrumentalización de la postal como soporte de mensajes
políticos y simbólicos (Garófano Sánchez, 2000).
La estandarización global: El
papel de la UPU
El modelo austriaco se extendió
con extraordinaria velocidad por Europa, respondiendo a la lógica de
normalización que caracterizaba a la segunda revolución industrial.
Antes de finalizar 1870, Inglaterra, Suiza, Finlandia y el estado alemán de
Württemberg habían adoptado ya la tarjeta postal oficial (Filatelia Guardesa,
2012). El paso decisivo hacia la internacionalización plena tuvo lugar en el Congreso
de Berna de 1874, que estableció la Unión General de Correos, posteriormente
denominada Unión Postal Universal (UPU) en 1878 (Alonso Robisco, 2019).
Este organismo internacional fijó
normas comunes para el funcionamiento de las redes postales, estableciendo el
formato estándar de 14 x 9 cm y una tarifa unificada de 10 céntimos para las
tarjetas que circulaban entre los países miembros (López, 2013). La creación de
la UPU representó un hito fundamental en la globalización decimonónica:
para comienzos del siglo XX, este organismo daba cobertura a mil ochenta y
cuatro millones de habitantes, creando un verdadero territorio postal único
de alcance planetario (Riego Amézaga, 2011).
Liberalización y eclosión de la
industria privada
Durante la primera fase de
desarrollo (1869-1887), las tarjetas postales consistían exclusivamente en enteros
postales oficiales emitidos por las administraciones bajo un estricto
monopolio estatal. Sin embargo, la presión de la industria gráfica privada
se intensificó a medida que se hacía evidente el potencial comercial de las
tarjetas ilustradas (Mispostales, 2025). Editores e impresores argumentaban que
la restricción del formato limitaba la innovación, convergiendo con la lógica
liberalizadora del pensamiento económico de la época (Guereña, 2004).
El resultado fue un proceso
generalizado de liberalización de la edición postal en Europa durante la
década de 1880. Alemania permitió las postales privadas en 1872, Francia en
1873 y el Reino Unido en 1894, generando una expansión exponencial de la
producción y una notable diversificación temática (Carrasco Marqués,
2009). La mejora de los procesos litográficos permitió la introducción de
diseños más complejos, como las célebres series Gruss aus («Saludos
desde...»), que combinaban varias vistas de una ciudad en una misma tarjeta
rodeadas de ornamentos Art Nouveau (Carrasco Marqués, 2009). La
introducción del color mediante la cromolitografía supuso una
transformación estética decisiva, ofreciendo una experiencia visual vibrante
que multiplicó el atractivo para coleccionistas y consolidó la postal como
objeto de la cultura visual de masas (Riego Amézaga, 1997).
Turismo y Exposiciones
Universales: El motor de la imagen
En paralelo a la liberalización,
las aplicaciones turísticas consolidaron la tarjeta postal como souvenir
visual. En marzo de 1872, Franz Borich introdujo la postal turística
fotográfica con vistas suizas, integrando procesos fotográficos en el soporte
postal para satisfacer la demanda de los visitantes alpinos (Riego Amézaga,
1997). Ese mismo año, en Londres, el grabador Gustave Doré ilustró la
primera postal oficial británica con monumentos emblemáticos, subrayando el
emergente valor artístico del medio (Alonso Laza, 1997).
Las Exposiciones Universales
actuaron como catalizadores extraordinarios para la difusión masiva. La
Exposición de Viena (1873) y la de Filadelfia (1876) vieron el debut de
postales conmemorativas oficiales (López Hurtado, 2013; Henkin, 1998). Sin
embargo, la Exposición Universal de París de 1889 supuso un precedente
mediático sin parangón: Le Figaro instaló una imprenta a los pies de la Torre
Eiffel para imprimir postales en vivo, generando alrededor de un millón de
tarjetas diseñadas por Léon Charles Libonis (Mendelson, 2005). Poco
después, la Exposición Colombina de Chicago de 1893 añadió una innovación
logística clave al introducir máquinas expendedoras de tarjetas
postales, facilitando la distribución a 27 millones de visitantes (Henkin,
1998).
En conjunto, el periodo 1869-1900
atestigua el paso de la carta-tarjeta oficial, textual y estatal, a la postal
ilustrada, visual y crecientemente privatizada. Aunque persisten debates sobre
la paternidad exacta de la postal ilustrada —con figuras como Dominique
Piazza o los hoteleros suizos reclamando protagonismo (López Hurtado,
2013)—, es indudable que estas décadas sentaron las bases técnicas, legales y
culturales sobre las que se construiría la futura Edad de Oro de la
tarjeta postal (Henkin, 1998; Prochaska & Mendelson, 2010).
2.2. Llegada a España: Los Primeros Enteros Postales
(1871-1889)
La historia de la
comunicación postal en España vivió un punto de inflexión con la oficialización
de la tarjeta postal mediante la Real Orden de mayo de 1871. Firmada por
Práxedes Mateo Sagasta bajo el reinado de Amadeo de Saboya, esta normativa
desarrolló el marco legal necesario para introducir este nuevo instrumento de
correspondencia, siguiendo el exitoso modelo austrohúngaro de 1869
(Guereña, 2005; Fernández Beviá, 2014). La lógica administrativa era clara: la
normativa fijó que estos documentos circularían a mitad de precio que
las cartas ordinarias, reconociendo su ventaja económica y práctica frente al
sobre cerrado y alineando a España con la nueva economía del impreso postal
que comenzaba a transformar Europa (BNE, 2014; Guereña, 2005).
Sin embargo, la
realidad chocó con la burocracia y la inestabilidad política. La Administración
de Correos no puso en circulación modelos oficiales de forma inmediata,
generando un vacío editorial de aproximadamente dos años y medio que
impidió la aplicación efectiva del sistema hasta diciembre de 1873 (Guereña,
2005). Esta demora estuvo profundamente condicionada por la inestabilidad
inherente al Sexenio Democrático y la compleja coyuntura institucional
del momento, factores que enlentecieron la implementación práctica de las
disposiciones legales (Guereña, 2005).
La iniciativa privada ante el vacío estatal
Durante este
intervalo de inacción oficial, la sociedad civil se adelantó al Estado.
Diversas iniciativas privadas intentaron cubrir la demanda latente de
comunicación postal ágil, anticipando de facto un uso social de la
tarjeta antes de su plena institucionalización administrativa (Guereña,
2005). Editores particulares como Abelardo de Carlos, director de La
Moda Elegante Ilustrada, lanzaron tarjetas postales privadas que
respetaban las dimensiones reglamentarias. Sin embargo, estas iniciativas
nacían con una desventaja crucial: carecían del franqueo preferente oficial
y debían franquearse obligatoriamente como cartas ordinarias, perdiendo su
principal atractivo económico (Guereña, 2005).
Estas tarjetas precursoras
establecieron un diseño funcional básico: solían reservar el anverso para la
dirección y el sello, mientras el reverso incorporaba una ilustración en el
espacio teóricamente destinado al mensaje, desplazando el texto manuscrito a
unos márgenes reducidos (Guereña, 2005). Entre 1871 y 1873 se editaron
en España más de treinta modelos distintos de estas tarjetas privadas. Algunas
estuvieron vinculadas a figuras relevantes de la cultura postal como Mariano
Pardo de Figueroa (conocido como Dr. Thebussem), quien en mayo de
1873 publicó su propia tarjeta, cargada de ironía y crítica hacia la lentitud
gubernamental en la emisión de las oficiales (Guereña, 2005). En este conjunto
destaca singularmente la tarjeta de Álvar Verdaguer para los
suscriptores de la Biblioteca Catalana (1872), pieza considerada por el
experto Ernesto Boix como la primera postal ilustrada privada de Barcelona y de
España documentada hasta la fecha (Boix Felip, 2002).
El nacimiento del entero postal oficial
(1873)
El primer entero
postal oficial español se puso finalmente a la venta el 1 de diciembre de
1873, ya en el marco político de la Primera República y con tarjetas
impresas por la Fábrica Nacional de la Moneda y Timbre (Guereña, 2005; BNE,
2014). Estos primeros enteros llevaban inscripciones inequívocas como
«República Española», «Tarjeta o tarjeta postal» y una instrucción pedagógica
para el usuario: «Lo que escribir se hará en el reverso e irá firmado por el
remitente», subrayando la naturaleza abierta y reglada del nuevo soporte
(Guereña, 2005). El diseño, austero pero simbólico, incluía un sello impreso de
5 céntimos con la efigie alegórica de la República, grabado por Joaquim Pi i
Margall y estampado directamente sobre la cartulina en tinta azul y negra.
Se reservaba estrictamente el anverso para la dirección y se mantenía el
reverso completamente en blanco, sin ilustración alguna (Guereña, 2005; BNE,
2014).
Los datos oficiales
indican que en el primer año de implantación circularon alrededor de 320.000
tarjetas, una cifra que, aunque modesta, simbolizaba el impulso modernizador
del Estado y su voluntad de adoptar formatos postales acordes con los
estándares europeos (Guereña, 2005). No obstante, el entusiasmo inicial se
enfrió: el uso descendió rápidamente hasta representar solo un 0,3% de los
objetos postales en 1877. Este dato evidencia las dificultades de adopción
social de un medio todavía percibido como experimental y subordinado al
prestigio y privacidad de la carta tradicional (Guereña, 2005). Para combatir
este estancamiento, en estos años comenzaron a aparecer las postales dobles
o de contestación pagada, destinadas a facilitar la respuesta inmediata del
destinatario e incentivar el uso del nuevo formato mediante el franqueo
prepagado de la réplica (Guereña, 2005).
Monopolio y prohibición (1873-1886)
La consolidación
del modelo oficial trajo consigo la restricción de la iniciativa privada. La prohibición
de las tarjetas privadas se decretó mediante Real Orden de 8 de noviembre
de 1873, apenas tres semanas antes de la puesta en venta de los enteros
oficiales, consagrando el monopolio estatal sobre la emisión de tarjetas
con sello impreso (Guereña, 2005). La medida respondía a razones fiscales, de
control administrativo y de defensa del ingreso monopólico de Correos, ignorando
que las iniciativas particulares habían demostrado la existencia de una demanda
real y creativa (Guereña, 2005).
Entre 1873 y 1886
se vivió así una etapa de monopolio estatal efectivo sobre los enteros
postales. Durante este periodo, solo las emisiones oficiales tuvieron validez
postal, un hecho que contrasta notablemente con la temprana liberalización de
países como Francia o Alemania, donde la industria privada impulsó pronto la diversificación
temática y estética del medio, adelantando a España en el desarrollo del
mercado visual (Carreras y Candi, 1903; Carrasco Marqués, 1992).
La liberalización y el camino a la modernidad
(1889)
El cambio de
paradigma llegó finalmente con la liberalización normativa del Reglamento de
Correos de 1889, precedido por la Real Orden de 31 de diciembre de 1886,
que derogó la prohibición de 1873 y abrió nuevamente el camino a las tarjetas
postales privadas (Guereña, 2005). El artículo 24 autorizaba la circulación
de tarjetas elaboradas por particulares en cartulinas de buena calidad, con las
dimensiones oficiales —en torno a 9 × 14 cm— y provistas de sellos adhesivos
equivalentes en valor a las postales de la Administración. Se estableció la
obligatoriedad de situar el sello en la esquina superior derecha, normalizando
el formato visual (Guereña, 2005; BNE, 2014). Posteriormente, la Real Orden de
28 de enero de 1887 extendió esta autorización al envío internacional,
ajustando la normativa española a los acuerdos de la Unión Postal Universal,
que desde 1878 permitía la edición privada de tarjetas siempre que cumplieran
los requisitos técnicos y tarifarios (Guereña, 2005; López Hurtado, 2013).
Esta liberalización
transformó de manera decisiva el panorama postal español. Al abrir un espacio
de actuación para la creatividad artística y comercial de editores, fotógrafos
y litógrafos, se insertó de lleno la producción nacional en las dinámicas
europeas de mercado (Carrasco Marqués, 1992; López Hurtado, 2013). A partir
de este momento, la historia de la tarjeta postal en España dejó de estar
dominada por la iniciativa estatal para pasar a manos de casas editoras
pioneras como Hauser y Menet, Fototipia Thomas, Castañeira,
Álvarez y un amplio abanico de editores locales. Estos actores
protagonizarían la posterior revolución gráfica de 1887-1900 y el ingreso pleno
de la tarjeta postal ilustrada en la cultura visual de masas (Carrasco
Marqués, 1992; Riego Amézaga, 1997).
1892: La confluencia decisiva
La celebración del IV
Centenario del Descubrimiento de América fue el catalizador definitivo para
el inicio de la tarjeta postal ilustrada moderna en España, ya que articuló en
un solo acontecimiento al Estado, la industria gráfica y la cultura del
recuerdo visual. Las Exposiciones Históricas de 1892 y el programa festivo
asociado generaron una intensa demanda de souvenirs patrióticos y de
iconografía colombina. Esta demanda encontró en la tarjeta postal un medio
barato, reproducible y fácil de circular, perfectamente alineado con las
lógicas emergentes de la sociedad de masas (Benjamin, 1936; Greenhalgh,
1988; Riego Amézaga, 1997).
En este contexto,
casas como Hauser y Menet disponían ya de la capacidad técnica necesaria para
producir fotografías en tiradas medias y aprovecharon la coyuntura para lanzar
las primeras series de «Recuerdo de Madrid» vinculadas explícitamente al IV
Centenario. Estas series son consideradas por la historiografía como las
primeras postales ilustradas modernas circuladas en España (Carrasco Marqués,
2009; López Hurtado, 2013). La coincidencia entre un gran relato conmemorativo,
una industria gráfica madura y un público urbano deseoso de certificar
visualmente su participación en el acontecimiento explica que 1892 funcione
como el auténtico punto de inicio del proceso: a partir de entonces, la tarjeta
se emancipó del entero administrativo y se consolidó como medio turístico,
conmemorativo y comercial (Prochaska & Mendelson, 2010; Riego Amézaga,
1997).
2.3. La revolución gráfica
(1889-1900)
Este hallazgo abrió un campo
inédito para el consumo de imágenes reproducibles, democratizando el
acceso a la representación visual. Desde finales de la década de 1880, los
editores y litógrafos europeos —con especial protagonismo en Alemania y
Francia, potencias hegemónicas de la industria gráfica— comenzaron a incorporar
tímidamente viñetas e ilustraciones a las tarjetas, transformando lo que era un
documento administrativo gris en un codiciado objeto artístico y turístico
(Twyman, 1998; Prochaska & Mendelson, 2010). La nueva tarjeta postal
ilustrada integraba simultáneamente las funciones de correspondencia, souvenir
e imagen coleccionable, lo que supuso en la práctica el fin del
monopolio de facto del Estado sobre el formato postal y el nacimiento de
un mercado competitivo y sumamente dinámico. En este nuevo escenario, los
editores privados rivalizaban mediante iconografías más sugestivas y diseños
cada vez más refinados, desplazando la sobriedad oficial por un lenguaje
visual atractivo (Carreras y Candi, 1903; Carrasco Marqués, 2018).
Una industria dependiente: El eje
Centroeuropa-España
La tarjeta postal ilustrada
española se desarrolló desde sus inicios insertada plenamente en este mercado
europeo, aunque condicionada por una fuerte dependencia técnica
(Carrasco Marqués, 2009; López Hurtado, 2013). La realidad industrial era
incontestable: los editores españoles no disponían de medios técnicos para
realizar tiradas homogéneas de más de cinco mil ejemplares con una calidad
estable. Esta limitación les obligó a externalizar sus encargos a los grandes
centros neurálgicos de la impresión como Leipzig, Dresde, Zúrich
o Berlín, donde operaban talleres de litografía, cromolitografía
y fototipia de gran escala capaces de satisfacer la demanda (Carrasco
Marqués, 2009; Riego Amézaga, 1997).
Esta dependencia estructural,
lejos de ser un freno, actuó como un acelerador de la modernización: hizo que
España adoptara rápidamente formatos, procesos técnicos y circuitos de
distribución ya consolidados en Centroeuropa, incorporándose a un circuito
tecnológicamente maduro antes incluso de haber consolidado una industria
gráfica nacional comparable (Carrasco Marqués, 2018; López Hurtado, 2013).
1892: El IV Centenario como
catalizador visual
Sobre este trasfondo de
dependencia técnica, la celebración del IV Centenario del Descubrimiento de
América en 1892 adquirió un papel estratégico indiscutible, actuando como
el evento disparador que conectó el nuevo marco técnico y mercantil europeo con
una gran narrativa nacional (Greenhalgh, 1988; Henkin, 1998). El Centenario
dotó de sentido temático a las primeras series postales españolas, ofreciendo
temas icónicos —Cristóbal Colón, América, Madrid capital, relatos del pasado
imperial— y espacios físicos —las Exposiciones Históricas, los itinerarios
conmemorativos— que eran fácilmente convertibles en motivos gráficos de
alto impacto.
El aparato organizador del
aniversario alimentó la circulación de estas imágenes, utilizándolas como
pruebas de presencia y eficaces herramientas de propaganda simbólica
(Greenhalgh, 1988; Henkin, 1998). A partir de este momento fundacional, la
tarjeta postal ilustrada dejó de ser una simple variación de la carta oficial
para convertirse en un verdadero lenguaje visual de la modernidad española,
un vehículo capaz de articular turismo, memoria, comercio y política en un
pequeño rectángulo de cartulina (Benjamin, 1936; Prochaska & Mendelson,
2010).
Los rastros de este arranque
titubeante pero decisivo se encuentran en los primeros ejemplares documentados.
Francisco Carreras y Candi señalaba ya en 1903 la existencia de dos fototipias
de Granada editadas en Alemania en 1890, con tiradas de unos 2.000
ejemplares que nunca llegaron a comercializarse, indicio de una fase aún
experimental del producto (Carreras y Candi, 1903). Paralelamente, el Hotel
Santa Catalina de Las Palmas de Gran Canaria encargó en 1892 postales
publicitarias a talleres suizos, evidenciando esa temprana externalización a
imprentas centroeuropeas con capacidad técnica superior. Estas piezas, impresas
en Zúrich por A. Thellung, circularon entre 1892 y 1895, principalmente hacia
Inglaterra, siendo el ejemplar más antiguo conocido uno fechado el 30 de marzo
de 1893 (Carrasco Marqués, 2009; Riego Amézaga, 1997).
Sin embargo, el
"incunable" por excelencia, el ejemplar más antiguo localizado de
tarjeta postal ilustrada española, es el célebre «Recuerdo de Madrid».
Impreso por la Fototipia Hauser y Menet y circulado el 21 de octubre de
1892 —franqueado con un sello del Pelón de diez céntimos—, esta tarjeta reúne
cuatro vistas de Madrid: la plaza de toros, la Carrera de San Jerónimo, la
Puerta del Sol y la calle de Alcalá (Carrasco Marqués, 2009). Su composición en
mosaico respondía al formato internacional Gruss aus («saludos desde»),
que desde finales de la década de 1880 había conquistado el mercado
centroeuropeo mediante tarjetas de múltiples viñetas que sintetizaban la
identidad visual de las ciudades (Carrasco Marqués, 2009; Riego Amézaga, 1997).
Poco después aparecería el «Recuerdo de Barcelona», también de Hauser y
Menet, replicando el esquema e incorporando el escudo municipal como emblema
urbano hacia 1894 (Carrasco Marqués, 2009).
El gigante industrial: La
hegemonía de Hauser y Menet
En el centro de este despegue se
situó la empresa Hauser y Menet. Fundada en Madrid en 1890 por los
suizos Óscar Hauser Müller y Adolfo Menet Kurstiner, la firma se convirtió pronto
en el referente técnico absoluto en el uso de la fototipia (Carrasco
Marqués, 2009; Riego Amézaga, 1997). Este procedimiento de impresión
fotomecánica sobre cristal o piedra, caracterizado por su gama tonal continua,
permitía tiradas amplias con una alta fidelidad visual inalcanzable para la
litografía tradicional, resultando ideal para la reproducción de vistas urbanas
y obras de arte (Twyman, 1998; Mustalish, 2000).
La empresa ensayó esta técnica en
un primer álbum sobre Madrid, cuya buena acogida impulsó proyectos más
ambiciosos como la colección «España Ilustrada», editada entre 1890 y
1899 (Carrasco Marqués, 2009; Phillips, 2000). Esta colección se benefició
crucialmente de la introducción de las placas secas de gelatino-bromuro,
que facilitaban la toma y conservación de negativos, nutriéndose de los
trabajos del fotógrafo Francisco Pérez Linares (Riego Amézaga, 1997; Newhall,
2002).
El verdadero despegue comercial
llegó en 1897 con la emisión de la Serie General. Inicialmente compuesta
por 690 postales dedicadas a vistas de ciudades, cuadros del Museo del Prado y
temática taurina, esta estrategia editorial manifestó una clara voluntad de sistematizar
la producción bajo parámetros formales homogéneos que facilitaban el
reconocimiento de marca (Carrasco Marqués, 2009; Carrasco Marqués, 2018; López
Hurtado, 2013). El sistema de numeración correlativa —inaugurado con una vista
de la basílica del Pilar en Zaragoza— permitía el control de inventario y
fomentaba el coleccionismo; hacia 1905, el catálogo superaba ya las 2.078
referencias (Carrasco Marqués, 2009). En 1899, diversificaron su oferta
editando veinte tarjetas basadas en ilustraciones costumbristas de la revista Blanco
y Negro, consolidando la hibridación entre arte gráfico y
comunicación epistolar (Carrasco Marqués, 2009; Riego Amézaga, 1997). Además,
la firma actuó como impresor de terceros, atendiendo encargos de fotógrafos
como Antonio Cánovas del Castillo (Kaulak), lo que evidencia su
centralidad en el mercado español y su doble condición de editor y taller de
referencia (Riego Amézaga, 1997; Carrasco Marqués, 2009).
Un mercado consolidado y diverso
Junto al gigante madrileño, otros
editores españoles como López Editor, M. Pujadas, Luis Tasso
o Fototipia Thomas densificaron el mapa de la producción postal en
ciudades como Barcelona, Madrid, Málaga o Valencia, especializándose en vistas
urbanas y tipos populares (Carrasco Marqués, 2009; Carrasco Marqués, 2018). A
este tejido nacional se sumó la influencia determinante de casas extranjeras
como Photoglob-Wehrli, Stengel & Co. o Dr. Trenkler Co.,
que introdujeron formatos avanzados como el Photochrom y las real
photo en bromuro, elevando los estándares de calidad del mercado (Archivo
Photoglob-Wehrli, 2025; Riego Amézaga, 1997).
Desde una perspectiva
sociológica, la postal se consolidó como una mediación clave entre ciudad,
turismo y comunicación cotidiana, aprovechando una red de distribución en
librerías, quioscos y estaciones ferroviarias que captaba el flujo de viajeros
como mercado cautivo (Riego Amézaga, 1997; Henkin, 1998). La reforma
postal de 1897 y el Reglamento de Correos de 1898, que fijó el tamaño
máximo en 14 × 9 cm, estandarizaron el formato a las normas de la Unión
Postal Universal, sentando las bases regulatorias definitivas (Guereña, 2005;
BNE, 2014; López Hurtado, 2013).
La oferta temática de este
periodo fundacional fue extraordinariamente diversa. Predominaron las vistas
urbanas y el patrimonio monumental —catedrales, palacios y ruinas—,
documentando sistemáticamente la geografía española (Comunidad de Madrid,
Archivos; Lara, 2005). A este corpus se sumaron líneas editoriales de gran
popularidad: los temas taurinos y la reproducción de obras de arte,
especialmente del Museo del Prado, que democratizaron el acceso visual a
la alta cultura (Alonso Robisco, 2019). Asimismo, el interés antropológico se
satisfizo mediante escenas de tipos populares y costumbrismo folklórico,
capturando modos de vida tradicionales ante el avance de la modernización
(Lara, 2005).
Hacia 1900, la industria nacional
había alcanzado dimensiones significativas con más de 140 casas editoras
(Todoliteratura, 2020). Destacaba la posición hegemónica de Hauser y Menet,
cuya producción mensual de medio millón de ejemplares y un catálogo de más de
2.000 referencias evidenciaban la magnitud del sector (Alonso Robisco, 2019).
Paralelamente, el coleccionismo se institucionalizó como práctica social
de las clases medias, generando redes de intercambio y publicaciones
especializadas como España Cartófila, transformando la postal de un
producto utilitario a un objeto cultural polivalente y documento histórico
(Tarjetas Hauser y Menet, Filatelia Digital; Riego Amézaga, 2011). Junto a
temáticas coyunturales como eventos políticos o desastres naturales, esta densa
red de editores e imágenes preparó el escenario para la inminente Edad de Oro
del postalismo español (Twyman, 1998; Carrasco Marqués, 2018; Prochaska &
Mendelson, 2010).
2.4. La
Edad de Oro del intercambio postal (1900-1914)
El período comprendido entre 1900
y 1914 representa la "Edad de
Oro" de la tarjeta postal ilustrada en España y Europa, fase de máximo
esplendor durante la cual este formato alcanzó su mayor difusión social,
diversificación temática, innovación técnica y significación cultural
(Mispostales, 2025). Durante estos años decisivos, la tarjeta postal se
consolidó como el primer sistema de
comunicación visual masiva de la era moderna, operando en la intersección
estratégica de la industria gráfica, la logística postal, el consumo cultural
urbano y el emergente turismo nacional e internacional (Carrasco Marqués, 2009;
Riego Amézaga, 1997). La lógica de la reproducción
mecánica convirtió a la imagen fotográfica en mercancía cultural seriada,
accesible y coleccionable, democratizando efectivamente el acceso a contenidos
visuales mediante economías de escala que prefiguraban los posteriores medios
de comunicación de masas del siglo XX (Benjamin, 1936).[26]
La modificación normativa más
trascendental de este período tuvo lugar en 1905, cuando la Unión Postal
Universal autorizó la división del
reverso de las tarjetas postales en dos secciones diferenciadas: una mitad
derecha destinada exclusivamente a consignar el nombre y dirección del
destinatario junto con el sello de franqueo, y una mitad izquierda reservada
para el mensaje escrito del remitente (Carrasco Marqués, 2018; Henkin, 1998).
Ese mismo año, la Dirección General de
Correos y Telégrafos del Ministerio de Gobernación español adoptó
formalmente esta modificación mediante Real Decreto, adaptándose al estándar
internacional que otros países europeos ya estaban implementando (Real Decreto,
1905; Carrasco Marqués, 2018). Esta aparentemente simple reorganización
espacial produjo consecuencias revolucionarias para el formato postal: por primera
vez, el anverso de la tarjeta
quedaba dedicado íntegra y exclusivamente a la imagen, liberado de toda función
textual o comunicativa (Carrasco Marqués, 2018).[26]
Esta liberación del anverso para uso exclusivamente visual transformó
radicalmente la naturaleza de la postal, que dejó de ser un híbrido incómodo
entre comunicación textual e ilustración marginal para convertirse en soporte visual puro que maximizaba el
impacto estético y documental de las fotografías (Riego Amézaga, 1997). Los
editores aprovecharon inmediatamente esta nueva configuración para aumentar el
tamaño de las imágenes, mejorar su calidad compositiva, experimentar con
diferentes tratamientos fotográficos, e introducir elementos gráficos
complementarios como marcos decorativos, tipografías artísticas para los
títulos, y créditos de fotógrafos o editores (Mispostales, 2025). La postal
adoptó así su configuración definitiva, que se mantendría prácticamente
invariable hasta la actualidad: anverso dedicado íntegramente a la imagen,
reverso dividido longitudinalmente con mitad derecha para dirección y sello,
mitad izquierda para correspondencia (Carrasco Marqués, 2018).[26]
El impacto de esta reforma sobre
el volumen de circulación postal fue
inmediato y espectacular. Las estadísticas disponibles evidencian un
crecimiento exponencial: en España, la circulación anual de tarjetas postales
pasó de aproximadamente 320.000 unidades a finales del siglo XIX a más de 100
millones en los dos primeros decenios del siglo XX (Lara, 2007). En Francia,
uno de los mercados más desarrollados, se calculaba que para 1902 circulaban
anualmente alrededor de mil millones de postales (Del Campo, 1903). Aunque esta
cifra pueda resultar algo exagerada, refleja fidedignamente la percepción
contemporánea de estar asistiendo a un fenómeno de comunicación masiva sin precedentes (Riego Amézaga, 2011). La
tarjeta postal había dejado definitivamente de ser un producto minoritario o
especializado para convertirse en medio de comunicación cotidiano utilizado por
amplias capas de la población urbana y, progresivamente, también rural
(Mispostales, 2025).[15][26][1]
El modelo empresarial de la industria postal española alcanzó durante
estos años su plena madurez. Hauser y Menet consolidó su posición dominante con
una producción que en 1905 alcanzaba los cinco millones de postales mensuales,
extraídas de un catálogo que superaba ya las 5.000 imágenes diferentes
cubriendo prácticamente toda la geografía española (Alonso Robisco, 2019). La
empresa había desarrollado un sistema de producción altamente racionalizado que
integraba todos los eslabones de la cadena de valor: contaba con fotógrafos
propios que recorrían sistemáticamente el territorio español documentando
ciudades, monumentos y paisajes; mantenía colaboraciones estables con
fotógrafos locales que aportaban vistas de sus respectivas regiones; operaba
talleres de fototipia equipados con la tecnología más avanzada disponible;
disponía de redes de distribución comercial que incluían tanto venta directa
desde sus instalaciones como acuerdos con librerías, papelerías y kioscos de
toda España; y había establecido sistemas de exportación que introducían sus
productos en mercados latinoamericanos y europeos (Pares, Archivos Españoles).[10]
Entre los fotógrafos colaboradores de Hauser y Menet destacaron figuras como
Antonio Cánovas del Castillo y Vallejo, más conocido por su pseudónimo Káulak, cuyas series de postales
artísticas alcanzaron enorme popularidad: se afirmaba en 1902 que su serie
"Quién supiera escribir" había vendido doscientas mil tarjetas, cifra
extraordinaria que evidenciaba el potencial comercial de las postales fotográficas
de calidad artística superior (Riego Amézaga, 2011). Otros colaboradores
significativos fueron los fotógrafos Franzen
y Company, que aportaban vistas
específicas de diversas regiones españolas (Alonso Robisco, 2019). Esta
estrategia de combinar producción propia con colaboraciones externas permitía a
Hauser y Menet mantener un catálogo extraordinariamente amplio y actualizado
sin necesidad de asumir directamente todos los costes de documentación
fotográfica (Pares, Archivos Españoles).[1][10]
La competencia en el mercado
postal español se intensificó notablemente durante esta década. Fototipia Thomas de Barcelona, bajo la
dirección de Josep Thomas i Bigas, desarrolló un extenso catálogo especializado
inicialmente en Cataluña pero que progresivamente se extendió a otras regiones
españolas (Alonso Robisco, 2019). La empresa produjo negativos fotográficos de
formato grande (90 x 145 mm aproximadamente) específicamente destinados a la
edición de postales, alcanzando una numeración que superaba las 10.000
referencias diferentes (Alonso Robisco, 2019). Laurent, heredero de la tradición del fotógrafo decimonónico J.
Laurent, mantenía su prestigio especializado en reproducciones de obras de arte
y vistas monumentales de alta calidad (Todoliteratura, 2020). Fototipia Castañeira, también
establecida en Madrid, se posicionaba como alternativa competitiva en precio y
calidad (Alonso Robisco, 2019). Junto a estos grandes editores nacionales,
proliferaron multitud de editores
regionales y locales que cubrían ámbitos geográficos específicos:
prácticamente cada ciudad española de cierta importancia contaba con al menos
un fotógrafo-editor que producía postales de su localidad y su entorno
inmediato (Lara, 2005).[24][25][10]
Paralelamente a los grandes
editores especializados, surgió un fenómeno de producción de postales fotográficas únicas o de tirada
muy limitada realizadas por fotógrafos aficionados que utilizaban papel
sensible con formato y disposición postal preimpresos (Riego Amézaga, 2011).
Los fabricantes de material fotográfico comercializaban papel postal sensible que incluía ya en el reverso los espacios
normalizados para dirección, sello y mensaje, permitiendo así que cualquier
fotógrafo aficionado con capacidad de positivado pudiera producir sus propias
postales fotográficas (Riego Amézaga, 2011). Estas postales
"artesanales" circulaban habitualmente como piezas únicas enviadas a
familiares o amigos, documentando acontecimientos personales, reuniones
familiares, excursiones, o simplemente escenas cotidianas que el fotógrafo
consideraba dignas de registro y comunicación (Riego Amézaga, 2011). Aunque
marginales desde el punto de vista cuantitativo, estas postales
"privadas" o "domésticas" constituyen testimonios
históricos de extraordinario valor por su carácter espontáneo y su capacidad
para documentar aspectos de la vida cotidiana que los editores comerciales
generalmente ignoraban (Riego Amézaga, 2011).[1]
La diversificación temática de las postales alcanzó durante estos años
su máxima amplitud. Junto a las categorías ya consolidadas —vistas urbanas,
monumentos, tipos populares, reproducciones artísticas— aparecieron múltiples
temáticas nuevas o ampliadas. Las postales
de acontecimientos documentaban visitas reales, inauguraciones de
infraestructuras, exposiciones universales o regionales, desastres naturales,
manifestaciones políticas y prácticamente cualquier suceso que generara interés
informativo (Lara, 2005). Las postales
publicitarias se consolidaron como soporte efectivo para promocionar
productos comerciales, establecimientos hoteleros, balnearios, estaciones
termales, empresas de transporte y todo tipo de negocios que buscaban atraer
clientela (Mispostales, 2025). Las postales
de fantasía desplegaban creatividad artística mediante composiciones
elaboradas, fotomontajes, coloreados a mano, aplicaciones de purpurina,
relieves, perforaciones decorativas y toda suerte de efectos especiales que
convertían a la postal en pequeña obra de arte popular (Riego Amézaga, 2011).[25][26][1]
Las postales patrióticas celebraban símbolos nacionales,
acontecimientos históricos, glorias militares y todo aquello que contribuyera a
reforzar sentimientos de identidad colectiva (Mispostales, 2025). Las postales sentimentales expresaban
emociones codificadas mediante combinaciones de flores, símbolos románticos,
escenas bucólicas y textos poéticos preimpresos que facilitaban la comunicación
de afectos en una época en que las convenciones sociales restringían la
expresión emocional directa (Riego Amézaga, 2011). Las postales infantiles presentaban niños disfrazados, escenas de
juegos, composiciones de temática escolar o simplemente imágenes consideradas
"bonitas" o "tiernas" según los gustos estéticos de la
época (Alonso Robisco, 2019). Las postales
humorísticas utilizaban caricaturas, escenas cómicas, chistes visuales y
sátira social más o menos suave para entretener y divertir (Lara, 2005).[26][25][10][1]
El coleccionismo postal alcanzó durante estos años su máxima
intensidad, convirtiéndose en práctica social ampliamente extendida que
atravesaba clases sociales y generaba sus propias instituciones, publicaciones
y mercados especializados (Riego Amézaga, 2011). Los álbumes de postales se convirtieron en elementos habituales de los
hogares burgueses, ocupando lugares similares a los que anteriormente habían
correspondido a los álbumes de cartes de visite (Yeves Andrés, 2017). El intercambio de postales entre
coleccionistas de diferentes países generó redes internacionales de
comunicación que prefiguraban claramente los posteriores fenómenos de las redes
sociales digitales: personas desconocidas entre sí establecían contacto regular
mediante el envío recíproco de postales, compartiendo imágenes de sus
respectivos países, comentando las características de los ejemplares recibidos,
solicitando postales específicas de temas o lugares determinados, e incluso
desarrollando amistades epistolares mantenidas exclusivamente mediante tarjetas
postales (Riego Amézaga, 2011).[2][1]
La cartofilia, término acuñado para designar el coleccionismo
sistemático de tarjetas postales, generó revistas especializadas, sociedades de
coleccionistas, exposiciones temáticas y un mercado secundario de compraventa
de ejemplares raros o antiguos (Riego Amézaga, 2011). En España circulaban
publicaciones como "España Cartófila", que informaba sobre novedades
editoriales, ofrecía espacios para anuncios de intercambio, publicaba artículos
sobre historia postal y funcionaba como órgano de cohesión de la comunidad de
coleccionistas españoles (Tarjetas Hauser y Menet). Este fenómeno de
coleccionismo masivo resulta particularmente significativo desde la perspectiva
histórica porque democratizó prácticas que anteriormente habían sido exclusivas
de élites cultivadas: la construcción de archivos visuales personales, la
documentación sistemática de realidades geográficas y culturales diversas, el
establecimiento de correspondencias internacionales, y la participación en
comunidades de interés basadas en afinidades culturales más que en proximidad
física (Riego Amézaga, 2011).[23][1]
La función documental de la tarjeta postal alcanzó durante estos años
plena madurez y conciencia explícita: editores, fotógrafos y consumidores eran
plenamente conscientes de que las postales constituían un registro visual
sistemático de la realidad contemporánea que tendría valor histórico futuro
(Guereña, 2004). Esta consciencia documental se reflejaba en la exhaustividad
con que se fotografiaban ciudades enteras —no sólo monumentos principales sino
también calles secundarias, barrios periféricos, mercados, estaciones de
ferrocarril, puentes, fuentes públicas—, en la atención prestada a oficios
tradicionales y modos de vida que ya entonces se percibían como amenazados por
la modernización, y en el cuidado con que muchos editores databan y localizaban
precisamente sus imágenes (Lara, 2005). Gracias a esta exhaustividad
documental, las postales de esta época constituyen hoy un archivo visual
insustituible para el estudio de la historia urbana, la arquitectura, las
costumbres sociales, la indumentaria, los transportes, las actividades
económicas y prácticamente todos los aspectos de la vida española de comienzos
del siglo XX (Guereña, 2004).[25][13]
Esta Edad de Oro se vio
abruptamente interrumpida por el estallido de la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914, acontecimiento que
transformaría radicalmente las condiciones materiales, técnicas y culturales de
la producción y circulación postal (López Torán, 2021).[27]
2.5.
Guerra, crisis y transformaciones (1914-1919)
El estallido de la Primera Guerra Mundial en agosto de
1914 marcó un punto de inflexión decisivo en la historia de la tarjeta postal
europea, interrumpiendo abruptamente la fase de expansión continua que había
caracterizado los quince años anteriores e inaugurando un período de profundas
transformaciones que afectaron simultáneamente a las condiciones de producción,
los usos sociales, las funciones comunicativas y el contenido iconográfico del
medio postal (López Torán, 2021). Aunque España permaneció neutral durante todo
el conflicto, evitando así las devastaciones materiales y humanas que asolaron
a los países beligerantes, la industria postal española no quedó inmune a las
repercusiones indirectas de la conflagración: las disrupciones en el comercio
internacional, las dificultades de aprovisionamiento de materias primas, las
alteraciones en las redes postales europeas y las transformaciones en la
demanda de postales afectaron significativamente al sector (López Torán, 2021).[27]
En los países beligerantes, la guerra generó paradójicamente el momento de
máxima circulación de tarjetas
postales de toda la historia del medio: se alcanzaron cifras sin precedentes
motivadas fundamentalmente por la necesidad de mantener contacto regular entre
los millones de soldados movilizados en los frentes y sus familiares en la
retaguardia (López Torán, 2021). Las administraciones militares de todos los
países combatientes establecieron servicios
postales de campaña específicamente diseñados para canalizar este flujo
masivo de correspondencia, reconociendo correctamente que el mantenimiento de
los lazos afectivos con el hogar constituía un factor crucial para la moral de
las tropas (Gil, 2017). Las tarjetas postales resultaban particularmente
adecuadas para esta comunicación de guerra: su formato breve se ajustaba
perfectamente a las condiciones de escritura en trincheras y campamentos; su
menor peso y volumen comparado con las cartas facilitaba su transporte en las
complicadas cadenas logísticas militares; y su coste reducido las hacía
accesibles incluso para soldados de extracción humilde (López Torán, 2021).[28][27]
Las postales militares desarrolladas durante la guerra presentaban
características específicas determinadas por las condiciones bélicas. Muchas
circulaban como franquicia militar,
es decir, sin coste alguno para el remitente, beneficio que las autoridades
otorgaban a los soldados para facilitar su comunicación con la retaguardia
(Gil, 2017). El diseño incorporaba frecuentemente menciones preimpresas como
"Correspondance des Armées" en Francia o equivalentes en otros
idiomas, identificando claramente su procedencia militar (Todocolección,
Postales Primera Guerra Mundial). Las imágenes presentaban temáticas relacionadas
con el conflicto: retratos de militares, escenas de vida en el frente (siempre
convenientemente edulcoradas para no desmoralizar), celebraciones de victorias,
homenajes a héroes caídos, símbolos patrióticos, alegorías de la victoria y
todo el repertorio iconográfico de la propaganda
bélica (López Torán, 2021).[29][28][27]
La censura militar constituía un elemento omnipresente en la
correspondencia postal de guerra. Todas las potencias beligerantes
establecieron sistemas de control sistemático del correo militar, tanto del
emanado desde el frente hacia la retaguardia como del dirigido desde la
retaguardia hacia las zonas de operaciones (Gil, 2017). Los mensajes escritos
en las postales eran examinados por censores militares que tachaban o
eliminaban cualquier información que pudiera resultar útil al enemigo:
referencias específicas a localizaciones de unidades, menciones de movimientos
de tropas, descripciones de fortificaciones, comentarios sobre moral o estado
de las fuerzas, críticas a mandos o autoridades (Gil, 2017). Las postales
censuradas llevaban habitualmente sellos
o marcas de censura que atestiguaban su revisión por las autoridades
militares (Gil, 2017). Esta censura se extendía también al contenido visual:
estaba prohibida la circulación de postales con imágenes que pudieran revelar
información táctica o estratégica, razón por la cual aparecieron las
denominadas "postales de
campaña" sin ilustraciones, consistentes en simples tarjetas con el
reverso dividido para correspondencia y dirección pero con el anverso
completamente en blanco (Núñez-Herrador, 2019).[30][28]
En España, aunque la neutralidad preservó al país de
participar directamente en el conflicto, la guerra tuvo consecuencias
económicas significativas que afectaron a la industria postal. Las disrupciones en el comercio internacional
dificultaron el aprovisionamiento de ciertas materias primas necesarias para la
producción de postales: algunos tipos específicos de cartulina, productos
químicos para el procesamiento fotográfico, tintas de impresión de calidad
superior (López Torán, 2021). Las alteraciones
en las redes postales europeas complicaron la distribución internacional de
postales españolas y redujeron el flujo de postales extranjeras hacia España
(López Torán, 2021). La interrupción del
turismo internacional, consecuencia directa del conflicto, eliminó
prácticamente uno de los mercados más dinámicos para la postal: los turistas
europeos que visitaban España y adquirían postales como recuerdos o para enviar
a sus países de origen (López Torán, 2021).[27]
Sin embargo, estos efectos
negativos quedaron parcialmente compensados por algunos factores favorables
derivados de la posición neutral española. España se convirtió en país de tránsito para correspondencia
entre países beligerantes de bandos opuestos, generando ingresos adicionales
para el sistema postal español (Gil, 2017). La industria española experimentó
cierta sustitución de importaciones:
productos que anteriormente se importaban desde países europeos ahora en guerra
comenzaron a producirse localmente, incluyendo algunos materiales relacionados
con la industria gráfica (López Torán, 2021). El turismo interno experimentó cierto crecimiento como sustituto del
turismo internacional interrumpido, beneficiando a editores de postales de
destinos turísticos españoles (López Torán, 2021).[28][27]
La temática de las postales españolas durante el período 1914-1919
mantuvo en general las líneas ya consolidadas antes de la guerra —vistas
urbanas, monumentos, tipos populares, temas taurinos— pero incorporó también
algunas novedades relacionadas indirectamente con el conflicto. Aparecieron
postales documentando la presencia en España de refugiados procedentes de países en guerra, especialmente belgas y
franceses que habían huido de las zonas ocupadas (López Torán, 2021). Se editaron
postales relacionadas con acontecimientos
de solidaridad como colectas benéficas, hospitales para heridos de guerra
establecidos en territorio español, o actividades de la Cruz Roja (López Torán,
2021). Circularon también postales de propaganda
política relacionadas con los debates sobre la posición española ante el
conflicto, reflejando las tensiones entre aliadófilos y germanófilos que
caracterizaron estos años (López Torán, 2021).[27]
La calidad técnica de la producción postal española durante estos años
tendió a mantenerse estable, beneficiándose España de no sufrir las
destrucciones materiales que afectaron a la industria gráfica de los países
beligerantes. Hauser y Menet continuó produciendo postales de alta calidad fotográfica
mediante fototipia, aunque posiblemente con volúmenes de producción algo
reducidos respecto al período anterior (Pares, Archivos Españoles). Los
editores regionales y locales mantuvieron sus catálogos, actualizándolos
periódicamente con nuevas vistas cuando las transformaciones urbanas lo
requerían (Lara, 2005). La coloración a
mano o mediante anilinas transparentes aplicadas sobre las fototipias
monocromáticas continuó siendo una práctica habitual, añadiendo atractivo
visual a las postales y diferenciándolas de la competencia (Núñez-Herrador,
2019).[30][25][10]
El final de la guerra en
noviembre de 1918, seguido por la pandemia
de gripe española de 1918-1919 que afectó severamente a España precisamente
por su neutralidad (no había desarrollado inmunidad de grupo como los países
beligerantes), inauguró un período de transición complejo hacia las condiciones
de la posguerra (López Torán, 2021). La reactivación de las comunicaciones
postales internacionales, la reanudación gradual del turismo europeo, y la
normalización de los mercados de materias primas permitieron una recuperación
inicial de la industria postal (López Torán, 2021). Sin embargo, pronto se
haría evidente que las transformaciones culturales, sociales y tecnológicas
aceleradas por la guerra habían alterado permanentemente las condiciones del
mercado postal, inaugurando una nueva fase caracterizada por desafíos
estructurales crecientes (López Torán, 2021).[27]
2.6.
Crisis de los años veinte y adaptación empresarial (1920-1931)
La década de 1920 representó para
la industria postal española un
período ambivalente caracterizado simultáneamente por la normalización
posconflicto, la persistencia de ciertos indicadores de vitalidad sectorial,
pero también por la emergencia de crisis
estructurales y tensiones competitivas que anticipaban el declive del
modelo clásico de tarjeta postal ilustrada (Núñez-Herrador, 2019). Aunque las
condiciones materiales se habían normalizado tras el final de la Primera Guerra
Mundial y la crisis pandémica de la gripe española, múltiples factores
convergentes comenzaron a erosionar las bases del extraordinario éxito que el
formato postal había experimentado durante las dos décadas anteriores (López
Torán, 2021). Estos factores incluían cambios
en las prácticas comunicativas derivados de la expansión de la telefonía y
la telegrafía, la aparición de nuevos medios
visuales competidores como el cine y las revistas gráficas ilustradas con
fotografía directa, transformaciones en los gustos estéticos que hacían que ciertos estilos postales parecieran
anticuados, y crisis económicas periódicas que afectaban al consumo de bienes
culturales no esenciales (Núñez-Herrador, 2019).[30][27]
La producción cuantitativa de postales durante los años veinte
presenta un panorama complejo que dificulta generalizaciones simples. Algunos
indicadores sugieren cierta continuidad de la vitalidad sectorial: Hauser y
Menet continuaba siendo una empresa activa y relativamente próspera, aunque el
envejecimiento y retiro de Oscar Hauser a Suiza en 1919 por motivos de salud
introdujo cambios en la dirección empresarial, quedando Adolfo Menet como único
responsable hasta su fallecimiento en 1927 (Pares, Archivos Españoles). La
empresa siguió produciendo tarjetas postales durante toda la década, aunque
probablemente con volúmenes inferiores a los de la fase de máxima expansión
anterior a 1914 (Pares, Archivos Españoles). Otros editores como Fototipia Thomas en Barcelona
mantuvieron también actividad significativa: la empresa de Lucien Roisin (1884-1943), fotógrafo francés establecido en
Barcelona con tienda propia en las Ramblas denominada "La casa de la
postal", desarrolló un extenso trabajo fotográfico que recogía imágenes de
toda la geografía española, especialmente durante las décadas de 1920 y 1930
(Alonso Robisco, 2019).[10]
Roisin ejemplifica un modelo
empresarial característico de esta época: aunque muchas de las imágenes las
obtenía directamente mediante su propia actividad fotográfica, también
trabajaba sistemáticamente con fotógrafos
locales que le vendían los clichés de sus respectivas regiones,
permitiéndole así construir un catálogo geográficamente exhaustivo sin
necesidad de realizar personalmente toda la cobertura territorial (Alonso
Robisco, 2019). Este modelo de "editor-distribuidor" que integra
producción propia con adquisición de fondos externos se consolidó durante los
años veinte como estrategia empresarial dominante, desplazando al modelo
anterior de productores verticalmente integrados que controlaban directamente
todas las fases de la cadena de valor (Archivo Zaragoza, Roisin). La fragmentación del mercado aumentó
notablemente: frente a los grandes editores nacionales que habían dominado el
período anterior, proliferaron multitud de pequeños editores regionales o
locales que cubrían ámbitos geográficos específicos con tiradas limitadas
(Militariasf, 2023).[31][32][10]
Sin embargo, diversos indicadores
evidencian también tensiones y
dificultades crecientes. La calidad
técnica de muchas postales editadas durante los años veinte presenta
degradación visible respecto al período anterior: las fototipias pierden
nitidez y detalle, los coloreados resultan más toscos y menos cuidados, los
soportes de cartulina tienden a ser de gramaje inferior, y el acabado general
evidencia recortes de costes (Núñez-Herrador, 2019). Esta degradación
cualitativa respondía probablemente a presiones
competitivas en un mercado progresivamente saturado, donde los editores
intentaban mantener rentabilidad mediante reducción de costes de producción que
inevitablemente afectaba a la calidad final (Núñez-Herrador, 2019). Las innovaciones técnicas que habían
caracterizado el período anterior —experimentación con nuevos procedimientos
fotomecánicos, incorporación de efectos especiales, perfeccionamiento continuo
de la calidad de reproducción— prácticamente desaparecieron, evidenciando
cierta fosilización del formato
postal que perdía dinamismo innovador (Núñez-Herrador, 2019).[30]
Los hábitos de consumo postal también experimentaron transformaciones
significativas durante esta década. El coleccionismo
sistemático, que había sido motor fundamental de la demanda durante la Edad
de Oro, parece haber perdido parte de su intensidad: las publicaciones
especializadas en cartofilia redujeron su periodicidad o desaparecieron, las
sociedades de coleccionistas perdieron actividad, y el intercambio
internacional de postales disminuyó notablemente (Riego Amézaga, 2011). Esta
reducción del coleccionismo reflejaba probablemente una combinación de factores:
la saturación derivada de dos décadas de acumulación masiva de postales, la
aparición de nuevas formas de coleccionismo que competían por el tiempo y
recursos de los aficionados (cromos, sellos temáticos, fotografías
comerciales), y cambios generacionales en los gustos culturales que hacían que
el coleccionismo postal pareciera práctica anticuada asociada a la generación
anterior (Riego Amézaga, 2011).[1]
El uso comunicativo de la tarjeta postal también enfrentó competencia
creciente de medios alternativos. La expansión de la telefonía urbana durante los años veinte proporcionaba un medio de
comunicación instantánea que, aunque sustancialmente más costoso que la postal,
resultaba preferible para ciertos tipos de mensajes urgentes o que requerían
respuesta inmediata (López Torán, 2021). El desarrollo de la telegrafía comercial accesible ofrecía
otra alternativa para comunicaciones breves de carácter urgente (López Torán,
2021). Más significativamente, la consolidación de las revistas ilustradas con fotografía directa, facilitada por los
avances en la impresión rotativa de fotograbado, proporcionaba un medio de
información visual mucho más actualizado y dinámico que las postales,
erosionando así su función documental-informativa (Riego Amézaga, 2011).[27][1]
La temática de las postales durante los años veinte presentó cierta
evolución respecto al período anterior. Las vistas urbanas continuaron
dominando numéricamente, pero reflejaban ahora las transformaciones urbanas aceleradas que caracterizaron este
período: nuevas avenidas, edificios modernistas o racionalistas,
infraestructuras de tranvías o autobuses, estadios deportivos, instalaciones
industriales (Archivo Zaragoza, Roisin). Esta documentación del proceso de
modernización urbana constituye hoy uno de los valores históricos más
significativos de las postales de esta época, al registrar paisajes urbanos que
posteriormente serían completamente transformados (Archivo Zaragoza, Roisin).
Las postales costumbristas
mantuvieron su presencia, pero comenzaron a adquirir un tono progresivamente nostálgico, documentando modos de vida
tradicionales que se percibían como amenazados o ya desaparecidos
(Núñez-Herrador, 2019).[31][30]
Las postales turísticas asociadas a destinos vacacionales
experimentaron cierto crecimiento durante esta década, reflejando el desarrollo
incipiente del turismo nacional español y la recuperación gradual del turismo
internacional europeo tras la guerra (Archivo Zaragoza, Roisin). Balnearios,
estaciones termales, playas del norte (especialmente San Sebastián y
Santander), y algunos destinos de montaña fueron objeto de series postales
específicamente orientadas a promover el turismo (Archivo Zaragoza, Roisin).
Sin embargo, este desarrollo turístico-postal quedaba todavía muy limitado
comparado con lo que caracterizaría décadas posteriores: el turismo seguía
siendo fundamentalmente actividad de élites urbanas, y el turismo internacional
masivo hacia España no se desarrollaría hasta después de 1950 (Núñez-Herrador,
2019).[31][30]
Durante la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), la tarjeta postal
adquirió ocasionalmente dimensiones de propaganda política oficial. Se editaron
postales conmemorando inauguraciones de obras públicas impulsadas por el
régimen —carreteras, pantanos, ferrocarriles— presentándolas como expresión del
progreso material y la modernización nacional que el directorio militar
afirmaba estar promoviendo (Núñez-Herrador, 2019). Aparecieron postales con
retratos del dictador y otros jerarcas del régimen, distribuidas frecuentemente
de forma semi-oficial en actos y celebraciones gubernamentales (Núñez-Herrador,
2019). Las postales documentaron también exposiciones
internacionales como la de Barcelona en 1929, acontecimiento de proyección
internacional que generó amplia producción postal tanto oficial como comercial
(Archivo Zaragoza, Roisin).[31][30]
Hacia el final de la década, la
crisis económica internacional desencadenada por el crack bursátil de 1929 afectó también a España, aunque con menor
intensidad que en países más industrializados (Núñez-Herrador, 2019). La
contracción del consumo asociada a la recesión económica impactó negativamente
en bienes culturales no esenciales como las postales, reduciendo tanto la
demanda de consumo corriente como el coleccionismo (Núñez-Herrador, 2019). La
caída de la Dictadura en 1930 y la crisis política subsiguiente que culminaría
en la proclamación de la Segunda República en abril de 1931 generaron un
período de incertidumbre que tampoco favorecía las inversiones en la industria
postal (Wikipedia, Segunda República). En este contexto de crisis múltiples
—económica, política, sectorial— la industria postal española llegaba al umbral
de los años treinta en situación de debilidad estructural que condicionaría su
evolución durante la década siguiente (Núñez-Herrador, 2019).[33][30]
2.7.
Segunda República y Guerra Civil: postales políticas e ideológicas (1931-1939)
La proclamación de la Segunda República el 14 de abril de
1931 inauguró un período político intenso y conflictivo que se reflejaría
inmediatamente en la producción y circulación de tarjetas postales, adquiriendo
éstas dimensiones explícitamente políticas
e ideológicas que anteriormente habían permanecido generalmente latentes o
marginales (Wikipedia, Segunda República). Durante los años republicanos
anteriores a la Guerra Civil (1931-1936), las postales documentaron
transformaciones políticas, sociales y culturales del nuevo régimen, sirvieron
como vehículos de propaganda de las diversas fuerzas políticas que competían
por la hegemonía ideológica, y registraron las crecientes tensiones que
desembocarían en la explosión bélica de julio de 1936 (Núñez-Herrador, 2019).
La Guerra Civil (1936-1939) convertiría definitivamente a la tarjeta postal en instrumento de propaganda política y
movilización ideológica, función que desplazaría prácticamente todas las
demás y que marcaría profundamente la producción postal de estos años (López
Torán, 2021).[33][30][27]
Los primeros meses republicanos
generaron una efímera pero significativa producción de postales conmemorativas del cambio de régimen. Se editaron postales
con la nueva bandera tricolor
republicana —roja, amarilla y morada— que sustituía a la bicolor monárquica
(Wikipedia, Segunda República). Aparecieron postales con retratos de los
principales dirigentes republicanos: Niceto Alcalá-Zamora (presidente de la
República), Manuel Azaña (presidente del gobierno durante el primer bienio), y
otros próceres del nuevo régimen (Filateliahobby, 2025). Las postales
documentaron celebraciones populares de la proclamación republicana,
manifestaciones multitudinarias, actos de afirmación del nuevo orden político
(Wikipedia, Segunda República). Los enteros
postales oficiales fueron rápidamente modificados para eliminar la
simbología monárquica y sustituirla por emblemas republicanos: se habilitaron
con la palabra "República" las tarjetas que todavía llevaban
simbología de Alfonso XIII, y posteriormente se emitieron nuevos enteros con
diseño específicamente republicano (Filateliahobby, 2025).[34][33]
Sin embargo, esta fase inicial de
entusiasmo republicano documentada
postalmente resultó efímera. Las profundas divisiones ideológicas que
atravesaban la sociedad española se reflejaron rápidamente en la producción
postal: las distintas familias políticas republicanas, socialistas,
anarquistas, comunistas, nacionalistas regionales y las fuerzas conservadoras y
católicas hostiles al nuevo régimen desarrollaron cada una su propia propaganda postal (Wikipedia, Segunda
República). Durante el primer bienio (1931-1933), dominado por la coalición
republicano-socialista de Manuel Azaña, circularon postales defendiendo las
reformas impulsadas por el gobierno: la reforma agraria, la reforma militar, la
legislación laica, el Estatuto de autonomía catalán (Wikipedia, Segunda
República). Las fuerzas conservadoras y católicas, movilizadas especialmente
contra las medidas anticlericales del gobierno, respondieron con su propia
propaganda postal defendiendo los derechos de la Iglesia y denunciando las
"persecuciones" religiosas (Wikipedia, Segunda República).[33]
El segundo bienio (1933-1935), caracterizado por el gobierno de
derechas de la CEDA y el Partido Radical, generó intensificación adicional de
la polarización postal. Las postales documentaron acontecimientos traumáticos
como la Revolución de Asturias de
octubre de 1934, presentada por la derecha como evidencia de la amenaza
revolucionaria y por la izquierda como resistencia heroica contra el fascismo
(Wikipedia, Segunda República). La propaganda postal se hizo progresivamente
más agresiva, utilizando imágenes de iglesias quemadas, víctimas de violencia,
movilizaciones de masas, símbolos amenazadores, en un proceso de radicalización discursiva que
envenenaba el clima político (Wikipedia, Segunda República). Las elecciones de
febrero de 1936, que darían el triunfo al Frente
Popular de izquierdas, fueron precedidas de intensa campaña donde las
postales jugaron cierto papel como vehículos de mensajes políticos (Wikipedia,
Segunda República).[33]
El estallido de la Guerra Civil el 17-18 de julio de 1936
tras el golpe militar parcialmente fracasado transformó radicalmente el
significado y las funciones de la tarjeta postal, que se convirtió en instrumento privilegiado de propaganda
bélica en ambos bandos (López Torán, 2021). La división territorial de
España entre la zona republicana y la zona sublevada generó dos sistemas
postales separados y hostiles, cada uno con su propia producción de tarjetas
orientada a sostener el esfuerzo bélico propio y desmoralizar al adversario
(Gil, 2017). La tarjeta postal de guerra cumplía múltiples funciones
simultáneas: mantenía la comunicación entre combatientes y retaguardia,
reforzaba la cohesión ideológica mediante propaganda visual, documentaba
supuestos logros militares o atrocidades enemigas, movilizaba apoyo
internacional, y registraba visualmente acontecimientos y transformaciones del
período bélico (López Torán, 2021).[28][27]
En la zona republicana, la producción postal de guerra presentó gran
diversidad derivada de la fragmentación del poder político durante los primeros
meses del conflicto. Diversos organismos, partidos políticos, sindicatos,
milicias, instituciones autonómicas y autoridades locales editaron sus propias
postales, resultando en una variedad iconográfica y discursiva extraordinaria
que ha sido objeto de catalogación especializada (Edifil, Catálogo Postales
Guerra Civil). Las postales republicanas desplegaban el repertorio completo de
la propaganda antifascista:
milicianos y milicianas empuñando fusiles en actitud combativa, trabajadores y
campesinos movilizados para la producción bélica, denuncias de la intervención
extranjera fascista (alemana e italiana) apoyando a los sublevados,
llamamientos a la resistencia popular, celebraciones de victorias militares
(especialmente la defensa de Madrid), homenajes a héroes y mártires de la causa
republicana (López Torán, 2021).[35][27]
La iconografía reflejaba las
distintas culturas políticas que coexistían y competían en la zona republicana:
las postales anarquistas (editadas por la CNT-FAI) enfatizaban temas de
revolución social, colectivizaciones, abolición del Estado y protagonismo de
las milicias populares; las postales comunistas (del PCE) promovían disciplina
militar, ejército popular regular, resistencia antifascista y solidaridad con
la Unión Soviética; las postales socialistas destacaban la unidad obrera y la
defensa de la democracia; las postales editadas por el gobierno vasco o la
Generalitat de Cataluña combinaban defensa republicana con afirmación de
identidades nacionales periféricas (López Torán, 2021). Esta pluralidad
iconográfica y discursiva constituye uno de los valores históricos más
significativos de las postales republicanas, al documentar la compleja constelación
de fuerzas políticas que caracterizó a la República en guerra (Edifil, Catálogo
Postales Guerra Civil).[35][27]
En la zona sublevada, la producción postal presentaba mucha mayor
homogeneidad, reflejando la estructura de poder más centralizada y jerárquica
establecida progresivamente bajo el mando del general Francisco Franco. Las
postales franquistas desplegaban el
repertorio de la propaganda nacional-católica: símbolos religiosos (especialmente
el Sagrado Corazón), imágenes de Franco y otros jefes militares sublevados,
glorificación del ejército y la Falange, denuncias de supuestas atrocidades
"rojas", celebraciones de ocupaciones de ciudades, y construcción de
una narrativa legitimadora del alzamiento presentado como "Cruzada"
de liberación nacional contra el comunismo ateo (Núñez-Herrador, 2019). La
iconografía enfatizaba temas de orden, disciplina, tradición, catolicismo y
unidad nacional frente al presunto caos, indisciplina, ateísmo y disgregación
que caracterizarían a la zona republicana (Núñez-Herrador, 2019).[30]
Las postales de campaña sin ilustraciones, mencionadas anteriormente en
el contexto de la Primera Guerra Mundial, reaparecieron masivamente durante la
Guerra Civil española. Estas tarjetas, que presentaban el reverso dividido para
correspondencia, pero el anverso completamente en blanco, respondían a
imperativos de seguridad militar:
las autoridades de ambos bandos prohibían la circulación de postales con
imágenes de localidades, fortificaciones, concentraciones de tropas o cualquier
otro elemento que pudiera proporcionar información de inteligencia al enemigo
(Núñez-Herrador, 2019). Las postales de campaña llevaban frecuentemente
impresos mensajes genéricos de tono patriótico-propagandístico, pero sin
imágenes identificables (Colectalia, Tarjetas Postales). Todas las postales,
tanto ilustradas como de campaña, estaban sometidas a censura rigurosa: marcas de censura militar, sellos de revisión,
tachaduras de contenidos considerados inapropiados son elementos habituales en
la correspondencia postal de guerra de ambos bandos (Gil, 2017).[36][28][30]
La calidad técnica de las postales de guerra presenta en general
degradación significativa respecto a períodos anteriores. Las condiciones
bélicas —escasez de materias primas, destrucción de instalaciones industriales,
desorganización de sistemas de producción y distribución— afectaron severamente
a la industria gráfica (López Torán, 2021). Muchas postales de guerra presentan
reproducción de baja calidad, impresión defectuosa, soportes de cartulina de
gramaje insuficiente y acabados toscos que evidencian las condiciones
materiales precarias de su producción (Núñez-Herrador, 2019). Sin embargo,
precisamente este carácter de producción
de urgencia confiere a estas postales valor testimonial especial:
documentan no sólo los contenidos propagandísticos explícitos sino también,
indirectamente, las condiciones materiales de la guerra mediante sus propias
limitaciones técnicas (López Torán, 2021).[30][27]
El final de la guerra en abril de
1939 con la victoria del bando sublevado cerró abruptamente la producción
postal republicana e inauguró la fase del franquismo,
durante la cual la postal experimentaría transformaciones adicionales que
consumarían su declive como medio de comunicación visual masiva
(Núñez-Herrador, 2019).[30]
2.8.
Declive del modelo clásico y nuevas tendencias (desde 1939)
La victoria franquista en abril de 1939 inauguró un período histórico
radicalmente diferente que afectaría profundamente a todas las manifestaciones
de la cultura visual española, incluida la tarjeta postal (Núñez-Herrador,
2019). Durante las cuatro décadas de dictadura franquista (1939-1975), la
postal experimentó transformaciones que combinaban control ideológico estricto sobre contenidos, degradación
progresiva de la calidad técnica y estética, reorientación funcional hacia el
emergente turismo de masas, y pérdida acelerada de su significación como medio
de comunicación visual culturalmente relevante (Núñez-Herrador, 2019). El
período franquista representa así la fase de declive definitivo del modelo clásico de tarjeta postal ilustrada
que había alcanzado su apogeo durante las primeras décadas del siglo XX
(Núñez-Herrador, 2019).[30]
Los primeros años de la posguerra (1939-1950) se caracterizaron
por condiciones materiales extraordinariamente precarias que afectaron
severamente a la industria gráfica. La destrucción de guerra, el aislamiento
internacional del régimen franquista, las dificultades de aprovisionamiento de
materias primas, y la crisis económica generalizada condicionaron negativamente
la producción postal (Núñez-Herrador, 2019). Las postales de esta época primera
del franquismo presentan en general calidad
técnica y estética muy degradada: reproducciones fotográficas de poca
nitidez, impresión defectuosa, cartulinas de gramaje insuficiente, coloreados
toscos mediante anilinas que generaban tonalidades estridentes y poco
naturalistas (Núñez-Herrador, 2019). Esta degradación cualitativa contrasta
marcadamente con las postales de alta calidad técnica producidas durante la
Edad de Oro del postalismo español, evidenciando el retroceso que la industria
gráfica española había experimentado como consecuencia de la guerra y la
autarquía económica del primer franquismo (Núñez-Herrador, 2019).[30]
El control ideológico sobre contenidos postales fue estricto y
omnipresente durante toda la dictadura, aunque con intensidad variable según
períodos. Las postales debían ajustarse a la visión oficial que el régimen
promovía sobre España: exaltación de glorias históricas imperiales,
presentación de un país católico y tradicionalista, ocultamiento sistemático de
toda manifestación de modernidad cultural o política que no se ajustara a los
parámetros oficiales, silenciamiento de las identidades regionales periféricas
(Núñez-Herrador, 2019). Durante los años cuarenta y cincuenta, circularon
ampliamente postales conmemorando monumentos
y símbolos del régimen: el Valle de los Caídos, monumentos a "caídos
por Dios y por España", arcos de triunfo, cruces monumentales erigidas en
lugares estratégicos, y toda la parafernalia arquitectónica del
nacional-catolicismo victorioso (Núñez-Herrador, 2019). Estas postales del
franquismo temprano cumplían funciones de pedagogía
política: enseñaban visualmente cuáles eran los lugares, símbolos y
narrativas legitimados oficialmente, moldeando así las representaciones
colectivas según los intereses del régimen (Núñez-Herrador, 2019).[30]
Sin embargo, a partir de los años
cincuenta, y especialmente tras la apertura
económica simbolizada por el fin del aislamiento internacional, el ingreso
en organismos internacionales y el Plan de Estabilización de 1959, la función
dominante de la postal experimentó transformación significativa hacia su asociación
preferente con el turismo
(Núñez-Herrador, 2019). El desarrollo del turismo de masas europeo hacia
España, fenómeno que se aceleraría extraordinariamente durante los años sesenta
y que convertiría al turismo en sector económico fundamental, generó demanda
masiva de postales como recuerdos vacacionales (Núñez-Herrador, 2019). Esta
reorientación turística de la postal produjo transformaciones iconográficas
significativas: las vistas urbanas tradicionales fueron progresivamente
desplazadas por imágenes de playas, hoteles, infraestructuras turísticas,
escenas de ocio vacacional, y estereotipos visuales del "sol y playa"
que caracterizarían al turismo español de este período (Núñez-Herrador, 2019).[30]
Las postales del desarrollismo franquista (años sesenta y setenta)
presentan características estéticas particulares que las hacen inmediatamente
reconocibles: coloreados estridentes y poco naturalistas, frecuentemente
mediante aplicación de anilinas
transparentes sobre fotografías en blanco y negro; plastificación de la
superficie que producía acabados brillantes y artificiales; composiciones que
combinaban múltiples vistas en una misma postal con disposiciones recargadas y
de dudoso gusto estético; y temáticas que reflejaban la fascinación acrítica
ante cualquier manifestación de desarrollo económico o modernización material
(Núñez-Herrador, 2019). Estas postales documentan la transformación acelerada del paisaje urbano y costero español
durante el desarrollismo: la construcción masiva de hoteles, apartamentos y
infraestructuras turísticas; la expansión de ciudades que desbordaban sus
límites históricos; la aparición de nuevas tipologías arquitectónicas
modernistas o racionalistas; y, en general, la modernización material de un país
que experimentaba su particular transición de sociedad agraria a sociedad
industrial y de servicios (Núñez-Herrador, 2019).[30]
Paradójicamente, junto a esta
documentación de la modernización material, las postales franquistas mantuvieron
también una línea de estampas
costumbristas nostálgicas que presentaban una España tradicional,
folklórica y esencializada que frecuentemente tenía poco que ver con la
realidad social contemporánea (Núñez-Herrador, 2019). Estas postales "de
típico español" reproducían estereotipos sobre bailaoras de flamenco,
toreros, mujeres con mantilla, escenas rurales idealizadas, y todo el
repertorio de arquetipos turistificados
que el régimen promovía como imagen nacional hacia el exterior (Núñez-Herrador,
2019). Esta coexistencia de postal-desarrollista y postal-costumbrista
reflejaba la dualidad ideológica del franquismo tardío, que intentaba
simultáneamente presentarse como régimen modernizador y desarrollo económico
mientras preservaba una legitimación basada en valores tradicionales y
católicos (Núñez-Herrador, 2019).[30]
Durante los años setenta y
especialmente tras la muerte de Franco en 1975 y la subsiguiente Transición democrática, la postal
experimentó una fase de relativa recuperación que combinaba elementos de
continuidad con tímidas innovaciones (Riego Amézaga, 2011). Aparecieron
postales de mejor calidad técnica que las del período anterior, aprovechando
mejoras en los procedimientos de impresión offset y la disponibilidad de
materiales de mejor calidad (Núñez-Herrador, 2019). Surgieron editores
especializados en postales de temática
artística que reproducían obras de arte contemporáneo, fotografías de
calidad artística, o diseños gráficos de creadores reconocidos (Riego Amézaga,
2011). Las instituciones culturales —museos, ayuntamientos, diputaciones—
comenzaron a editar postales de sus colecciones o patrimonios como elementos de
difusión cultural y generación de ingresos complementarios (Riego Amézaga,
2011).[1][30]
Sin embargo, estos desarrollos no
lograron revertir la tendencia fundamental de declive estructural del medio postal. A partir de los años ochenta,
múltiples factores convergentes aceleraron la marginalización de la postal como
medio de comunicación: la universalización de la telefonía fija reducía
drásticamente su función comunicativa; la aparición de la fotografía
instantánea (Polaroid) y posteriormente de las cámaras compactas accesibles
permitía a los turistas producir sus propias imágenes de recuerdo sin necesidad
de adquirir postales comerciales; el desarrollo de nuevas formas de
comunicación visual —videograbación doméstica, más adelante fotografía digital—
ofrecían alternativas más personalizadas y expresivas; y cambios generacionales
en las prácticas culturales hacían que el envío de postales pareciera costumbre
anticuada asociada a generaciones mayores (Riego Amézaga, 2011).[1]
En el siglo XXI, la irrupción de Internet y las redes sociales consumó
definitivamente el declive de la postal como medio de comunicación masiva. Las
facilidades para compartir instantáneamente fotografías mediante correo
electrónico, redes sociales, aplicaciones de mensajería o plataformas de
almacenamiento en la nube eliminaron prácticamente toda función comunicativa
residual de la postal física (Riego Amézaga, 2011). Los turistas contemporáneos
documentan y comparten sus experiencias vacacionales mediante miles de
fotografías digitales inmediatamente accesibles, haciendo que la postal
comercial resulte completamente superflua (Riego Amézaga, 2011). El medio
postal físico se ha refugiado así en nichos
especializados: producción artística de postales de autor, ediciones
especiales para coleccionistas, productos de regalo en tiendas de museos, o
postales gratuitas de función publicitaria distribuidas en establecimientos
hosteleros (Riego Amézaga, 2011).[1]
No obstante, paradójicamente, el
declive de la postal como medio comunicativo activo ha coincidido con una revalorización historiográfica de las
postales antiguas como fuentes documentales de extraordinaria relevancia para
el estudio de la historia urbana, social, cultural y visual de los siglos XIX y
XX (Guereña, 2004). Archivos, bibliotecas, museos e instituciones culturales
han desarrollado durante las últimas décadas proyectos sistemáticos de
catalogación, digitalización y puesta en acceso público de sus colecciones
postales, reconociendo su valor patrimonial y su potencial para la
investigación histórica (BNE, Postales). Las postales antiguas se han
convertido en objetos de coleccionismo especializado con mercados activos,
publicaciones académicas dedicadas a su estudio, y reconocimiento generalizado
de su condición de memoria visual
insustituible de realidades sociales, urbanas y culturales ya desaparecidas
(Guereña, 2004).[37][13]
⁂
REFERENCIAS
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siguientes apartados:
1. 2.0. Antecedentes fotográficos de la tarjeta postal ilustrada
2. 2.1. Génesis y Desarrollo de las Tarjetas Postales Ilustradas
(1869-1900)
3. 2.2. Llegada a España: Los Primeros Enteros Postales (1871-1889)
4. 2.3. La revolución gráfica (1889-1900)
5. 2.4. La Edad de Oro del intercambio postal (1900-1914)
6. 2.5. Guerra, crisis y transformaciones (1914-1919)
7. 2.6. Crisis de los años veinte y adaptación empresarial
(1920-1931)
8. 2.7. Segunda República y Guerra Civil: postales políticas e
ideológicas (1931-1939)
9. 2.8. Declive del modelo clásico y nuevas tendencias (desde 1939)
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mantiene todas las ideas originales con citas
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EVOLUCIÓN
CRONOLÓGICA DE LA TARJETA POSTAL ILUSTRADA EN ESPAÑA (1869-1939)
2.0.
Antecedentes fotográficos de la tarjeta postal ilustrada
La tarjeta postal ilustrada no surgió como invención aislada sino como
culminación de un largo proceso de democratización
de la imagen impresa que hunde sus raíces en las prácticas fotográficas y
gráficas del siglo XIX. Mucho antes de que la primera postal circulara por las
redes postales europeas, la sociedad decimonónica había experimentado una
profunda transformación en su relación con las imágenes mecánicamente reproducidas, fenómeno que preparó el
terreno cultural y tecnológico para el posterior éxito del formato postal
(Riego Amézaga, 2011). La fotografía, desde su presentación oficial en 1839
mediante el daguerrotipo de Louis
Jacques Mandé Daguerre, había iniciado un proceso revolucionario de captura y
fijación de la realidad que modificaría sustancialmente los modos de ver y
representar el mundo (Fernández Causapé, 2005). Sin embargo, los primeros
procedimientos fotográficos presentaban limitaciones técnicas y económicas que
restringían su difusión masiva: el daguerrotipo producía imágenes únicas de
gran calidad sobre placas de cobre plateado, pero su carácter irrepetible y su
elevado coste lo convertían en un bien de lujo accesible únicamente para las
élites urbanas (Yeves Andrés, 2017).[72][73][74]
El verdadero punto de inflexión
hacia la masificación de la imagen
fotográfica llegó con la invención del colodión
húmedo por Frederick Scott Archer en 1851, procedimiento que revolucionó la
práctica fotográfica al permitir tiempos de exposición más breves y la
obtención de negativos en placas de vidrio de extraordinaria nitidez
(Workshopexperience, 2019). Este sistema, que requería que las placas
permanecieran húmedas durante todo el proceso de exposición y revelado,
obligaba a los fotógrafos a transportar laboratorios
portátiles cuando trabajaban en exteriores, pero compensaba estas
incomodidades con resultados técnicos muy superiores a los procedimientos
anteriores (El Laboratorio Sacromonte, 2021). El colodión húmedo se convirtió
rápidamente en el método dominante entre 1851 y 1880, democratizando el acceso
al retrato fotográfico al reducir significativamente los tiempos de pose
necesarios, que pasaron de varios minutos a apenas unos segundos (Procesos
Fotográficos, 2007).[75][76][77]
Sobre esta base tecnológica, el
fotógrafo parisino André-Adolphe-Eugène Disdéri patentó en 1854 un sistema
revolucionario que transformaría definitivamente el mercado fotográfico: la carte de visite o tarjeta de visita
fotográfica (Eltelefonvermell, 2024). Disdéri diseñó una cámara equipada con
múltiples objetivos —generalmente cuatro, seis u ocho— que permitía obtener
varios retratos en una única placa de vidrio de formato grande, que
posteriormente se cortaba y montaba sobre cartulinas individuales de
aproximadamente 54 x 89 mm (Juncos Tort, 2012). Este ingenioso sistema reducía
drásticamente los costes de producción, haciendo que los retratos fotográficos
resultaran unas quince veces más económicos que los daguerrotipos, lo que
permitió que amplias capas de la población accedieran por primera vez a la
posibilidad de poseer y distribuir su propia imagen (Wikipedia, 2013).[78][79][80]
La carte de visite se convirtió en uno de los productos comerciales de
mayor éxito del siglo XIX, generando una verdadera industria fotográfica internacional y modificando profundamente las
prácticas sociales de comunicación y representación (Riego Amézaga, 2011). Las
fotografías en este formato se intercambiaban entre familiares y amigos, se
coleccionaban en álbumes especialmente
diseñados que ocupaban lugares de honor en los salones burgueses, y se
exhibían como signos de distinción social y cultural (Yeves Andrés, 2017). Los
estudios fotográficos proliferaron incluso en ciudades pequeñas, estableciendo
un mercado masivo que registraba y definía a las multitudes como entidad social
reconocible (Juncos Tort, 2012). La temática
de estas tarjetas fotográficas no se limitaba al retrato familiar: los
fotógrafos comerciales editaban extensos catálogos con vistas de ciudades,
monumentos, reproducciones de obras de arte, escenas costumbristas y
"galerías de celebridades" que anticipaban claramente el repertorio
iconográfico que posteriormente caracterizaría a la tarjeta postal ilustrada
(Riego Amézaga, 2011).[74][79][72]
A partir de la década de 1860, la
fotografía estereoscópica añadió una
nueva dimensión al mercado de la imagen reproducible. Este formato, que
requería un visor especial para apreciar el efecto tridimensional de las
escenas fotografiadas, generó una industria paralela de producción y
distribución de vistas que recorrían virtualmente el mundo entero (Riego
Amézaga, 2011). Las empresas especializadas en estereoscopía, como Underwood
& Underwood en Estados Unidos o la francesa Léon & Lévy, comercializaban
extensas series temáticas que permitían a los consumidores "viajar"
visualmente a lugares remotos sin abandonar sus hogares, prefigurando así una
de las funciones culturales centrales que posteriormente desempeñaría la
tarjeta postal ilustrada: la construcción de una geografía imaginaria accesible mediante el coleccionismo (Riego
Amézaga, 2011).[72]
Paralelamente a estos desarrollos
fotográficos, la prensa ilustrada
decimonónica había establecido ya una sólida tradición de información
gráfica que combinaba grabados dibujados con una incipiente actualidad visual.
Desde la aparición de "The Illustrated London News" en 1842, las
revistas ilustradas europeas habían catalogado y mostrado visualmente mediante
grabados en madera, y posteriormente mediante otros procedimientos
calcográficos, todo aquello que poseía valor cultural o informativo en su
tiempo (Riego Amézaga, 2011). Esta prensa gráfica introdujo el concepto de actualidad informativa visual, creando
un lenguaje comunicativo basado en imágenes que, aunque convencionalizado y
teatralizado, educó a sucesivas generaciones de lectores en el consumo
sistemático de información presentada visualmente (Riego Amézaga, 2011).[72]
El último eslabón tecnológico necesario
para el surgimiento de la tarjeta postal ilustrada fue el desarrollo de los procedimientos fotomecánicos que
permitían imprimir fotografías directamente en las páginas de revistas y en
otros soportes impresos, superando la necesidad de traducir las imágenes
fotográficas a grabados dibujados (Riego Amézaga, 2011). Entre 1880 y 1890,
diversos sistemas de fotograbado
como el heliograbado, el fotograbado en relieve y especialmente
la fototipia alcanzaron madurez
técnica suficiente para su explotación comercial (Riego Amézaga, 2011). La
fototipia, procedimiento inventado por Louis Alphonse Poitevin en 1856 y
perfeccionado por Joseph Albert, consistía en sensibilizar una placa de vidrio
recubierta de gelatina bicromatada que, tras ser expuesta mediante contacto con
un negativo fotográfico, se convertía en matriz de impresión capaz de producir
entre quinientas y varios miles de copias de excepcional calidad (Alonso
Robisco, 2019). Esta técnica, que también recibió el nombre de albertipia, permitía reproducir con
extraordinaria fidelidad toda la gama
tonal de las fotografías originales, ofreciendo imágenes de gran nitidez y
detalle que superaban ampliamente a los métodos tradicionales de impresión
(Alonso Robisco, 2019).[81][72]
En España, los primeros ensayos
de publicación de fotografías directas
en prensa tuvieron lugar en 1885, cuando Heribert Mariezcurrena publicó en
"La Ilustración" de Barcelona el primer reportaje fotográfico sobre
el terremoto de Andalucía, compitiendo directamente con otras revistas que
todavía presentaban esta información mediante los tradicionales grabados
dibujados (Riego Amézaga, 2011). La comparación entre ambos tipos de imágenes
evidenciaba claramente la superior veracidad
documental de la fotografía frente al carácter interpretativo y
convencionalizado del dibujo informativo (Riego Amézaga, 2011). Durante las dos
últimas décadas del siglo XIX coexistieron en las páginas impresas españolas
ambas formas gráficas de información: el dibujo conservaba su capacidad
expresiva y narrativa, mientras que la fotografía aportaba un irrebatible valor
de autenticidad testimonial (Riego
Amézaga, 2011).[72]
En 1890, cuando los fotógrafos
suizos Oscar Hauser Muller y Adolfo Menet Kurstiner fundaron en Madrid su
taller de fototipia en la calle Ballesta número 30, el contexto técnico y
cultural para el desarrollo de la tarjeta postal ilustrada estaba plenamente
maduro (Alonso Robisco, 2019). La empresa Hauser y Menet destacó rápidamente en
el arte de la fototipia con la impresión de un álbum sobre Madrid y la célebre
serie "España Ilustrada", que recogía vistas de 28 provincias
españolas entre 1890 y 1899 (Morán, IFC). Su dominio técnico de la reproducción
fotomecánica, unido a su capacidad empresarial para identificar nichos de
mercado emergentes, les situó en posición privilegiada para aprovechar las
oportunidades que abriría la liberalización de la edición de tar[82][81]
⁂
jetas postales en España
(Mispostales, 2025). Su dominio técnico de la reproducción fotomecánica, unido
a su capacidad empresarial para identificar nichos de mercado emergentes, les
situó en posición privilegiada para aprovechar las oportunidades que abriría la
liberalización de la edición de tarjetas postales en España (Pares, Archivos
Españoles).[83][84]
Este entramado de antecedentes fotográficos y gráficos
—la carte de visite como formato de difusión masiva de imágenes, la fotografía
estereoscópica como modalidad de turismo visual, la prensa ilustrada como
educadora en el consumo de información visual, y la fototipia como tecnología
de reproducción de alta calidad— constituye el sustrato imprescindible para
comprender el explosivo éxito que experimentaría la tarjeta postal ilustrada en
el cambio de siglo (Riego Amézaga, 2011). La postal no fue sino la culminación lógica de todas estas
tendencias convergentes: un producto que combinaba la accesibilidad económica
de la carte de visite, el coleccionismo sistemático de la estereoscopía, la
función informativa y documental de la prensa gráfica, y la calidad visual de
la fototipia, todo ello integrado en un formato postal normalizado que
aprovechaba las redes de comunicación cada vez más eficientes de la segunda
revolución industrial (Riego Amézaga, 2011).[85]
2.1.
Génesis y Desarrollo de las Tarjetas Postales Ilustradas (1869-1900)
La tarjeta postal como producto específico de las redes postales nació
oficialmente el 1 de octubre de 1869 en el Imperio Austro-Húngaro, fruto de una
iniciativa del profesor de economía Emmanuel Herrmann, quien había publicado en
enero de ese mismo año un artículo en el periódico vienés "Neue Freie
Presse" exponiendo las ventajas económicas que reportaría a la Hacienda
pública la introducción de un nuevo formato de correspondencia breve y
económica (Guereña, 2004). La idea fue rápidamente acogida por Adolf Maly,
Director de Correos y Telégrafos de Viena, quien autorizó la circulación por
correo de estas nuevas piezas denominadas Correspondenz-Karte
(Almarcha, Sánchez y Villena, 2011). La primera tarjeta postal austriaca
llevaba impreso un sello con la efigie del emperador Francisco José en color
amarillo con valor facial de dos coronas, e incluía espacios predeterminados
para la dirección del destinatario en el anverso y para el mensaje en el
reverso (Filatelia Guardesa, 2012).[86][87][88]
El éxito de esta innovación
postal fue inmediato y extraordinario: durante el primer año de circulación,
Austria y Hungría emitieron conjuntamente cincuenta millones de tarjetas postales,
cifra que evidenciaba la enorme demanda latente de un medio de comunicación rápida, económica y eficiente
que la nueva pieza postal satisfacía plenamente (Filatelia Guardesa, 2012). Las
razones de esta aceptación masiva eran múltiples: la tarjeta postal costaba
aproximadamente la mitad que una carta ordinaria, circulaba con mayor rapidez
por no requerir procesamiento de sobres, y resultaba ideal para comunicaciones
comerciales, avisos breves y mensajes de cortesía que no requerían la
privacidad de la correspondencia cerrada (Alonso Robisco, 2019). El sacrificio
de la confidencialidad epistolar —la
tarjeta circulaba "al descubierto" sin sobre protector— había sido
inicialmente motivo de controversia, pero quedó ampliamente compensado por las
ventajas económicas y de rapidez que el nuevo formato proporcionaba (Almarcha,
Sánchez y Villena, 2011).[84][87][88]
El modelo austriaco se extendió
con extraordinaria velocidad por Europa: antes de finalizar 1870, Inglaterra,
Suiza, Finlandia y el estado alemán de Württemberg habían adoptado ya la
tarjeta postal oficial (Filatelia Guardesa, 2012). Francia la introdujo en
diciembre de 1869 o enero de 1870, según las fuentes, aunque persisten debates
sobre la fecha exacta (Lara, 2007). Este rápido proceso de adopción
internacional respondía a la lógica de normalización
y estandarización que caracterizaba a la segunda revolución industrial: los
sistemas postales nacionales necesitaban mecanismos de interoperabilidad que
facilitaran el creciente flujo de correspondencia comercial e institucional que
generaba la expansión de mercados y la intensificación de las relaciones
internacionales (Riego Amézaga, 2011). La tarjeta postal se insertaba perfectamente
en este proyecto modernizador como producto eficiente, racionalizado y
económicamente ventajoso tanto para usuarios como para administraciones
postales (Guereña, 2004).[88][89][85][86]
El paso decisivo hacia la
internacionalización plena del sistema postal tuvo lugar en el Congreso de
Berna de 1874, que estableció la Unión
General de Correos, posteriormente denominada Unión Postal Universal (UPU) en 1878 (Alonso Robisco, 2019). Este
organismo internacional fijó normas comunes para el funcionamiento de las redes
postales de los países miembros, estableciendo el formato estándar de 14 x 9 cm para las tarjetas postales y una
tarifa unificada de 10 céntimos para las que circulaban entre los veintidós
países fundadores, entre los que se encontraba España (López, 2013). La
creación de la UPU representó un hito fundamental en el proceso de globalización decimonónica: para
comienzos del siglo XX, este organismo daba cobertura postal a mil ochenta y
cuatro millones de habitantes de los mil seiscientos millones que componían la
población mundial, creando así un verdadero territorio postal único de alcance prácticamente planetario (Riego
Amézaga, 2011).[84][85]
Durante esta primera fase de
desarrollo (1869-1887), las tarjetas postales consistían exclusivamente en enteros postales oficiales emitidos por
las administraciones de correos nacionales, que ejercían un estricto monopolio
sobre su producción y distribución. Estas tarjetas primigenias carecían de toda
ilustración o adorno gráfico: el anverso presentaba únicamente el sello de
franqueo impreso, espacios lineados para la dirección del destinatario y,
frecuentemente, indicaciones normativas sobre el uso correcto del formato; el
reverso quedaba completamente en blanco, destinado a la escritura del mensaje
(Almarcha, Sánchez y Villena, 2011). El diseño respondía a criterios de funcionalidad y economía: se trataba de
un producto postal utilitario, concebido fundamentalmente para comunicaciones
comerciales, avisos administrativos, solicitudes de información, confirmaciones
de pedidos y otras aplicaciones prácticas donde la brevedad, rapidez y economía
resultaban más importantes que la expresividad o la estética (Riego Amézaga,
2011).[87][85]
Sin embargo, esta concepción
estrictamente funcional y monopolística de la tarjeta postal comenzó a
transformarse radicalmente en la última década del siglo XIX, cuando diversos
factores convergentes impulsaron su reconversión en soporte de imágenes y su apertura a la iniciativa privada. Los
avances en las técnicas de reproducción
fotomecánica, especialmente el perfeccionamiento de la fototipia, habían
hecho técnica y económicamente viable la impresión de imágenes fotográficas de
alta calidad sobre cartulina, abriendo posibilidades comerciales completamente
nuevas para la industria gráfica (Mispostales, 2025). Por otra parte, el éxito
comercial de productos fotográficos como la carte de visite y las vistas
estereoscópicas había demostrado la existencia de un amplio mercado para
imágenes coleccionables de ciudades, monumentos y escenas diversas, mercado que
la tarjeta postal podía aprovechar ventajosamente al combinar la función
comunicativa con la visual-documental (Riego Amézaga, 2011).[83][85]
La presión de la industria gráfica privada sobre los monopolios
postales estatales se intensificó a medida que se hacía evidente el enorme
potencial comercial de las tarjetas ilustradas. En diversos países europeos,
editores e impresores argumentaban que la restricción del formato postal a la
producción oficial limitaba artificialmente las posibilidades de innovación
técnica y comercial, frenando el desarrollo de un mercado que podía generar
significativos beneficios económicos y empleo (Mispostales, 2025). Estas
presiones convergieron con la propia lógica liberalizadora que caracterizaba al pensamiento económico dominante
de la época, que tendía a considerar los monopolios estatales como obstáculos
al progreso y la eficiencia (Guereña, 2004).[86][83]
El resultado de estas tensiones
fue un proceso generalizado de liberalización
de la edición postal que se desarrolló en Europa durante la década de 1880.
Francia autorizó las tarjetas postales privadas a partir de 1875, estableciendo
que debían ajustarse a un formato y normas específicas (Postales Catedral,
Archivo Catedral Valencia). Alemania siguió un camino similar en años
inmediatamente posteriores. En España, el proceso fue más tardío pero
igualmente decisivo: aunque una Real Orden de mayo de 1871 firmada por Práxedes
Mateo Sagasta durante el reinado de Amadeo de Saboya había autorizado
formalmente la creación de tarjetas postales en territorio español, éstas no
comenzaron realmente a circular hasta diciembre de 1873, ya durante la Primera
República (Salamanca en el Ayer, 2015). Las primeras tarjetas españolas
llevaban la inscripción "República Española Tarjeta Postal" y un
sello de 5 céntimos con la efigie de la República impreso en azul, junto con la
nota normativa "Lo que debe escribirse se hará en el reverso e irá firmado
por el remitente" (Alonso Robisco, 2019).[90][91][84]
Durante el período 1873-1887, el monopolio estatal español sobre la
producción de tarjetas postales se mantuvo estricto, aunque no sin tensiones.
Entre 1871 y 1873 circularon algunas tarjetas postales editadas por iniciativa
privada que se franqueaban con sellos adhesivos de 5 céntimos, aprovechando el
vacío editorial generado por la demora administrativa en la emisión de las tarjetas
oficiales (Filatelia Guardesa, 2012). Estas iniciativas pioneras, sin embargo,
fueron ilegalizadas en noviembre de 1873, antes de la aparición de las postales
oficiales, consolidándose así el monopolio gubernamental (Salamanca en el Ayer,
2015). No obstante, la presión de la industria gráfica privada española se
mantuvo constante durante los años siguientes, especialmente a medida que
empresas como Hauser y Menet desarrollaban su capacidad técnica en fototipia y
observaban las oportunidades comerciales que la liberalización postal estaba
generando en otros países europeos (Pares, Archivos Españoles).[91][88][84]
El punto de inflexión definitivo
llegó en 1887, cuando la Dirección
General de Correos española autorizó finalmente la circulación de postales privadas, siempre que
cumplieran las especificaciones técnicas oficiales en términos de dimensiones,
calidad del papel y disposición de los elementos postales obligatorios (Mispostales,
2025). Esta medida liberalizadora, impulsada simultáneamente por las presiones
de la industria gráfica, la influencia de las normativas de la Unión Postal
Universal y el reconocimiento oficial de que el monopolio limitaba la
innovación técnica y comercial, desencadenó una auténtica revolución gráfica y editorial que transformaría radicalmente el
panorama de la comunicación visual española (Mispostales, 2025). La
liberalización coincidió estratégicamente con el momento de madurez técnica de
la fototipia, que permitía reproducir imágenes fotográficas de alta calidad a
costes reducidos y en tiradas considerables, proporcionando así las bases
tecnológicas necesarias para el desarrollo de una industria postal
comercialmente viable (Mispostales, 2025).[83]
A partir de 1887 comenzó una nueva fase de desarrollo y popularización
para la tarjeta postal, ahora denominada "ilustrada" ya que los
impresores empezaron a incluir pequeñas imágenes fotográficas o dibujos
artísticos en el reverso de la cartulina, ocupando parte del espacio reservado
para escribir el mensaje (Alonso Robisco, 2019). Durante los años
inmediatamente posteriores a la liberalización, la experimentación gráfica fue intensa: los editores ensayaban
diferentes disposiciones de textos e imágenes, probaban diversas técnicas de
impresión (fototipia, litografía, cromolitografía, fotograbado), exploraban
formatos ligeramente variables dentro de los márgenes permitidos por la
normativa, e investigaban qué temáticas visuales generaban mayor interés entre
los consumidores (Riego Amézaga, 2011). Las primeras tarjetas ilustradas
tendían a presentar composiciones múltiples con varias vistas pequeñas de una
misma ciudad o región, fórmula que maximizaba el contenido informativo en el
espacio disponible y que recordaba a los álbumes fotográficos y las series
estereoscópicas (Riego Amézaga, 2011).[85][84]
En España, la casa Hauser y Menet se convirtió
rápidamente en la empresa pionera y dominante de este nuevo mercado. Su primera
tarjeta postal ilustrada data del 12 de octubre de 1892 y llevaba el título
"Recuerdo de Madrid", presentando una composición con cuatro vistas
fotográficas de la capital: la plaza de toros, la carrera de San Jerónimo, la
Puerta del Sol y la calle de Alcalá (Salamanca en el Ayer, 2015). El ejemplar
circulado más antiguo conocido está fechado el 21 de octubre de 1892,
franqueado con un sello del Pelón de 10 céntimos y matasellos del fechador de
los años 1890 (Salamanca en el Ayer, 2015). Esta postal inaugural estableció el
modelo compositivo y temático que dominaría la producción española durante los
años siguientes: vistas urbanas múltiples, reproducción fotográfica mediante
fototipia, formato de "recuerdo" asociado a lugares específicos, y
calidad técnica superior a las alternativas disponibles (Comunidad de Madrid,
Archivos).[92][91]
Entre 1892 y 1900, Hauser y Menet
desarrolló sistemáticamente su catálogo postal, alcanzando una posición de
cuasi monopolio en el mercado español de tarjetas ilustradas de calidad. En
1897 iniciaron su célebre "Serie General", compuesta por 690 tarjetas
postales con vistas de ciudades, temas taurinos, reproducciones de cuadros del
Museo del Prado, primeras planas de periódicos y otras temáticas diversas
(Alonso Robisco, 2019). Para el año 1900, su catálogo había crecido hasta
alcanzar aproximadamente 2.078 documentos diferentes, cubriendo prácticamente
toda la geografía española y algunos territorios del Protectorado español en
Marruecos (Alonso Robisco, 2019). Su capacidad de producción se había
multiplicado exponencialmente: si en 1892 realizaban tiradas limitadas, para
1900 editaban ya 500.000 ejemplares mensuales, y en 1905 su producción
alcanzaría los cinco millones de postales al mes (Alonso Robisco, 2019). Estas
cifras evidencian el explosivo crecimiento del mercado postal español durante
la última década del siglo XIX, crecimiento que convertiría a la tarjeta
ilustrada en uno de los productos culturales de mayor difusión y penetración
social de su tiempo (Riego Amézaga, 2011).[84][85]
2.2.
Llegada a España: Los Primeros Enteros Postales (1871-1889)
La introducción oficial de la tarjeta postal en España se produjo
mediante Real Orden de 10 de mayo de 1871, durante el breve reinado de Amadeo
de Saboya, cuando el Ministerio de Gobernación reconoció formalmente la
necesidad de incorporar al sistema postal español esta innovación que ya
circulaba con éxito en otros países europeos (Almarcha, Sánchez y Villena,
2011). El documento legal, firmado por Práxedes Mateo Sagasta en su condición
de ministro, autorizaba la creación y circulación de tarjetas postales
siguiendo el modelo internacional establecido por Austria en 1869 (Salamanca en
el Ayer, 2015). Sin embargo, entre la autorización formal de 1871 y la efectiva
puesta en circulación de las primeras tarjetas españolas transcurrió un
prolongado y conflictivo período de más de dos años, durante el cual las
tensiones políticas, las limitaciones administrativas y las complejidades
técnicas retrasaron sistemáticamente la materialización práctica de la
innovación postal (Guereña, 2004).[87][91][86]
Este vacío editorial generado por la demora administrativa no pasó
desapercibido para los agentes privados que observaban las oportunidades
comerciales del nuevo formato. Durante el período 1871-1873, algunas empresas
privadas lanzaron sus propias tarjetas postales que circulaban franqueadas
mediante sellos adhesivos de 5 céntimos, intentando así aprovechar el nicho de
mercado que la administración oficial dejaba desatendido (Filatelia Guardesa,
2012). El ejemplo más conocido de estas iniciativas pioneras son las
denominadas "cartas económicas" que un tal Sr. Juan Solís Gil de
Valencia puso en el mercado ya en 1876, consistentes en tarjetas con anuncios
impresos y un sello adhesivo de 10 céntimos, más otro sello obligatorio de 5
céntimos por impuesto (Enteros Postales Privados, PDF). Otra experiencia
relevante fue la de Abelardo de Carlos, director del periódico "La Moda
Elegante Ilustrada", quien editó tarjetas ajustadas a las dimensiones
normativas de la Real Orden del 10 de mayo de 1871 que circularon durante 1871,
aunque sin acogerse a los beneficios de la tarifa especial postal sino pagando
el importe completo de una carta ordinaria (Enteros Postales Privados, PDF).[93][88]
La primera tarjeta postal oficial española finalmente vio la luz el 1 de
diciembre de 1873, ya durante el ocaso de la Primera República Federal
proclamada en febrero de ese año (Guereña, 2004). Estas tarjetas iniciales,
denominadas técnicamente enteros
postales por llevar el sello de franqueo ya impreso, presentaban la
inscripción "República Española Tarjeta Postal" en la parte superior
del anverso, junto con un sello de 5 céntimos con la efigie alegórica de la
República impreso en color azul sobre fondo blanco (Alonso Robisco, 2019). El
diseño seguía estrictamente los parámetros internacionales establecidos: el
anverso incluía únicamente dos líneas para consignar el nombre y la dirección
del destinatario, junto con la nota instructiva "Lo que debe escribirse se
hará en el reverso e irá firmado por el remitente", mientras el reverso
quedaba completamente en blanco para la escritura del mensaje (Almarcha,
Sánchez y Villena, 2011). El formato se ajustaba a las especificaciones de la futura
Unión Postal Universal, con dimensiones aproximadas de 14 x 9 cm y cartulina de
gramaje suficiente para circular sin sobre protector (Alonso Robisco, 2019).[86][87][84]
El lanzamiento de estos primeros enteros postales republicanos se
produjo en un contexto político extremadamente turbulento: la Primera República
española atravesaba su fase de mayor inestabilidad, con sucesivos cambios de
gobierno, levantamientos cantonalistas en diversas regiones, la tercera guerra
carlista en pleno desarrollo y crecientes presiones militares que culminarían
en el golpe de Estado del general Pavía en enero de 1874 (Guereña, 2004). Esta
inestabilidad política afectó inevitablemente al despliegue inicial del nuevo
producto postal: las tiradas fueron limitadas, la distribución geográfica
desigual, y la promoción del formato prácticamente inexistente ante las
urgencias políticas y militares que absorbían la atención de las autoridades
(Guereña, 2004). No obstante, las tarjetas republicanas circularon
efectivamente durante los últimos meses de 1873 y el año 1874, como demuestran
los ejemplares conservados con matasellos de Valencia, Alicante, Castellón y
otras ciudades españolas (Querol, Sovafil).[94][86]
Con la Restauración borbónica de 1875 y la llegada al trono de Alfonso
XII, la administración postal española renovó el diseño de los enteros postales
para eliminar toda simbología republicana y adecuarlos a la nueva legitimidad
monárquica. Las tarjetas emitidas bajo Alfonso XII mantuvieron la estructura
formal básica —sello impreso en el anverso, espacios para dirección, reverso
para mensaje— pero sustituyeron la efigie alegórica de la República por el
retrato del nuevo monarca (Querol, Sovafil). Esta continuidad estructural
evidencia que, más allá de los cambios de régimen político, el formato postal
se había consolidado ya como elemento permanente del sistema de comunicaciones
español (Guereña, 2004). Durante la década de 1870, la circulación de tarjetas
postales en España creció gradualmente, aunque sin alcanzar todavía las cifras
que caracterizarían al producto en países como Francia, Alemania o Inglaterra,
donde su adopción había sido más temprana y masiva (Sánchez, Almarcha y
Villena, 2007).[89][94][86]
Un hito significativo en la internacionalización del sistema postal
español tuvo lugar en 1878, cuando España se incorporó como miembro co-fundador
de la recién constituida Unión Postal
Universal (UPU), organismo que sucedía a la Unión General de Correos creada
en el Congreso de Berna de 1874 (Alonso Robisco, 2019). Esta adhesión implicó
la adopción formal de las normas internacionales sobre formatos, tarifas y
procedimientos postales, garantizando la interoperabilidad del sistema postal
español con los de otros países miembros (Almarcha, Sánchez y Villena, 2011). A
partir de este momento, las tarjetas postales españolas podían circular
internacionalmente aplicando tarifas reducidas estandarizadas, lo que estimuló
significativamente su uso para correspondencia con el extranjero (Alonso
Robisco, 2019). La tarifa especial de 10 céntimos establecida por la UPU para
las tarjetas que transitaban entre países miembros resultaba sustancialmente
más económica que el coste del correo ordinario internacional, convirtiendo al
formato postal en opción preferente para comunicaciones breves transfronterizas
(Almarcha, Sánchez y Villena, 2011).[87][84]
Durante el período 1873-1887, el monopolio estatal sobre la producción y
distribución de tarjetas postales se mantuvo estricto en España, siguiendo el
modelo que también predominaba en la mayoría de países europeos durante esta
fase inicial (Mispostales, 2025). Las autoridades postales españolas
argumentaban que este monopolio resultaba necesario para garantizar la calidad
uniforme del producto, prevenir fraudes o falsificaciones, asegurar los
ingresos fiscales derivados del franqueo, y mantener el control sobre un
elemento del sistema de comunicaciones que se consideraba de interés público
(Guereña, 2004). Sin embargo, esta política monopolística generó crecientes tensiones con la industria gráfica privada,
que observaba con interés las posibilidades comerciales que la tarjeta postal
podía ofrecer si se permitiera su producción libre, especialmente tras los
avances técnicos en reproducción fotomecánica que hacían viable la inclusión de
imágenes en las cartulinas (Mispostales, 2025).[83][86]
Las críticas al monopolio postal
se intensificaron durante la década de 1880, cuando se hizo evidente que otros
países europeos que habían liberalizado la producción privada de tarjetas
estaban experimentando un desarrollo mucho más dinámico y creativo del formato.
Los impresores y editores españoles argumentaban que el estancamiento del diseño oficial —tarjetas sin ilustraciones, de
aspecto utilitario y escaso atractivo visual— limitaba artificialmente el
potencial del producto y privaba tanto a los usuarios como a la propia
administración postal de los beneficios que generaría un mercado más
competitivo y diversificado (Mispostales, 2025). Estas presiones se articulaban
además con los discursos liberalizadores dominantes en el pensamiento económico
de la Restauración, que tendían a considerar los monopolios estatales como
obstáculos al progreso técnico y la eficiencia comercial (Guereña, 2004).[86][83]
En 1889, un paso intermedio hacia
la liberalización se produjo cuando la Dirección
General de Contribuciones Indirectas autorizó a la Fábrica Nacional del Timbre la producción de tarjetas postales privadas
bajo ciertas condiciones restrictivas (Lara, 2007). Esta medida permitió la
aparición de los primeros enteros
postales de iniciativa privada, como los editados por Francisco de Asís
Fábregas Sagués, fabricante de cartón barcelonés que había patentado en 1890 un
procedimiento para incluir anuncios comerciales en "cartas-tarjetas"
(Enteros Postales Privados, PDF). Fábregas recibió autorización mediante Real
Decreto del 3 de junio de 1892 para que la Fábrica Nacional del Timbre
imprimiera sellos de 15 céntimos diseño "Pelón" (correspondiente al
reinado de Alfonso XIII) en sus tarjetas publicitarias, que llegaron al mercado
en 1893 con una tirada completa de 10.000 ejemplares (Enteros Postales
Privados, PDF). Estas iniciativas, aunque todavía muy limitadas y controladas
por las autoridades, evidenciaban la presión creciente hacia una verdadera
liberalización del formato postal (Mispostales, 2025).[89][93][83]
El punto de inflexión definitivo
llegó en 1887, cuando la Dirección
General de Correos autorizó finalmente la circulación
libre de tarjetas postales privadas, siempre que cumplieran las
especificaciones técnicas oficiales en términos de dimensiones (14,4 x 10,5 cm,
con tolerancia máxima de 2 mm), calidad del papel, y disposición correcta de
los elementos postales obligatorios (sello, dirección del destinatario)
(Mispostales, 2025). Esta medida liberalizadora transformó radicalmente el
panorama postal español: puso fin al monopolio estatal, desencadenó una
explosión de creatividad editorial e innovación técnica, y sentó las bases para
el desarrollo de una industria gráfica moderna plenamente integrada en las
redes de comunicación y en el emergente turismo cultural (Mispostales, 2025).
La liberalización coincidió estratégicamente con el momento de madurez técnica
de la fototipia, que permitía
reproducir imágenes fotográficas de altísima calidad a costes accesibles y en
tiradas comercialmente viables, proporcionando así las herramientas
tecnológicas necesarias para la revolución visual que estaba a punto de
producirse (Alonso Robisco, 2019).[84][83]
2.3. La
revolución gráfica (1889-1900)
La liberalización de 1887 abrió las compuertas para una transformación
radical del concepto mismo de tarjeta postal, que pasó de ser un producto
postal utilitario y funcionalmente limitado a convertirse en un soporte de comunicación visual masiva
que integraba texto e imagen en un formato accesible, coleccionable y
culturalmente significativo (Mispostales, 2025). Durante el período 1889-1900,
España experimentó una auténtica revolución
gráfica postal caracterizada por la irrupción de múltiples editores
privados, la experimentación sistemática con técnicas de reproducción
fotomecánica, la diversificación temática hacia prácticamente todos los ámbitos
de interés cultural, y la consolidación de modelos empresariales
específicamente orientados a la producción y comercialización masiva de
tarjetas ilustradas (Mispostales, 2025). Este proceso insertó definitivamente a
España en las corrientes internacionales de producción y consumo de imágenes
reproducibles mecánicamente, aunque con cierto retraso respecto a países
pioneros como Francia, Alemania o Inglaterra (Guereña, 2004).[83][86]
El líder indiscutible de esta
revolución gráfica fue la empresa Hauser
y Menet, fundada en 1890 por los fotógrafos suizos Oscar Hauser Muller y
Adolfo Menet Kurstiner, quienes establecieron su taller de fototipia en el
número 30 de la calle Ballesta de Madrid (Pares, Archivos Españoles). Ambos
socios aportaban sólida experiencia técnica en procedimientos fotomecánicos
adquirida en Suiza, donde la industria gráfica había alcanzado ya altos niveles
de desarrollo y especialización (Alonso Robisco, 2019). Su estrategia
empresarial inicial consistió en posicionarse como especialistas en fototipia
de alta calidad, produciendo álbumes fotográficos y series de láminas que
documentaban el patrimonio monumental y paisajístico español (Morán, IFC).
Entre 1890 y 1899 editaron la célebre colección "España Ilustrada",
compuesta por 488 láminas numeradas que recogían vistas de 28 provincias
españolas, material que posteriormente sería aprovechado y adaptado para la
producción de tarjetas postales (Morán, IFC).[95][84]
La primera tarjeta postal ilustrada editada por Hauser y Menet data
del 12 de octubre de 1892 y llevaba el título emblemático "Recuerdo de
Madrid" (Salamanca en el Ayer, 2015). Esta pieza inaugural presentaba una
composición cuatripartita con vistas fotográficas de cuatro monumentos o
espacios emblemáticos de la capital: la plaza de toros, la carrera de San Jerónimo,
la Puerta del Sol y la calle de Alcalá (Salamanca en el Ayer, 2015). El
ejemplar circulado más antiguo conocido está fechado mediante matasellos del 21
de octubre de 1892, apenas nueve días después de su edición, y aparece
franqueado con un sello adhesivo del Pelón de 10 céntimos, lo que indica que
todavía no se trataba de un entero postal con franqueo impreso sino de una
tarjeta comercial que requería sello adhesivo (Salamanca en el Ayer, 2015).
Esta postal fundacional estableció varios elementos que se convertirían en
característicos de la producción española durante la década siguiente: el
formato de "recuerdo" asociado a ciudades o lugares específicos, la
composición múltiple con varias vistas en una misma cartulina, la reproducción
mediante fototipia que garantizaba calidad superior, y la función dual
comunicativa-documental que convertiría a la postal en testimonio histórico
además de mensaje personal (Comunidad de Madrid, Archivos).[91][92]
Durante los años 1892-1895,
Hauser y Menet experimentó sistemáticamente con diversos aspectos del diseño
postal: probaron diferentes disposiciones de las imágenes (composiciones
múltiples frente a vistas únicas), ensayaron variaciones en el reverso de las tarjetas (utilizando
distintos colores y tonos de cartulina según las referencias y fechas de
edición), perfeccionaron sus técnicas de fototipia para maximizar la nitidez y
el contraste de las reproducciones, y exploraron diversas estrategias de
distribución comercial (venta directa, acuerdos con librerías y papelerías,
suscripciones por series temáticas) (Filateliaguardesa, 2021). Este período de
experimentación intensiva fue documentado meticulosamente por Martín Carrasco
Marqués en su "Catálogo de las primeras Tarjetas Postales de España.
Impresas por Hauser y Menet. 1892-1905", obra de referencia fundamental
para los especialistas en cartofilia española (Filateliaguardesa, 2021).[96]
En 1897, Hauser y Menet dio un
salto cualitativo al lanzar su célebre "Serie
General", catálogo sistemático que alcanzó inicialmente las 690
unidades y que cubría una amplísima variedad temática: vistas de ciudades y
pueblos, monumentos arquitectónicos, temas taurinos, reproducciones de cuadros
del Museo del Prado, escenas costumbristas, tipos populares, primeras planas de
periódicos relevantes, acontecimientos políticos y sociales, y prácticamente
cualquier otro tema susceptible de generar interés entre los potenciales
consumidores (Alonso Robisco, 2019). Esta diversificación temática respondía a
una lógica de catálogo enciclopédico
que la postal heredaba directamente de productos fotográficos anteriores como
la carte de visite y la fotografía estereoscópica: se trataba de documentar,
clasificar y poner en circulación visual todo aquello que se consideraba
relevante desde el punto de vista cultural, histórico, artístico, pintoresco o
simplemente curioso (Riego Amézaga, 2011).[85][84]
Entre 1899 y 1904, Hauser y Menet
editó una subserie especialmente exitosa basada en ilustraciones del semanario "Blanco y Negro", revista
fundada por Torcuato Luca de Tena que se había convertido en referencia de la
prensa gráfica española (Tarjetas Hauser y Menet, Filatelia Digital). Esta
serie, que comprendió inicialmente veinte tarjetas numeradas del 421 al 440 y
posteriormente se amplió con treinta más (numeradas del 541 al 570), reproducía
dibujos de destacados ilustradores como Cecilio Pla, Sancha, Rico Cejudo y
otros colaboradores habituales de la revista (Tarjetas Hauser y Menet,
Filatelia Digital). Los temas seleccionados presentaban motivos costumbristas y tipos populares madrileños de la última
década del siglo XIX: escenas callejeras, oficios tradicionales, fiestas y
celebraciones, tipos humanos característicos del Madrid de la época (Tarjetas
Hauser y Menet, Filatelia Digital). Los resultados de su comercialización
fueron extraordinariamente positivos, no sólo para los coleccionistas sino
también para los usuarios corrientes de correspondencia postal, debido a la
belleza e inspiración de los dibujos elegidos y su capacidad para condensar
visualmente la identidad cultural madrileña (Tarjetas Hauser y Menet, Filatelia
Digital).[97]
El éxito de Hauser y Menet
estimuló la aparición de numerosos
competidores que conformaron rápidamente una industria postal española
diversificada y competitiva. La casa Laurent,
establecida desde décadas anteriores como uno de los principales estudios
fotográficos españoles, se incorporó al mercado postal aprovechando su extenso
archivo de negativos de monumentos, ciudades y paisajes acumulado durante años
de actividad como fotógrafo comercial y documentalista (Todoliteratura, 2020). Fototipia Castañeira y Álvarez, también
establecida en Madrid, se posicionó como uno de los tres principales
productores nacionales junto con Hauser y Menet y la barcelonesa Fototipia
Thomas (Alonso Robisco, 2019). En Barcelona, Josep Thomas i Bigas (1853-1910), fundador de la Fototipia Thomas en
1884, desarrolló un extenso catálogo de tarjetas postales que cubría
prácticamente toda la geografía española, llegando a acumular más de 22.000
imágenes datadas desde finales del siglo XIX hasta el primer tercio del siglo
XX (Alonso Robisco, 2019).[98][84]
La técnica dominante para la reproducción de imágenes en las tarjetas
postales de esta época fue indiscutiblemente la fototipia o Lichtdruck,
procedimiento fotomecánico inventado por Louis Alphonse Poitevin en 1856 y
perfeccionado posteriormente por Joseph Albert, razón por la cual también se
conocía como albertipia (Alonso
Robisco, 2019). El proceso consistía en sensibilizar una placa de vidrio
recubierta de gelatina bicromatada mediante contacto con un negativo
fotográfico; tras la exposición y el tratamiento químico correspondiente, la
gelatina adquiría propiedades diferenciales de absorción de tinta en función de
la cantidad de luz recibida, convirtiéndose así en matriz de impresión (Alonso
Robisco, 2019). Las zonas correspondientes a las áreas transparentes del
negativo (es decir, las zonas oscuras de la imagen final) absorbían mayor
cantidad de tinta, mientras que las zonas correspondientes a las áreas opacas
del negativo (zonas claras de la imagen final) rechazaban la tinta, produciendo
así una reproducción que preservaba toda la gama tonal continua característica de las fotografías originales
(Alonso Robisco, 2019).[84]
La fototipia ofrecía ventajas
decisivas que explican su predominio absoluto durante esta fase: permitía
reproducir fotografías con extraordinaria nitidez
y detalle, muy superior a los procedimientos tradicionales de impresión;
preservaba toda la riqueza tonal de las imágenes fotográficas originales, incluyendo
medios tonos y gradaciones sutiles que otros métodos no podían capturar;
resultaba económicamente viable para tiradas medias y grandes, con costes
unitarios decrecientes a medida que aumentaba el volumen de producción; y se
adaptaba perfectamente al formato y las especificaciones técnicas de las
tarjetas postales (Alonso Robisco, 2019). Su principal limitación residía en
que las placas se deterioraban progresivamente durante el proceso de impresión,
perdiendo nitidez tras aproximadamente quinientas a mil copias, lo que obligaba
a preparar nuevas matrices si se deseaban tiradas mayores (Alonso Robisco,
2019). No obstante, estas tiradas resultaban perfectamente adecuadas para el
mercado español de la época, donde pocas postales alcanzaban demandas superiores
(Mispostales, 2025).[83][84]
Junto a la fototipia, otras técnicas de reproducción experimentaron
cierto uso durante este período, aunque con mucha menor frecuencia: la litografía y especialmente la cromolitografía (litografía en color)
se emplearon para tarjetas con ilustraciones dibujadas o diseños decorativos;
el fotograbado en relieve (conocido
también como gillotage) encontró aplicaciones puntuales; y ocasionalmente
aparecieron tarjetas impresas mediante tipografía
tradicional cuando el contenido era fundamentalmente textual (Lara, 2005).
Sin embargo, ninguna de estas técnicas alternativas podía competir con la
fototipia en términos de calidad de reproducción fotográfica, que era
precisamente el atributo que los consumidores más valoraban en las tarjetas
ilustradas de esta época (Riego Amézaga, 2011).[99][85]
La temática de las tarjetas postales españolas durante el período
1889-1900 fue extraordinariamente diversa, reflejando la amplitud de intereses
culturales y documentales de la época (Alonso Robisco, 2019). Las vistas urbanas dominaban numéricamente:
prácticamente todas las ciudades españolas de cierta importancia fueron
fotografiadas y reproducidas en tarjetas postales, con especial énfasis en
monumentos emblemáticos, plazas principales, edificios singulares, panorámicas
generales y rincones pintorescos (Comunidad de Madrid, Archivos). El patrimonio monumental constituía otra
categoría fundamental: catedrales, iglesias, palacios, castillos, ruinas
romanas, acueductos y todo tipo de arquitectura histórica fueron
sistemáticamente documentados (Lara, 2005). Los temas taurinos gozaban de gran popularidad, con postales que
mostraban plazas de toros, escenas de corridas, retratos de toreros célebres y
diversos aspectos de la cultura taurina (Alonso Robisco, 2019).[92][99][84]
Las reproducciones de obras de arte, especialmente pinturas del Museo
del Prado, constituyeron otra línea editorial significativa, democratizando el
acceso visual a obras maestras que de otro modo resultaban inaccesibles para la
mayoría de la población (Alonso Robisco, 2019). Los tipos populares y escenas costumbristas —vendedores ambulantes,
oficios tradicionales, trajes regionales, fiestas locales— respondían al
interés antropológico y folklórico característico de la época, documentando
modos de vida tradicionales que ya entonces se percibían como amenazados por la
modernización (Lara, 2005). Temas más específicos incluían acontecimientos políticos y sociales (visitas reales,
inauguraciones, desastres naturales, exposiciones), paisajes naturales (montañas, ríos, costas, jardines), y una
amplísima variedad de temas diversos
que abarcaban desde postales de temática religiosa hasta imágenes humorísticas,
desde retratos de personalidades hasta escenas teatrales (Alonso Robisco,
2019).[99][84]
Hacia 1900, la industria postal
española había alcanzado ya dimensiones significativas: existían más de 140
casas dedicadas a imprimir, editar o vender postales relativas a España
(Todoliteratura, 2020). Hauser y Menet había consolidado su posición dominante
con una producción mensual de medio millón de ejemplares y un catálogo que
superaba las 2.000 referencias diferentes (Alonso Robisco, 2019). El coleccionismo postal se había
convertido en práctica social extendida entre las clases medias urbanas,
generando redes de intercambio nacional e internacional y publicaciones
especializadas como la revista "España Cartófila" (Tarjetas Hauser y
Menet, Filatelia Digital). La tarjeta postal ilustrada había completado su
transformación desde producto postal utilitario hasta medio de comunicación visual masiva, formato coleccionable,
documento histórico, soporte publicitario y objeto cultural polivalente (Riego
Amézaga, 2011). Esta consolidación preparó el terreno para la explosión de
popularidad que caracterizaría la siguiente década, la denominada "Edad de
Oro" del postalismo español y europeo (Postales Catedral Valencia).[90][97][98][85][84]
2.4. La
Edad de Oro del intercambio postal (1900-1914)
El período comprendido entre 1900
y 1914 representa la "Edad de
Oro" de la tarjeta postal ilustrada en España y Europa, fase de máximo
esplendor durante la cual este formato alcanzó su mayor difusión social,
diversificación temática, innovación técnica y significación cultural
(Mispostales, 2025). Durante estos años decisivos, la tarjeta postal se
consolidó como el primer sistema de
comunicación visual masiva de la era moderna, operando en la intersección
estratégica de la industria gráfica, la logística postal, el consumo cultural
urbano y el emergente turismo nacional e internacional (Carrasco Marqués, 2009;
Riego Amézaga, 1997). La lógica de la reproducción
mecánica convirtió a la imagen fotográfica en mercancía cultural seriada,
accesible y coleccionable, democratizando efectivamente el acceso a contenidos
visuales mediante economías de escala que prefiguraban los posteriores medios
de comunicación de masas del siglo XX (Benjamin, 1936).[100]
La modificación normativa más
trascendental de este período tuvo lugar en 1905, cuando la Unión Postal
Universal autorizó la división del
reverso de las tarjetas postales en dos secciones diferenciadas: una mitad
derecha destinada exclusivamente a consignar el nombre y dirección del
destinatario junto con el sello de franqueo, y una mitad izquierda reservada
para el mensaje escrito del remitente (Carrasco Marqués, 2018; Henkin, 1998).
Ese mismo año, la Dirección General de
Correos y Telégrafos del Ministerio de Gobernación español adoptó
formalmente esta modificación mediante Real Decreto, adaptándose al estándar
internacional que otros países europeos ya estaban implementando (Real Decreto,
1905; Carrasco Marqués, 2018). Esta aparentemente simple reorganización
espacial produjo consecuencias revolucionarias para el formato postal: por
primera vez, el anverso de la
tarjeta quedaba dedicado íntegra y exclusivamente a la imagen, liberado de toda
función textual o comunicativa (Carrasco Marqués, 2018).[100]
Esta liberación del anverso para uso exclusivamente visual transformó
radicalmente la naturaleza de la postal, que dejó de ser un híbrido incómodo
entre comunicación textual e ilustración marginal para convertirse en soporte visual puro que maximizaba el
impacto estético y documental de las fotografías (Riego Amézaga, 1997). Los
editores aprovecharon inmediatamente esta nueva configuración para aumentar el
tamaño de las imágenes, mejorar su calidad compositiva, experimentar con
diferentes tratamientos fotográficos, e introducir elementos gráficos
complementarios como marcos decorativos, tipografías artísticas para los
títulos, y créditos de fotógrafos o editores (Mispostales, 2025). La postal
adoptó así su configuración definitiva, que se mantendría prácticamente
invariable hasta la actualidad: anverso dedicado íntegramente a la imagen,
reverso dividido longitudinalmente con mitad derecha para dirección y sello,
mitad izquierda para correspondencia (Carrasco Marqués, 2018).[100]
El impacto de esta reforma sobre
el volumen de circulación postal fue
inmediato y espectacular. Las estadísticas disponibles evidencian un
crecimiento exponencial: en España, la circulación anual de tarjetas postales
pasó de aproximadamente 320.000 unidades a finales del siglo XIX a más de 100
millones en los dos primeros decenios del siglo XX (Lara, 2007). En Francia,
uno de los mercados más desarrollados, se calculaba que para 1902 circulaban
anualmente alrededor de mil millones de postales (Del Campo, 1903). Aunque esta
cifra pueda resultar algo exagerada, refleja fidedignamente la percepción
contemporánea de estar asistiendo a un fenómeno de comunicación masiva sin precedentes (Riego Amézaga, 2011). La
tarjeta postal había dejado definitivamente de ser un producto minoritario o
especializado para convertirse en medio de comunicación cotidiano utilizado por
amplias capas de la población urbana y, progresivamente, también rural
(Mispostales, 2025).[89][85][100]
El modelo empresarial de la industria postal española alcanzó durante
estos años su plena madurez. Hauser y Menet consolidó su posición dominante con
una producción que en 1905 alcanzaba los cinco millones de postales mensuales,
extraídas de un catálogo que superaba ya las 5.000 imágenes diferentes
cubriendo prácticamente toda la geografía española (Alonso Robisco, 2019). La
empresa había desarrollado un sistema de producción altamente racionalizado que
integraba todos los eslabones de la cadena de valor: contaba con fotógrafos
propios que recorrían sistemáticamente el territorio español documentando
ciudades, monumentos y paisajes; mantenía colaboraciones estables con fotógrafos
locales que aportaban vistas de sus respectivas regiones; operaba talleres de
fototipia equipados con la tecnología más avanzada disponible; disponía de
redes de distribución comercial que incluían tanto venta directa desde sus
instalaciones como acuerdos con librerías, papelerías y kioscos de toda España;
y había establecido sistemas de exportación que introducían sus productos en
mercados latinoamericanos y europeos (Pares, Archivos Españoles).[84]
Entre los fotógrafos colaboradores de Hauser y Menet destacaron figuras como
Antonio Cánovas del Castillo y Vallejo, más conocido por su pseudónimo Káulak, cuyas series de postales
artísticas alcanzaron enorme popularidad: se afirmaba en 1902 que su serie
"Quién supiera escribir" había vendido doscientas mil tarjetas, cifra
extraordinaria que evidenciaba el potencial comercial de las postales
fotográficas de calidad artística superior (Riego Amézaga, 2011). Otros
colaboradores significativos fueron los fotógrafos Franzen y Company, que
aportaban vistas específicas de diversas regiones españolas (Alonso Robisco,
2019). Esta estrategia de combinar producción propia con colaboraciones
externas permitía a Hauser y Menet mantener un catálogo extraordinariamente
amplio y actualizado sin necesidad de asumir directamente todos los costes de
documentación fotográfica (Pares, Archivos Españoles).[85][84]
La competencia en el mercado
postal español se intensificó notablemente durante esta década. Fototipia Thomas de Barcelona, bajo la
dirección de Josep Thomas i Bigas, desarrolló un extenso catálogo especializado
inicialmente en Cataluña pero que progresivamente se extendió a otras regiones
españolas (Alonso Robisco, 2019). La empresa produjo negativos fotográficos de
formato grande (90 x 145 mm aproximadamente) específicamente destinados a la
edición de postales, alcanzando una numeración que superaba las 10.000
referencias diferentes (Alonso Robisco, 2019). Laurent, heredero de la tradición del fotógrafo decimonónico J.
Laurent, mantenía su prestigio especializado en reproducciones de obras de arte
y vistas monumentales de alta calidad (Todoliteratura, 2020). Fototipia Castañeira, también
establecida en Madrid, se posicionaba como alternativa competitiva en precio y
calidad (Alonso Robisco, 2019). Junto a estos grandes editores nacionales,
proliferaron multitud de editores
regionales y locales que cubrían ámbitos geográficos específicos:
prácticamente cada ciudad española de cierta importancia contaba con al menos
un fotógrafo-editor que producía postales de su localidad y su entorno
inmediato (Lara, 2005).[98][99][84]
Paralelamente a los grandes
editores especializados, surgió un fenómeno de producción de postales fotográficas únicas o de tirada
muy limitada realizadas por fotógrafos aficionados que utilizaban papel
sensible con formato y disposición postal preimpresos (Riego Amézaga, 2011).
Los fabricantes de material fotográfico comercializaban papel postal sensible que incluía ya en el reverso los espacios
normalizados para dirección, sello y mensaje, permitiendo así que cualquier
fotógrafo aficionado con capacidad de positivado pudiera producir sus propias
postales fotográficas (Riego Amézaga, 2011). Estas postales
"artesanales" circulaban habitualmente como piezas únicas enviadas a
familiares o amigos, documentando acontecimientos personales, reuniones
familiares, excursiones, o simplemente escenas cotidianas que el fotógrafo
consideraba dignas de registro y comunicación (Riego Amézaga, 2011). Aunque
marginales desde el punto de vista cuantitativo, estas postales
"privadas" o "domésticas" constituyen testimonios
históricos de extraordinario valor por su carácter espontáneo y su capacidad
para documentar aspectos de la vida cotidiana que los editores comerciales
generalmente ignoraban (Riego Amézaga, 2011).[85]
La diversificación temática de las postales alcanzó durante estos años
su máxima amplitud. Junto a las categorías ya consolidadas —vistas urbanas,
monumentos, tipos populares, reproducciones artísticas— aparecieron múltiples
temáticas nuevas o ampliadas. Las postales
de acontecimientos documentaban visitas reales, inauguraciones de infraestructuras,
exposiciones universales o regionales, desastres naturales, manifestaciones
políticas y prácticamente cualquier suceso que generara interés informativo
(Lara, 2005). Las postales publicitarias
se consolidaron como soporte efectivo para promocionar productos comerciales,
establecimientos hoteleros, balnearios, estaciones termales, empresas de
transporte y todo tipo de negocios que buscaban atraer clientela (Mispostales,
2025). Las postales de fantasía
desplegaban creatividad artística mediante composiciones elaboradas,
fotomontajes, coloreados a mano, aplicaciones de purpurina, relieves,
perforaciones decorativas y toda suerte de efectos especiales que convertían a
la postal en pequeña obra de arte popular (Riego Amézaga, 2011).[99][100][85]
Las postales patrióticas celebraban símbolos nacionales,
acontecimientos históricos, glorias militares y todo aquello que contribuyera a
reforzar sentimientos de identidad colectiva (Mispostales, 2025). Las postales sentimentales expresaban
emociones codificadas mediante combinaciones de flores, símbolos románticos,
escenas bucólicas y textos poéticos preimpresos que facilitaban la comunicación
de afectos en una época en que las convenciones sociales restringían la
expresión emocional directa (Riego Amézaga, 2011). Las postales infantiles presentaban niños disfrazados, escenas de
juegos, composiciones de temática escolar o simplemente imágenes consideradas
"bonitas" o "tiernas" según los gustos estéticos de la
época (Alonso Robisco, 2019). Las postales
humorísticas utilizaban caricaturas, escenas cómicas, chistes visuales y
sátira social más o menos suave para entretener y divertir (Lara, 2005).[99][100][85][84]
El coleccionismo postal alcanzó durante estos años su máxima
intensidad, convirtiéndose en práctica social ampliamente extendida que
atravesaba clases sociales y generaba sus propias instituciones, publicaciones
y mercados especializados (Riego Amézaga, 2011). Los álbumes de postales se convirtieron en elementos habituales de los
hogares burgueses, ocupando lugares similares a los que anteriormente habían
correspondido a los álbumes de cartes de visite (Yeves Andrés, 2017). El intercambio de postales entre
coleccionistas de diferentes países generó redes internacionales de
comunicación que prefiguraban claramente los posteriores fenómenos de las redes
sociales digitales: personas desconocidas entre sí establecían contacto regular
mediante el envío recíproco de postales, compartiendo imágenes de sus
respectivos países, comentando las características de los ejemplares recibidos,
solicitando postales específicas de temas o lugares determinados, e incluso
desarrollando amistades epistolares mantenidas exclusivamente mediante tarjetas
postales (Riego Amézaga, 2011).[101][85]
La cartofilia, término acuñado para designar el coleccionismo
sistemático de tarjetas postales, generó revistas especializadas, sociedades de
coleccionistas, exposiciones temáticas y un mercado secundario de compraventa
de ejemplares raros o antiguos (Riego Amézaga, 2011). En España circulaban
publicaciones como "España Cartófila", que informaba sobre novedades
editoriales, ofrecía espacios para anuncios de intercambio, publicaba artículos
sobre historia postal y funcionaba como órgano de cohesión de la comunidad de
coleccionistas españoles (Tarjetas Hauser y Menet). Este fenómeno de
coleccionismo masivo resulta particularmente significativo desde la perspectiva
histórica porque democratizó prácticas que anteriormente habían sido exclusivas
de élites cultivadas: la construcción de archivos visuales personales, la
documentación sistemática de realidades geográficas y culturales diversas, el
establecimiento de correspondencias internacionales, y la participación en
comunidades de interés basadas en afinidades culturales más que en proximidad
física (Riego Amézaga, 2011).[97][85]
La función documental de la tarjeta postal alcanzó durante estos años
plena madurez y conciencia explícita: editores, fotógrafos y consumidores eran
plenamente conscientes de que las postales constituían un registro visual
sistemático de la realidad contemporánea que tendría valor histórico futuro
(Guereña, 2004). Esta consciencia documental se reflejaba en la exhaustividad
con que se fotografiaban ciudades enteras —no sólo monumentos principales sino
también calles secundarias, barrios periféricos, mercados, estaciones de
ferrocarril, puentes, fuentes públicas—, en la atención prestada a oficios
tradicionales y modos de vida que ya entonces se percibían como amenazados por
la modernización, y en el cuidado con que muchos editores databan y localizaban
precisamente sus imágenes (Lara, 2005). Gracias a esta exhaustividad
documental, las postales de esta época constituyen hoy un archivo visual
insustituible para el estudio de la historia urbana, la arquitectura, las
costumbres sociales, la indumentaria, los transportes, las actividades
económicas y prácticamente todos los aspectos de la vida española de comienzos
del siglo XX (Guereña, 2004).[86][99]
Esta Edad de Oro se vio
abruptamente interrumpida por el estallido de la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914, acontecimiento que
transformaría radicalmente las condiciones materiales, técnicas y culturales de
la producción y circulación postal (López Torán, 2021).[102]
2.5.
Guerra, crisis y transformaciones (1914-1919)
El estallido de la Primera Guerra Mundial en agosto de
1914 marcó un punto de inflexión decisivo en la historia de la tarjeta postal
europea, interrumpiendo abruptamente la fase de expansión continua que había
caracterizado los quince años anteriores e inaugurando un período de profundas
transformaciones que afectaron simultáneamente a las condiciones de producción,
los usos sociales, las funciones comunicativas y el contenido iconográfico del
medio postal (López Torán, 2021). Aunque España permaneció neutral durante todo
el conflicto, evitando así las devastaciones materiales y humanas que asolaron
a los países beligerantes, la industria postal española no quedó inmune a las
repercusiones indirectas de la conflagración: las disrupciones en el comercio
internacional, las dificultades de aprovisionamiento de materias primas, las
alteraciones en las redes postales europeas y las transformaciones en la
demanda de postales afectaron significativamente al sector (López Torán, 2021).[102]
En los países beligerantes, la guerra generó paradójicamente el momento de
máxima circulación de tarjetas
postales de toda la historia del medio: se alcanzaron cifras sin precedentes
motivadas fundamentalmente por la necesidad de mantener contacto regular entre
los millones de soldados movilizados en los frentes y sus familiares en la
retaguardia (López Torán, 2021). Las administraciones militares de todos los
países combatientes establecieron servicios
postales de campaña específicamente diseñados para canalizar este flujo
masivo de correspondencia, reconociendo correctamente que el mantenimiento de
los lazos afectivos con el hogar constituía un factor crucial para la moral de
las tropas (Gil, 2017). Las tarjetas postales resultaban particularmente
adecuadas para esta comunicación de guerra: su formato breve se ajustaba
perfectamente a las condiciones de escritura en trincheras y campamentos; su
menor peso y volumen comparado con las cartas facilitaba su transporte en las
complicadas cadenas logísticas militares; y su coste reducido las hacía
accesibles incluso para soldados de extracción humilde (López Torán, 2021).[103][102]
Las postales militares desarrolladas durante la guerra presentaban
características específicas determinadas por las condiciones bélicas. Muchas
circulaban como franquicia militar,
es decir, sin coste alguno para el remitente, beneficio que las autoridades
otorgaban a los soldados para facilitar su comunicación con la retaguardia
(Gil, 2017). El diseño incorporaba frecuentemente menciones preimpresas como
"Correspondance des Armées" en Francia o equivalentes en otros idiomas,
identificando claramente su procedencia militar (Todocolección, Postales
Primera Guerra Mundial). Las imágenes presentaban temáticas relacionadas con el
conflicto: retratos de militares, escenas de vida en el frente (siempre
convenientemente edulcoradas para no desmoralizar), celebraciones de victorias,
homenajes a héroes caídos, símbolos patrióticos, alegorías de la victoria y
todo el repertorio iconográfico de la propaganda
bélica (López Torán, 2021).[104][103][102]
La censura militar constituía un elemento omnipresente en la
correspondencia postal de guerra. Todas las potencias beligerantes
establecieron sistemas de control sistemático del correo militar, tanto del emanado
desde el frente hacia la retaguardia como del dirigido desde la retaguardia
hacia las zonas de operaciones (Gil, 2017). Los mensajes escritos en las
postales eran examinados por censores militares que tachaban o eliminaban
cualquier información que pudiera resultar útil al enemigo: referencias
específicas a localizaciones de unidades, menciones de movimientos de tropas,
descripciones de fortificaciones, comentarios sobre moral o estado de las
fuerzas, críticas a mandos o autoridades (Gil, 2017). Las postales censuradas
llevaban habitualmente sellos o marcas
de censura que atestiguaban su revisión por las autoridades militares (Gil,
2017). Esta censura se extendía también al contenido visual: estaba prohibida
la circulación de postales con imágenes que pudieran revelar información
táctica o estratégica, razón por la cual aparecieron las denominadas "postales de campaña" sin
ilustraciones, consistentes en simples tarjetas con el reverso dividido para
correspondencia y dirección pero con el anverso completamente en blanco
(Núñez-Herrador, 2019).[105][103]
En España, aunque la neutralidad preservó al país de
participar directamente en el conflicto, la guerra tuvo consecuencias
económicas significativas que afectaron a la industria postal. Las disrupciones en el comercio internacional
dificultaron el aprovisionamiento de ciertas materias primas necesarias para la
producción de postales: algunos tipos específicos de cartulina, productos
químicos para el procesamiento fotográfico, tintas de impresión de calidad
superior (López Torán, 2021). Las alteraciones
en las redes postales europeas complicaron la distribución internacional de
postales españolas y redujeron el flujo de postales extranjeras hacia España
(López Torán, 2021). La interrupción del
turismo internacional, consecuencia directa del conflicto, eliminó
prácticamente uno de los mercados más dinámicos para la postal: los turistas
europeos que visitaban España y adquirían postales como recuerdos o para enviar
a sus países de origen (López Torán, 2021).[102]
Sin embargo, estos efectos
negativos quedaron parcialmente compensados por algunos factores favorables
derivados de la posición neutral española. España se convirtió en país de tránsito para correspondencia
entre países beligerantes de bandos opuestos, generando ingresos adicionales
para el sistema postal español (Gil, 2017). La industria española experimentó
cierta sustitución de importaciones:
productos que anteriormente se importaban desde países europeos ahora en guerra
comenzaron a producirse localmente, incluyendo algunos materiales relacionados
con la industria gráfica (López Torán, 2021). El turismo interno experimentó cierto crecimiento como sustituto del
turismo internacional interrumpido, beneficiando a editores de postales de
destinos turísticos españoles (López Torán, 2021).[103][102]
La temática de las postales españolas durante el período 1914-1919
mantuvo en general las líneas ya consolidadas antes de la guerra —vistas
urbanas, monumentos, tipos populares, temas taurinos— pero incorporó también
algunas novedades relacionadas indirectamente con el conflicto. Aparecieron
postales documentando la presencia en España de refugiados procedentes de países en guerra, especialmente belgas y
franceses que habían huido de las zonas ocupadas (López Torán, 2021). Se
editaron postales relacionadas con acontecimientos
de solidaridad como colectas benéficas, hospitales para heridos de guerra
establecidos en territorio español, o actividades de la Cruz Roja (López Torán,
2021). Circularon también postales de propaganda
política relacionadas con los debates sobre la posición española ante el
conflicto, reflejando las tensiones entre aliadófilos y germanófilos que
caracterizaron estos años (López Torán, 2021).[102]
La calidad técnica de la producción postal española durante estos años
tendió a mantenerse estable, beneficiándose España de no sufrir las
destrucciones materiales que afectaron a la industria gráfica de los países
beligerantes. Hauser y Menet continuó produciendo postales de alta calidad
fotográfica mediante fototipia, aunque posiblemente con volúmenes de producción
algo reducidos respecto al período anterior (Pares, Archivos Españoles). Los
editores regionales y locales mantuvieron sus catálogos, actualizándolos
periódicamente con nuevas vistas cuando las transformaciones urbanas lo
requerían (Lara, 2005). La coloración a
mano o mediante anilinas transparentes aplicadas sobre las fototipias
monocromáticas continuó siendo una práctica habitual, añadiendo atractivo
visual a las postales y diferenciándolas de la competencia (Núñez-Herrador,
2019).[105][99][84]
El final de la guerra en
noviembre de 1918, seguido por la pandemia
de gripe española de 1918-1919 que afectó severamente a España precisamente
por su neutralidad (no había desarrollado inmunidad de grupo como los países
beligerantes), inauguró un período de transición complejo hacia las condiciones
de la posguerra (López Torán, 2021). La reactivación de las comunicaciones
postales internacionales, la reanudación gradual del turismo europeo, y la
normalización de los mercados de materias primas permitieron una recuperación
inicial de la industria postal (López Torán, 2021). Sin embargo, pronto se
haría evidente que las transformaciones culturales, sociales y tecnológicas
aceleradas por la guerra habían alterado permanentemente las condiciones del
mercado postal, inaugurando una nueva fase caracterizada por desafíos
estructurales crecientes (López Torán, 2021).[102]
2.6.
Crisis de los años veinte y adaptación empresarial (1920-1931)
La década de 1920 representó para
la industria postal española un
período ambivalente caracterizado simultáneamente por la normalización
posconflicto, la persistencia de ciertos indicadores de vitalidad sectorial,
pero también por la emergencia de crisis
estructurales y tensiones competitivas que anticipaban el declive del
modelo clásico de tarjeta postal ilustrada (Núñez-Herrador, 2019). Aunque las
condiciones materiales se habían normalizado tras el final de la Primera Guerra
Mundial y la crisis pandémica de la gripe española, múltiples factores
convergentes comenzaron a erosionar las bases del extraordinario éxito que el
formato postal había experimentado durante las dos décadas anteriores (López
Torán, 2021). Estos factores incluían cambios
en las prácticas comunicativas derivados de la expansión de la telefonía y
la telegrafía, la aparición de nuevos medios
visuales competidores como el cine y las revistas gráficas ilustradas con
fotografía directa, transformaciones en los gustos estéticos que hacían que ciertos estilos postales parecieran
anticuados, y crisis económicas periódicas que afectaban al consumo de bienes
culturales no esenciales (Núñez-Herrador, 2019).[105][102]
La producción cuantitativa de postales durante los años veinte
presenta un panorama complejo que dificulta generalizaciones simples. Algunos
indicadores sugieren cierta continuidad de la vitalidad sectorial: Hauser y
Menet continuaba siendo una empresa activa y relativamente próspera, aunque el
envejecimiento y retiro de Oscar Hauser a Suiza en 1919 por motivos de salud
introdujo cambios en la dirección empresarial, quedando Adolfo Menet como único
responsable hasta su fallecimiento en 1927 (Pares, Archivos Españoles). La
empresa siguió produciendo tarjetas postales durante toda la década, aunque
probablemente con volúmenes inferiores a los de la fase de máxima expansión
anterior a 1914 (Pares, Archivos Españoles). Otros editores como Fototipia Thomas en Barcelona
mantuvieron también actividad significativa: la empresa de Lucien Roisin (1884-1943), fotógrafo francés establecido en
Barcelona con tienda propia en las Ramblas denominada "La casa de la
postal", desarrolló un extenso trabajo fotográfico que recogía imágenes de
toda la geografía española, especialmente durante las décadas de 1920 y 1930
(Alonso Robisco, 2019).[84]
Roisin ejemplifica un modelo
empresarial característico de esta época: aunque muchas de las imágenes las
obtenía directamente mediante su propia actividad fotográfica, también
trabajaba sistemáticamente con fotógrafos
locales que le vendían los clichés de sus respectivas regiones,
permitiéndole así construir un catálogo geográficamente exhaustivo sin
necesidad de realizar personalmente toda la cobertura territorial (Alonso
Robisco, 2019). Este modelo de "editor-distribuidor" que integra
producción propia con adquisición de fondos externos se consolidó durante los
años veinte como estrategia empresarial dominante, desplazando al modelo anterior
de productores verticalmente integrados que controlaban directamente todas las
fases de la cadena de valor (Archivo Zaragoza, Roisin). La fragmentación del mercado aumentó notablemente: frente a los
grandes editores nacionales que habían dominado el período anterior,
proliferaron multitud de pequeños editores regionales o locales que cubrían
ámbitos geográficos específicos con tiradas limitadas (Militariasf, 2023).[106][107][84]
Sin embargo, diversos indicadores
evidencian también tensiones y
dificultades crecientes. La calidad
técnica de muchas postales editadas durante los años veinte presenta
degradación visible respecto al período anterior: las fototipias pierden nitidez
y detalle, los coloreados resultan más toscos y menos cuidados, los soportes de
cartulina tienden a ser de gramaje inferior, y el acabado general evidencia
recortes de costes (Núñez-Herrador, 2019). Esta degradación cualitativa
respondía probablemente a presiones
competitivas en un mercado progresivamente saturado, donde los editores
intentaban mantener rentabilidad mediante reducción de costes de producción que
inevitablemente afectaba a la calidad final (Núñez-Herrador, 2019). Las innovaciones técnicas que habían
caracterizado el período anterior —experimentación con nuevos procedimientos
fotomecánicos, incorporación de efectos especiales, perfeccionamiento continuo
de la calidad de reproducción— prácticamente desaparecieron, evidenciando
cierta fosilización del formato
postal que perdía dinamismo innovador (Núñez-Herrador, 2019).[105]
Los hábitos de consumo postal también experimentaron transformaciones
significativas durante esta década. El coleccionismo
sistemático, que había sido motor fundamental de la demanda durante la Edad
de Oro, parece haber perdido parte de su intensidad: las publicaciones
especializadas en cartofilia redujeron su periodicidad o desaparecieron, las
sociedades de coleccionistas perdieron actividad, y el intercambio
internacional de postales disminuyó notablemente (Riego Amézaga, 2011). Esta
reducción del coleccionismo reflejaba probablemente una combinación de
factores: la saturación derivada de dos décadas de acumulación masiva de
postales, la aparición de nuevas formas de coleccionismo que competían por el
tiempo y recursos de los aficionados (cromos, sellos temáticos, fotografías
comerciales), y cambios generacionales en los gustos culturales que hacían que
el coleccionismo postal pareciera práctica anticuada asociada a la generación
anterior (Riego Amézaga, 2011).[85]
El uso comunicativo de la tarjeta postal también enfrentó competencia
creciente de medios alternativos. La expansión de la telefonía urbana durante los años veinte proporcionaba un medio de
comunicación instantánea que, aunque sustancialmente más costoso que la postal,
resultaba preferible para ciertos tipos de mensajes urgentes o que requerían
respuesta inmediata (López Torán, 2021). El desarrollo de la telegrafía comercial accesible ofrecía
otra alternativa para comunicaciones breves de carácter urgente (López Torán,
2021). Más significativamente, la consolidación de las revistas ilustradas con fotografía directa, facilitada por los
avances en la impresión rotativa de fotograbado, proporcionaba un medio de
información visual mucho más actualizado y dinámico que las postales,
erosionando así su función documental-informativa (Riego Amézaga, 2011).[102][85]
La temática de las postales durante los años veinte presentó cierta
evolución respecto al período anterior. Las vistas urbanas continuaron
dominando numéricamente, pero reflejaban ahora las transformaciones urbanas aceleradas que caracterizaron este período:
nuevas avenidas, edificios modernistas o racionalistas, infraestructuras de
tranvías o autobuses, estadios deportivos, instalaciones industriales (Archivo
Zaragoza, Roisin). Esta documentación del proceso de modernización urbana
constituye hoy uno de los valores históricos más significativos de las postales
de esta época, al registrar paisajes urbanos que posteriormente serían
completamente transformados (Archivo Zaragoza, Roisin). Las postales costumbristas mantuvieron su
presencia, pero comenzaron a adquirir un tono progresivamente nostálgico, documentando modos de vida
tradicionales que se percibían como amenazados o ya desaparecidos
(Núñez-Herrador, 2019).[106][105]
Las postales turísticas asociadas a destinos vacacionales
experimentaron cierto crecimiento durante esta década, reflejando el desarrollo
incipiente del turismo nacional español y la recuperación gradual del turismo
internacional europeo tras la guerra (Archivo Zaragoza, Roisin). Balnearios,
estaciones termales, playas del norte (especialmente San Sebastián y
Santander), y algunos destinos de montaña fueron objeto de series postales
específicamente orientadas a promover el turismo (Archivo Zaragoza, Roisin).
Sin embargo, este desarrollo turístico-postal quedaba todavía muy limitado
comparado con lo que caracterizaría décadas posteriores: el turismo seguía
siendo fundamentalmente actividad de élites urbanas, y el turismo internacional
masivo hacia España no se desarrollaría hasta después de 1950 (Núñez-Herrador,
2019).[106][105]
Durante la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), la tarjeta postal
adquirió ocasionalmente dimensiones de propaganda política oficial. Se editaron
postales conmemorando inauguraciones de obras públicas impulsadas por el
régimen —carreteras, pantanos, ferrocarriles— presentándolas como expresión del
progreso material y la modernización nacional que el directorio militar
afirmaba estar promoviendo (Núñez-Herrador, 2019). Aparecieron postales con
retratos del dictador y otros jerarcas del régimen, distribuidas frecuentemente
de forma semi-oficial en actos y celebraciones gubernamentales (Núñez-Herrador,
2019). Las postales documentaron también exposiciones
internacionales como la de Barcelona en 1929, acontecimiento de proyección
internacional que generó amplia producción postal tanto oficial como comercial
(Archivo Zaragoza, Roisin).[106][105]
Hacia el final de la década, la
crisis económica internacional desencadenada por el crack bursátil de 1929 afectó también a España, aunque con menor
intensidad que en países más industrializados (Núñez-Herrador, 2019). La
contracción del consumo asociada a la recesión económica impactó negativamente
en bienes culturales no esenciales como las postales, reduciendo tanto la
demanda de consumo corriente como el coleccionismo (Núñez-Herrador, 2019). La
caída de la Dictadura en 1930 y la crisis política subsiguiente que culminaría
en la proclamación de la Segunda República en abril de 1931 generaron un
período de incertidumbre que tampoco favorecía las inversiones en la industria
postal (Wikipedia, Segunda República). En este contexto de crisis múltiples
—económica, política, sectorial— la industria postal española llegaba al umbral
de los años treinta en situación de debilidad estructural que condicionaría su
evolución durante la década siguiente (Núñez-Herrador, 2019).[108][105]
2.7.
Segunda República y Guerra Civil: postales políticas e ideológicas (1931-1939)
La proclamación de la Segunda República el 14 de abril de
1931 inauguró un período político intenso y conflictivo que se reflejaría
inmediatamente en la producción y circulación de tarjetas postales, adquiriendo
éstas dimensiones explícitamente políticas
e ideológicas que anteriormente habían permanecido generalmente latentes o
marginales (Wikipedia, Segunda República). Durante los años republicanos
anteriores a la Guerra Civil (1931-1936), las postales documentaron
transformaciones políticas, sociales y culturales del nuevo régimen, sirvieron
como vehículos de propaganda de las diversas fuerzas políticas que competían
por la hegemonía ideológica, y registraron las crecientes tensiones que
desembocarían en la explosión bélica de julio de 1936 (Núñez-Herrador, 2019).
La Guerra Civil (1936-1939) convertiría definitivamente a la tarjeta postal en instrumento de propaganda política y
movilización ideológica, función que desplazaría prácticamente todas las
demás y que marcaría profundamente la producción postal de estos años (López
Torán, 2021).[108][105][102]
Los primeros meses republicanos
generaron una efímera pero significativa producción de postales conmemorativas del cambio de régimen. Se editaron postales
con la nueva bandera tricolor
republicana —roja, amarilla y morada— que sustituía a la bicolor monárquica
(Wikipedia, Segunda República). Aparecieron postales con retratos de los
principales dirigentes republicanos: Niceto Alcalá-Zamora (presidente de la
República), Manuel Azaña (presidente del gobierno durante el primer bienio), y
otros próceres del nuevo régimen (Filateliahobby, 2025). Las postales
documentaron celebraciones populares de la proclamación republicana,
manifestaciones multitudinarias, actos de afirmación del nuevo orden político
(Wikipedia, Segunda República). Los enteros
postales oficiales fueron rápidamente modificados para eliminar la
simbología monárquica y sustituirla por emblemas republicanos: se habilitaron
con la palabra "República" las tarjetas que todavía llevaban
simbología de Alfonso XIII, y posteriormente se emitieron nuevos enteros con
diseño específicamente republicano (Filateliahobby, 2025).[109][108]
Sin embargo, esta fase inicial de
entusiasmo republicano documentada
postalmente resultó efímera. Las profundas divisiones ideológicas que
atravesaban la sociedad española se reflejaron rápidamente en la producción
postal: las distintas familias políticas republicanas, socialistas,
anarquistas, comunistas, nacionalistas regionales y las fuerzas conservadoras y
católicas hostiles al nuevo régimen desarrollaron cada una su propia propaganda postal (Wikipedia, Segunda
República). Durante el primer bienio (1931-1933), dominado por la coalición
republicano-socialista de Manuel Azaña, circularon postales defendiendo las
reformas impulsadas por el gobierno: la reforma agraria, la reforma militar, la
legislación laica, el Estatuto de autonomía catalán (Wikipedia, Segunda
República). Las fuerzas conservadoras y católicas, movilizadas especialmente
contra las medidas anticlericales del gobierno, respondieron con su propia
propaganda postal defendiendo los derechos de la Iglesia y denunciando las
"persecuciones" religiosas (Wikipedia, Segunda República).[108]
El segundo bienio (1933-1935), caracterizado por el gobierno de
derechas de la CEDA y el Partido Radical, generó intensificación adicional de
la polarización postal. Las postales documentaron acontecimientos traumáticos
como la Revolución de Asturias de
octubre de 1934, presentada por la derecha como evidencia de la amenaza
revolucionaria y por la izquierda como resistencia heroica contra el fascismo
(Wikipedia, Segunda República). La propaganda postal se hizo progresivamente
más agresiva, utilizando imágenes de iglesias quemadas, víctimas de violencia,
movilizaciones de masas, símbolos amenazadores, en un proceso de radicalización discursiva que
envenenaba el clima político (Wikipedia, Segunda República). Las elecciones de
febrero de 1936, que darían el triunfo al Frente
Popular de izquierdas, fueron precedidas de intensa campaña donde las
postales jugaron cierto papel como vehículos de mensajes políticos (Wikipedia,
Segunda República).[108]
El estallido de la Guerra Civil el 17-18 de julio de 1936
tras el golpe militar parcialmente fracasado transformó radicalmente el
significado y las funciones de la tarjeta postal, que se convirtió en instrumento privilegiado de propaganda
bélica en ambos bandos (López Torán, 2021). La división territorial de
España entre la zona republicana y la zona sublevada generó dos sistemas
postales separados y hostiles, cada uno con su propia producción de tarjetas
orientada a sostener el esfuerzo bélico propio y desmoralizar al adversario
(Gil, 2017). La tarjeta postal de guerra cumplía múltiples funciones
simultáneas: mantenía la comunicación entre combatientes y retaguardia,
reforzaba la cohesión ideológica mediante propaganda visual, documentaba
supuestos logros militares o atrocidades enemigas, movilizaba apoyo
internacional, y registraba visualmente acontecimientos y transformaciones del
período bélico (López Torán, 2021).[103][102]
En la zona republicana, la producción postal de guerra presentó gran
diversidad derivada de la fragmentación del poder político durante los primeros
meses del conflicto. Diversos organismos, partidos políticos, sindicatos,
milicias, instituciones autonómicas y autoridades locales editaron sus propias
postales, resultando en una variedad iconográfica y discursiva extraordinaria
que ha sido objeto de catalogación especializada (Edifil, Catálogo Postales
Guerra Civil). Las postales republicanas desplegaban el repertorio completo de
la propaganda antifascista:
milicianos y milicianas empuñando fusiles en actitud combativa, trabajadores y
campesinos movilizados para la producción bélica, denuncias de la intervención
extranjera fascista (alemana e italiana) apoyando a los sublevados,
llamamientos a la resistencia popular, celebraciones de victorias militares
(especialmente la defensa de Madrid), homenajes a héroes y mártires de la causa
republicana (López Torán, 2021).[110][102]
La iconografía reflejaba las
distintas culturas políticas que coexistían y competían en la zona republicana:
las postales anarquistas (editadas por la CNT-FAI) enfatizaban temas de
revolución social, colectivizaciones, abolición del Estado y protagonismo de
las milicias populares; las postales comunistas (del PCE) promovían disciplina
militar, ejército popular regular, resistencia antifascista y solidaridad con
la Unión Soviética; las postales socialistas destacaban la unidad obrera y la
defensa de la democracia; las postales editadas por el gobierno vasco o la
Generalitat de Cataluña combinaban defensa republicana con afirmación de
identidades nacionales periféricas (López Torán, 2021). Esta pluralidad
iconográfica y discursiva constituye uno de los valores históricos más
significativos de las postales republicanas, al documentar la compleja
constelación de fuerzas políticas que caracterizó a la República en guerra
(Edifil, Catálogo Postales Guerra Civil).[110][102]
En la zona sublevada, la producción postal presentaba mucha mayor
homogeneidad, reflejando la estructura de poder más centralizada y jerárquica
establecida progresivamente bajo el mando del general Francisco Franco. Las
postales franquistas desplegaban el
repertorio de la propaganda nacional-católica: símbolos religiosos
(especialmente el Sagrado Corazón), imágenes de Franco y otros jefes militares
sublevados, glorificación del ejército y la Falange, denuncias de supuestas
atrocidades "rojas", celebraciones de ocupaciones de ciudades, y
construcción de una narrativa legitimadora del alzamiento presentado como
"Cruzada" de liberación nacional contra el comunismo ateo
(Núñez-Herrador, 2019). La iconografía enfatizaba temas de orden, disciplina,
tradición, catolicismo y unidad nacional frente al presunto caos, indisciplina,
ateísmo y disgregación que caracterizarían a la zona republicana
(Núñez-Herrador, 2019).[105]
Las postales de campaña sin ilustraciones, mencionadas anteriormente en
el contexto de la Primera Guerra Mundial, reaparecieron masivamente durante la
Guerra Civil española. Estas tarjetas, que presentaban el reverso dividido para
correspondencia pero el anverso completamente en blanco, respondían a
imperativos de seguridad militar:
las autoridades de ambos bandos prohibían la circulación de postales con
imágenes de localidades, fortificaciones, concentraciones de tropas o cualquier
otro elemento que pudiera proporcionar información de inteligencia al enemigo
(Núñez-Herrador, 2019). Las postales de campaña llevaban frecuentemente
impresos mensajes genéricos de tono patriótico-propagandístico, pero sin
imágenes identificables (Colectalia, Tarjetas Postales). Todas las postales,
tanto ilustradas como de campaña, estaban sometidas a censura rigurosa: marcas de censura militar, sellos de revisión,
tachaduras de contenidos considerados inapropiados son elementos habituales en
la correspondencia postal de guerra de ambos bandos (Gil, 2017).[111][103][105]
La calidad técnica de las postales de guerra presenta en general
degradación significativa respecto a períodos anteriores. Las condiciones
bélicas —escasez de materias primas, destrucción de instalaciones industriales,
desorganización de sistemas de producción y distribución— afectaron severamente
a la industria gráfica (López Torán, 2021). Muchas postales de guerra presentan
reproducción de baja calidad, impresión defectuosa, soportes de cartulina de
gramaje insuficiente y acabados toscos que evidencian las condiciones
materiales precarias de su producción (Núñez-Herrador, 2019). Sin embargo,
precisamente este carácter de producción
de urgencia confiere a estas postales valor testimonial especial:
documentan no sólo los contenidos propagandísticos explícitos sino también,
indirectamente, las condiciones materiales de la guerra mediante sus propias
limitaciones técnicas (López Torán, 2021).[105][102]
El final de la guerra en abril de
1939 con la victoria del bando sublevado cerró abruptamente la producción postal
republicana e inauguró la fase del franquismo,
durante la cual la postal experimentaría transformaciones adicionales que
consumarían su declive como medio de comunicación visual masiva
(Núñez-Herrador, 2019).[105]
2.8. Declive
del modelo clásico y nuevas tendencias (desde 1939)
La victoria franquista en abril de 1939 inauguró un período histórico
radicalmente diferente que afectaría profundamente a todas las manifestaciones
de la cultura visual española, incluida la tarjeta postal (Núñez-Herrador,
2019). Durante las cuatro décadas de dictadura franquista (1939-1975), la
postal experimentó transformaciones que combinaban control ideológico estricto sobre contenidos, degradación
progresiva de la calidad técnica y estética, reorientación funcional hacia el
emergente turismo de masas, y pérdida acelerada de su significación como medio
de comunicación visual culturalmente relevante (Núñez-Herrador, 2019). El
período franquista representa así la fase de declive definitivo del modelo clásico de tarjeta postal ilustrada
que había alcanzado su apogeo durante las primeras décadas del siglo XX
(Núñez-Herrador, 2019).[105]
Los primeros años de la posguerra (1939-1950) se caracterizaron
por condiciones materiales extraordinariamente precarias que afectaron
severamente a la industria gráfica. La destrucción de guerra, el aislamiento
internacional del régimen franquista, las dificultades de aprovisionamiento de
materias primas, y la crisis económica generalizada condicionaron negativamente
la producción postal (Núñez-Herrador, 2019). Las postales de esta época primera
del franquismo presentan en general calidad
técnica y estética muy degradada: reproducciones fotográficas de poca
nitidez, impresión defectuosa, cartulinas de gramaje insuficiente, coloreados
toscos mediante anilinas que generaban tonalidades estridentes y poco
naturalistas (Núñez-Herrador, 2019). Esta degradación cualitativa contrasta
marcadamente con las postales de alta calidad técnica producidas durante la
Edad de Oro del postalismo español, evidenciando el retroceso que la industria
gráfica española había experimentado como consecuencia de la guerra y la
autarquía económica del primer franquismo (Núñez-Herrador, 2019).[105]
El control ideológico sobre contenidos postales fue estricto y
omnipresente durante toda la dictadura, aunque con intensidad variable según
períodos. Las postales debían ajustarse a la visión oficial que el régimen
promovía sobre España: exaltación de glorias históricas imperiales,
presentación de un país católico y tradicionalista, ocultamiento sistemático de
toda manifestación de modernidad cultural o política que no se ajustara a los
parámetros oficiales, silenciamiento de las identidades regionales periféricas
(Núñez-Herrador, 2019). Durante los años cuarenta y cincuenta, circularon
ampliamente postales conmemorando monumentos
y símbolos del régimen: el Valle de los Caídos, monumentos a "caídos
por Dios y por España", arcos de triunfo, cruces monumentales erigidas en
lugares estratégicos, y toda la parafernalia arquitectónica del
nacional-catolicismo victorioso (Núñez-Herrador, 2019). Estas postales del
franquismo temprano cumplían funciones de pedagogía
política: enseñaban visualmente cuáles eran los lugares, símbolos y
narrativas legitimados oficialmente, moldeando así las representaciones
colectivas según los intereses del régimen (Núñez-Herrador, 2019).[105]
Sin embargo, a partir de los años
cincuenta, y especialmente tras la apertura
económica simbolizada por el fin del aislamiento internacional, el ingreso
en organismos internacionales y el Plan de Estabilización de 1959, la función
dominante de la postal experimentó transformación significativa hacia su
asociación preferente con el turismo
(Núñez-Herrador, 2019). El desarrollo del turismo de masas europeo hacia
España, fenómeno que se aceleraría extraordinariamente durante los años sesenta
y que convertiría al turismo en sector económico fundamental, generó demanda
masiva de postales como recuerdos vacacionales (Núñez-Herrador, 2019). Esta
reorientación turística de la postal produjo transformaciones iconográficas
significativas: las vistas urbanas tradicionales fueron progresivamente
desplazadas por imágenes de playas, hoteles, infraestructuras turísticas,
escenas de ocio vacacional, y estereotipos visuales del "sol y playa"
que caracterizarían al turismo español de este período (Núñez-Herrador, 2019).[105]
Las postales del desarrollismo franquista (años sesenta y setenta)
presentan características estéticas particulares que las hacen inmediatamente
reconocibles: coloreados estridentes y poco naturalistas, frecuentemente
mediante aplicación de anilinas
transparentes sobre fotografías en blanco y negro; plastificación de la
superficie que producía acabados brillantes y artificiales; composiciones que
combinaban múltiples vistas en una misma postal con disposiciones recargadas y
de dudoso gusto estético; y temáticas que reflejaban la fascinación acrítica
ante cualquier manifestación de desarrollo económico o modernización material
(Núñez-Herrador, 2019). Estas postales documentan la transformación acelerada del paisaje urbano y costero español
durante el desarrollismo: la construcción masiva de hoteles, apartamentos e
infraestructuras turísticas; la expansión de ciudades que desbordaban sus
límites históricos; la aparición de nuevas tipologías arquitectónicas
modernistas o racionalistas; y, en general, la modernización material de un
país que experimentaba su particular transición de sociedad agraria a sociedad
industrial y de servicios (Núñez-Herrador, 2019).[105]
Paradójicamente, junto a esta
documentación de la modernización material, las postales franquistas mantuvieron
también una línea de estampas
costumbristas nostálgicas que presentaban una España tradicional,
folklórica y esencializada que frecuentemente tenía poco que ver con la
realidad social contemporánea (Núñez-Herrador, 2019). Estas postales "de
típico español" reproducían estereotipos sobre bailaoras de flamenco,
toreros, mujeres con mantilla, escenas rurales idealizadas, y todo el
repertorio de arquetipos turistificados
que el régimen promovía como imagen nacional hacia el exterior (Núñez-Herrador,
2019). Esta coexistencia de postal-desarrollista y postal-costumbrista
reflejaba la dualidad ideológica del franquismo tardío, que intentaba
simultáneamente presentarse como régimen modernizador y desarrollo económico
mientras preservaba una legitimación basada en valores tradicionales y
católicos (Núñez-Herrador, 2019).[105]
Durante los años setenta y
especialmente tras la muerte de Franco en 1975 y la subsiguiente Transición democrática, la postal
experimentó una fase de relativa recuperación que combinaba elementos de
continuidad con tímidas innovaciones (Riego Amézaga, 2011). Aparecieron
postales de mejor calidad técnica que las del período anterior, aprovechando
mejoras en los procedimientos de impresión offset y la disponibilidad de materiales
de mejor calidad (Núñez-Herrador, 2019). Surgieron editores especializados en
postales de temática artística que
reproducían obras de arte contemporáneo, fotografías de calidad artística, o
diseños gráficos de creadores reconocidos (Riego Amézaga, 2011). Las
instituciones culturales —museos, ayuntamientos, diputaciones— comenzaron a
editar postales de sus colecciones o patrimonios como elementos de difusión
cultural y generación de ingresos complementarios (Riego Amézaga, 2011).[85][105]
Sin embargo, estos desarrollos no
lograron revertir la tendencia fundamental de declive estructural del medio postal. A partir de los años ochenta,
múltiples factores convergentes aceleraron la marginalización de la postal como
medio de comunicación: la universalización de la telefonía fija reducía
drásticamente su función comunicativa; la aparición de la fotografía
instantánea (Polaroid) y posteriormente de las cámaras compactas accesibles
permitía a los turistas producir sus propias imágenes de recuerdo sin necesidad
de adquirir postales comerciales; el desarrollo de nuevas formas de
comunicación visual —videograbación doméstica, más adelante fotografía digital—
ofrecían alternativas más personalizadas y expresivas; y cambios generacionales
en las prácticas culturales hacían que el envío de postales pareciera costumbre
anticuada asociada a generaciones mayores (Riego Amézaga, 2011).[85]
En el siglo XXI, la irrupción de Internet y las redes sociales consumó
definitivamente el declive de la postal como medio de comunicación masiva. Las
facilidades para compartir instantáneamente fotografías mediante correo
electrónico, redes sociales, aplicaciones de mensajería o plataformas de
almacenamiento en la nube eliminaron prácticamente toda función comunicativa
residual de la postal física (Riego Amézaga, 2011). Los turistas contemporáneos
documentan y comparten sus experiencias vacacionales mediante miles de
fotografías digitales inmediatamente accesibles, haciendo que la postal
comercial resulte completamente superflua (Riego Amézaga, 2011). El medio
postal físico se ha refugiado así en nichos
especializados: producción artística de postales de autor, ediciones
especiales para coleccionistas, productos de regalo en tiendas de museos, o
postales gratuitas de función publicitaria distribuidas en establecimientos
hosteleros (Riego Amézaga, 2011).[85]
No obstante, paradójicamente, el
declive de la postal como medio comunicativo activo ha coincidido con una revalorización historiográfica de las
postales antiguas como fuentes documentales de extraordinaria relevancia para
el estudio de la historia urbana, social, cultural y visual de los siglos XIX y
XX (Guereña, 2004). Archivos, bibliotecas, museos e instituciones culturales
han desarrollado durante las últimas décadas proyectos sistemáticos de
catalogación, digitalización y puesta en acceso público de sus colecciones
postales, reconociendo su valor patrimonial y su potencial para la
investigación histórica (BNE, Postales). Las postales antiguas se han
convertido en objetos de coleccionismo especializado con mercados activos,
publicaciones académicas dedicadas a su estudio, y reconocimiento generalizado
de su condición de memoria visual
insustituible de realidades sociales, urbanas y culturales ya desaparecidas
(Guereña, 2004).[112][86]
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Bloque Introductorio y Metodológico
· 2. Planteamiento, justificación y
objeto de estudio: De la pasión por coleccionar al rigor de investigar
· 3. Estado de la cuestión, marco
historiográfico y delimitación
· 4. Definición operativa de la
tarjeta postal ilustrada
· 5. Tipologías y sistema de
clasificación adoptado
1.
Antecedentes históricos, sociales, políticos y técnicos
· 1.1. Contexto sociopolítico europeo
(1869-1939)
· 1.2. Contexto sociopolítico español
(1850-1939)
· 1.3. Innovaciones tecnológicas en
la producción de postales
· 1.4. Marco legal y regulación
postal
o 1.4.1. El correo como instrumento de Estado: control y
monopolio (1869-1887)
o 1.4.2. La ruptura del monopolio: liberalización de la
edición y auge industrial (1887)
o 1.4.3. La construcción de un territorio postal único: la
normativa internacional
o 1.4.4. Evolución del servicio y censura en tiempos de
conflicto (1900-1939)
o 1.4.5. Epílogo legislativo: hacia la liberalización
contemporánea
· 1.5. Coleccionismo y la tarjeta
postal: del objeto efímero al documento cultural
o Subapartados temáticos: La Edad de Oro y el nacimiento de
la Cartofilia; El álbum familiar; Identidad nacional y turismo.
2.0. Antecedentes fotográficos de la tarjeta postal ilustrada
· 2.1. Génesis y Desarrollo de las
Tarjetas Postales Ilustradas (1869-1900)
o Temas clave: La primera postal austriaca (1869); La guerra
franco-prusiana como catalizador; La estandarización de la UPU; Exposiciones
Universales (París 1889, Chicago 1893).
· 2.2. Llegada a España: Los Primeros
Enteros Postales (1871-1889)
o Temas clave: La Real Orden de 1871; El vacío estatal y la
iniciativa privada; Hegemonía de Hauser y Menet (Serie General, "Recuerdo
de Madrid" 1892).:
2.
Evolución Cronológica de la Tarjeta Postal Ilustrada en España (1869-1939)
(Continuación)
· 2.3. La revolución gráfica (1889‑1900)
o Temas clave: Liberalización de 1887; irrupción de editores privados; liderazgo
de Hauser y Menet ("España Ilustrada"); introducción de la fototipia
industrial y transición de la litografía a procedimientos fotomecánicos.
· 2.4. La Edad de Oro del intercambio
postal (1900‑1914)
o Temas clave: Expansión masiva
del coleccionismo (cartofilia); consolidación de Hauser y Menet (5 millones de
postales/mes en 1905); fotógrafos colaboradores (Káulak, Franzen); apogeo de
las asociaciones cartófilas.
· 2.5. Guerra, crisis y
transformaciones (1914‑1919)
o Temas clave: Impacto de la Primera Guerra Mundial en el
mercado europeo; cambios en la producción y circulación.
· 2.6. Crisis de los años veinte y
adaptación empresarial (1920‑1931)
o Temas clave: Retiro de Oscar
Hauser (1919) y muerte de Menet (1927); modelo "editor-distribuidor"
(ej. Lucien Roisin y "La casa de la postal"); fragmentación del
mercado en editores locales; degradación de la calidad técnica por reducción de
costes; competencia de la telefonía y revistas gráficas.
· 2.7. Segunda República y Guerra
Civil: postales políticas e ideológicas (1931‑1939)
o Temas clave:
o 1931-1936 (República): Postales conmemorativas
(bandera tricolor, retratos de Azaña/Alcalá-Zamora); propaganda política polarizada (reforma agraria
vs. defensa religiosa); Revolución de 1934.
o 1936-1939 (Guerra Civil): La postal como "arma de
propaganda"; sistemas postales divididos (zona republicana vs. sublevada);
"postales de campaña"; uso para cohesión ideológica y denuncia
internacional.
· 2.8. Declive del modelo clásico y
nuevas tendencias (desde 1939)
o Temas clave: Fin de la era clásica de la postal ilustrada;
transformación en mero soporte turístico bajo el franquismo.
Aquí tienes los textos redactados
siguiendo tus instrucciones: estilo periodístico-académico, con una extensión
aproximada de 100 palabras por apartado, citación Harvard estricta y conceptos clave resaltados en negrita.
Bloque Introductorio y Metodológico
La presente investigación
trasciende la mera acumulación nostálgica para someter a la tarjeta postal ilustrada a un
escrutinio científico riguroso. Se propone una transición intelectual desde la cartofilia amateur hacia la
historiografía visual, analizando estos objetos no como curiosidades, sino como
fuentes primarias indispensables
para comprender la modernidad . El estudio justifica su pertinencia al
evidenciar cómo la postal democratizó la imagen mucho antes que los medios
digitales, configurando el imaginario colectivo de una época crucial. Se busca,
por tanto, legitimar el documento
efímero como una herramienta válida para la reconstrucción de la historia social y cultural de España
(Riego, 2001; Burke, 2005).
3. Estado
de la cuestión, marco historiográfico y delimitación
El panorama académico actual
revela una dicotomía entre la abundancia de catálogos de coleccionistas y la
escasez de análisis críticos profundos. Si bien autores fundamentales han
trazado líneas maestras sobre la historia
de la fotografía, el estudio específico de la postal ha quedado
frecuentemente relegado a un segundo plano o disperso en publicaciones locales
de diversa calidad metodológica (Teixidor, 1999). Este trabajo delimita su marco historiográfico acotando el
periodo entre la aparición de la primera tarjeta y el final de la Guerra Civil,
estableciendo un diálogo necesario con los estudios de cultura visual europeos y superando la visión localista para
integrar la producción española en las corrientes internacionales (García
Felguera, 2014).
4.
Definición operativa de la tarjeta postal ilustrada
Para efectos de esta
investigación, se establece una definición
operativa que distingue la tarjeta postal de otros formatos afines como el
grabado o la fotografía de gabinete. Se entiende por tarjeta postal ilustrada
aquel soporte rectangular de cartulina, sujeto a unas medidas estandarizadas
por la Unión Postal Universal
(generalmente 9x14 cm en su etapa clásica), destinado a circular al descubierto
(Carrasco, 2005). Su especificidad reside en la dualidad de su naturaleza:
funciona simultáneamente como vehículo de comunicación
epistolar breve y como soporte de reproducción
fotomecánica masiva, evolucionando desde el predominio del texto hacia la
hegemonía absoluta de la imagen en el anverso (Staff, 1966).
5.
Tipologías y sistema de clasificación adoptado
Dada la ingente producción del
periodo, resulta imperativo adoptar una taxonomía que permita sistematizar el
análisis del corpus. Se ha optado por un sistema de clasificación híbrido que
atiende tanto a criterios técnicos —distinguiendo entre procedimientos como la fototipia, el huecograbado o la litografía— como temáticos (Vega, 2010). Esta
categorización prioriza la distinción entre la postal topográfica o de vistas urbanas, fundamental para la
construcción de la identidad territorial, y las variantes artísticas,
humorísticas o de tipos populares. Este ordenamiento no es meramente archivístico,
sino que revela las estrategias comerciales de los editores y las preferencias
de consumo de la burguesía de la
época (Tepoxt, 2012).
1. ANTECEDENTES HISTÓRICOS, SOCIALES, POLÍTICOS Y TÉCNICOS
1.1.
Contexto sociopolítico europeo (1869-1939)
El periodo comprendido entre 1869
y 1939 constituye una etapa de convulsión y transformación radical en Europa,
marcada por la consolidación de los estados-nación y el desenlace de las
tensiones imperialistas en la Primera
Guerra Mundial. Este escenario de inestabilidad, paradójicamente, fomentó
la necesidad de comunicación rápida y económica, caldo de cultivo ideal para la
expansión postal (Hobsbawm, 1987). La Revolución
Industrial y el avance de la alfabetización permitieron que las clases
medias accedieran al consumo de imágenes, convirtiendo a la postal en un
testigo privilegiado de la modernidad
líquida, desde el optimismo de la Belle
Époque hasta el advenimiento de los totalitarismos y la fractura social de
los años treinta (Freund, 1976).
1.2.
Contexto sociopolítico español (1850-1939)
La España que recibe la tarjeta
postal es una nación que transita desde el convulso reinado de Isabel II y el
Sexenio Democrático hacia la estabilidad ficticia de la Restauración borbónica. Es un contexto caracterizado por un lento
proceso de modernización económica y
un alto índice de analfabetismo que, no obstante, no impidió la fascinación
popular por la imagen impresa (Carr, 1982). Las tensiones centro-periferia, el
auge de los nacionalismos y el movimiento
obrero encuentran en la postal un canal de difusión inesperado. El periodo
culmina con la traumática ruptura de la Segunda
República y la Guerra Civil, momentos en los que la imagen deja de ser
lúdica para tornarse eminentemente política (Bahamonde, 2005).
1.3.
Innovaciones tecnológicas en la producción de postales
El éxito fulgurante de la postal
ilustrada es indisoluble de la evolución de las artes gráficas. Se asiste al
paso de las técnicas manuales como la litografía
y la xilografía hacia la mecanización total de la imagen mediante
procedimientos fotomecánicos. La introducción de la fototipia (colotipa) marcó un hito cualitativo, permitiendo tiradas
industriales con una fidelidad fotográfica asombrosa y un coste unitario
decreciente (Gascoigne, 1986). Posteriormente, la adopción del huecograbado y el offset aceleró los tiempos de producción para satisfacer una
demanda voraz. Estas innovaciones no solo democratizaron el acceso al arte y al
paisaje, sino que transformaron la estructura empresarial del sector editorial
(García Felguera, 2014).
1.4.
Marco legal y regulación postal
1.4.1. El
correo como instrumento de Estado: control y monopolio (1869-1887)
En sus orígenes, la circulación
postal estaba férreamente controlada por el Estado, que concebía el correo como
una regalía y un instrumento de control territorial y fiscal. Durante esta
etapa, el monopolio estatal impedía
la iniciativa privada en la emisión de soportes postales, limitando la
creatividad a los austeros enteros
postales oficiales (Pardo, 1994). La legislación vigente priorizaba la
seguridad y la inviolabilidad de la correspondencia sobre la estética,
restringiendo severamente la inclusión de ilustraciones. Este proteccionismo
respondía a una concepción decimonónica del servicio público, donde la
estandarización administrativa prevalecía sobre las demandas de un mercado
incipiente que comenzaba a reclamar mayor libertad comunicativa (Teixidor,
1999).
1.4.2. La
ruptura del monopolio: liberalización de la edición y auge industrial (1887)
El punto de inflexión en la
historia de la postal española se produce con la liberalización del sector,
permitiendo que la industria privada imprimiera sus propios soportes siempre
que respetaran el franqueo oficial. El decreto de diciembre de 1887 supuso el fin del monopolio de emisión del
cartón, abriendo las compuertas a una explosión de creatividad editorial sin
precedentes (Carrasco, 2005). Esta medida legislativa fue el catalizador que
transformó un documento administrativo en un producto de consumo masivo,
propiciando el nacimiento de grandes casas editoras como Hauser y Menet. La privatización del soporte permitió la
incorporación de la imagen fotográfica
al reverso, inaugurando la era moderna de la postal (Teixidor, 1999).
1.4.3. La
construcción de un territorio postal único: la normativa internacional
La expansión global de la postal
no habría sido posible sin la armonización legislativa impulsada por la Unión Postal Universal (UPU). Los
congresos internacionales celebrados a finales del siglo XIX fueron decisivos
para estandarizar tarifas, dimensiones y normas de circulación, creando un territorio postal único que superaba
las fronteras nacionales (Pyne, 2006). Decisiones clave, como la autorización
del reverso dividido en 1905 —que
permitía escribir el mensaje en la misma cara que la dirección, liberando la
imagen completa—, fueron determinantes para el auge del coleccionismo. Esta
normalización técnica y administrativa facilitó el intercambio fluido de
imágenes entre países, consolidando la primera red social global analógica
(Staff, 1966).
1.4.4.
Evolución del servicio y censura en tiempos de conflicto (1900-1939)
A medida que el volumen de envíos
crecía exponencialmente, el servicio postal debió adaptarse, mejorando la
logística ferroviaria y ampliando la red de cartería rural. Sin embargo, los
conflictos bélicos del siglo XX impusieron severas restricciones al libre flujo
de información. Durante la Guerra Civil
española, la postal se convirtió en objeto de estricta vigilancia; se
establecieron mecanismos de censura
militar y gabinetes de lectura para controlar el mensaje y evitar el
espionaje (Navarro, 2012). La legislación de excepción transformó el uso del
correo: aparecieron las tarjetas de franquicia
militar y se reguló el contenido de las imágenes para alinearlas con los
intereses propagandísticos de cada bando en liza (Gómez, 2009).
1.4.5.
Epílogo legislativo: hacia la liberalización contemporánea
El marco legal que cierra este
periodo sienta las bases de la regulación contemporánea, donde la postal pierde
progresivamente su carácter de documento oficial protegido para convertirse
plenamente en un producto comercial. Tras la guerra, las normativas se
relajaron en cuanto a formatos y calidades, aunque se mantuvo un control sobre
la moralidad de las imágenes bajo el nacionalcatolicismo
(Vega, 2010). Este epílogo legislativo marca el fin de la "era
heroica" de la regulación postal; la legislación posterior se centraría
más en aspectos tarifarios y de competencia con las telecomunicaciones que en
la naturaleza del objeto en sí, certificando su paso a la categoría de souvenir turístico (Tepoxt, 2012).
1.5.
Coleccionismo y la tarjeta postal: del objeto efímero al documento cultural
El fenómeno del coleccionismo,
conocido como cartofilia, no fue un
mero pasatiempo, sino un movimiento social transversal que otorgó a la postal
su estatus de objeto cultural. Revistas especializadas, concursos y
asociaciones internacionales surgieron para ordenar la pasión por el
intercambio, convirtiendo el álbum de
postales en el museo portátil de la burguesía (Phillips, 2000). A través de
sus subapartados temáticos, se analiza cómo el coleccionismo preservó la
memoria visual de la época: desde la Edad
de Oro que institucionalizó el hobby, pasando por el álbum familiar como
constructor de la memoria privada,
hasta el papel de la postal en la configuración de una identidad nacional estereotipada para el consumo turístico (Riego,
2011).
2.0. ANTECEDENTES FOTOGRÁFICOS DE LA TARJETA POSTAL ILUSTRADA
2.1. Génesis y Desarrollo de las Tarjetas Postales Ilustradas
(1869-1900)
El origen de la tarjeta postal se
sitúa en la propuesta del Dr. Emanuel Herrmann y la emisión de la primera Correspondenz-Karte por la
administración austriaca en 1869. Inicialmente concebida como un medio de
comunicación austero y económico, su potencial visual se desató rápidamente. La
Guerra Franco-Prusiana actuó como un
catalizador inesperado, popularizando el envío de tarjetas desde el frente
(Staff, 1966). Paralelamente, las grandes Exposiciones
Universales, como la de París en 1889 y Chicago en 1893, funcionaron como
gigantescos escaparates promocionales, donde la venta de tarjetas
conmemorativas, como las de la Torre Eiffel, demostró la viabilidad comercial
de unir la imagen icónica al soporte postal estandarizado (Ripert y Frère,
1983).
2.2.
Llegada a España: Los Primeros Enteros Postales (1871-1889)
España se incorporó tempranamente
a la innovación postal mediante la Real Orden de 1871, impulsada por figuras
como el Dr. Thebussem, que introdujo
los primeros enteros postales. Sin
embargo, la rigidez del monopolio estatal generó un vacío que la iniciativa
privada tardó años en poder llenar legalmente. Durante casi dos décadas, la
producción se limitó a emisiones oficiales sobrias, hasta que la presión del
mercado y el ejemplo europeo forzaron la apertura. Fue en este contexto donde
la casa Hauser y Menet comenzó a
vislumbrar el potencial del negocio, lanzando series pioneras como
"Recuerdo de Madrid" (1892), que prefiguraban el dominio absoluto de
la imagen sobre el texto (Teixidor, 1999; Carrasco, 20
2. Evolución Cronológica de la Tarjeta Postal Ilustrada en España
(1869-1939)
2.3. La revolución gráfica (1889‑1900)
La última década del siglo XIX
supuso una verdadera revolución gráfica
en España, propiciada por la liberalización de 1887 y la irrupción decidida de
editores privados. La transición desde la litografía tradicional hacia
procedimientos fotomecánicos
industriales permitió una multiplicación de la imagen inédita hasta entonces.
La casa Hauser y Menet, con su
emblemática publicación España Ilustrada,
lideró esta transformación técnica y estética, importando maquinaria suiza de
vanguardia (Teixidor Cadenas, 1994). La implantación de la fototipia industrial garantizó una calidad de reproducción y unos
matices de gris que elevaron la postal a la categoría de pequeña obra de arte,
sentando las bases de una industria moderna y competitiva (Riego, 2001).
2.4. La
Edad de Oro del intercambio postal (1900‑1914)
El inicio del siglo XX marca el
apogeo absoluto del medio, una "Edad de Oro" caracterizada por una
expansión masiva del consumo y el fenómeno global de la cartofilia. La producción alcanzó cifras vertiginosas; talleres
como los de Hauser y Menet reportaban una salida de hasta cinco millones de
postales al mes hacia 1905, abasteciendo un mercado insaciable (Teixidor,
1999). Esta etapa se benefició de la colaboración simbiótica entre editores y
fotógrafos de renombre como Káulak o
Franzen, cuyas imágenes fueron diseminadas por todo el territorio. Las
asociaciones cartófilas florecieron, estructurando redes de intercambio que
consolidaron la postal como el principal soporte de la cultura visual de masas (López Quiroga, 2006).
2.5.
Guerra, crisis y transformaciones (1914‑1919)
El estallido de la Primera Guerra Mundial provocó una
fractura en el mercado europeo que repercutió inevitablemente en la industria
española, a pesar de la neutralidad oficial del país. La escasez de materias
primas importadas, como papel de calidad y tintas químicas, junto con la
interrupción de las redes de distribución internacionales, forzó un cambio de
paradigma (Tepoxt, 2010). La producción nacional debió adaptarse a un escenario
de autarquía técnica forzosa, lo que conllevó en muchos casos una merma en la
calidad de los soportes. No obstante, este periodo también impulsó la búsqueda
de nuevos mercados internos y temáticas locales, reorientando la circulación postal hacia un consumo más
endogámico (Sánchez Vigil, 2014).
2.6.
Crisis de los años veinte y adaptación empresarial (1920‑1931)
La década de los veinte trajo
consigo un relevo generacional y tecnológico marcado por el retiro de Oscar
Hauser y el fallecimiento de Adolfo Menet. El modelo de negocio evolucionó
hacia la figura del editor-distribuidor,
ejemplificado por Lucien Roisin y su
marca "La casa de la postal", que priorizó la cantidad y la
capilaridad comercial sobre la excelencia artesanal de la fototipia (López
Quiroga, 2006). Se observa una fragmentación del mercado con la aparición de
múltiples editores locales y una degradación de la calidad técnica debido a la
reducción de costes y al uso de papeles más pobres. Además, la postal comenzó a
sufrir la competencia de nuevos medios como la telefonía y las revistas gráficas ilustradas (Riego,
2011).
2.7.
Segunda República y Guerra Civil: postales políticas e ideológicas (1931‑1939)
Con la proclamación de la Segunda República, la postal abandonó
su inocuidad turística para convertirse en vehículo de adoctrinamiento. Entre
1931 y 1936, proliferaron las ediciones conmemorativas de la bandera tricolor y
retratos de líderes como Azaña, reflejando la polarización social entre la
reforma y la tradición (Gómez, 2009). El estallido de la Guerra Civil en 1936 radicalizó esta tendencia: la imagen se
transformó en "arma de propaganda". En un país con sistemas postales
divididos, ambos bandos utilizaron las "postales de campaña" para la cohesión ideológica interna y la
denuncia internacional, produciendo series de gran impacto visual sobre la
destrucción, el heroísmo en el frente y la sátira del enemigo (Navarro, 2012).
2.8. Declive del modelo clásico y nuevas tendencias (desde 1939)
El año 1939 no solo marca el fin
del conflicto armado, sino también el ocaso de la era clásica de la tarjeta
postal ilustrada en España. La posguerra, con su autarquía y censura, despojó
al medio de su vitalidad periodística y artística anterior, relegándolo
progresivamente a una función de mero soporte
turístico estandarizado bajo la mirada del régimen franquista (Vega, 2010).
La función epistolar de la postal fue cediendo terreno definitivamente ante la
generalización del teléfono y, más tarde, la fotografía amateur en color. La
postal dejó de ser un documento vivo de actualidad para fosilizarse en el
estereotipo folclórico, perdiendo su capacidad de vertebrar la narrativa visual de la sociedad
contemporánea (Sontag, 1977).
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