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31/12/24

1.3. Mi primera postal.

Las fotografías son aquí como miradas descoloridas, como miradas en pie, miradas auténticas de ojos como los nuestros, miradas normales, miradas de otro tiempo, pero miradas al cabo, miradas indudables, miradas con ese anhelo, con esa impotencia, con esa dramática extrañeza de las miradas que no pueden sino enfrentar las cosas, sin retenerlas, sin salvarlas"   ___________Ramón GÓMEZ DE LA SERNA, El Rastro (1915)

REFLEXIÓN PERSONAL DEL AUTOR Y MOTIVACIONES PARA EL ESTUDIO

Comenzar una colección puede ser el resultado de una casualidad o del deseo de preservar algo como recuerdo. Muchas veces, sin darnos cuenta, empezamos a reunir objetos sin una intención clara o como continuación de un hábito heredado. El siguiente paso natural tiene que ser o deshacernos de ellos o comenzar a ampliarlos. En mi caso, fue la combinación de una visita casual a un mercado de antigüedades y el descubrimiento de una vieja postal manchada por la humedad, con un mensaje lleno de ternura escrito por unos niños para su madre, lo que despertó mi curiosidad y me empujó a iniciar una aventura de coleccionismo que nunca imaginé tan intensa. Este hallazgo aparentemente trivial encarnaba, tal como indica BENJAMIN (1931), un acto de “rescate del olvido” que devolvería sentido y vida a un objeto considerado efímero.

Introducción

Las tarjetas postales ilustradas no se limitan a ser pequeños soportes con imágenes; constituyen auténticas cápsulas del tiempo, plenas de memoria y emoción, capaces de conectar lo íntimo con lo colectivo. En ellas habita la esencia de épocas pasadas, de sociedades que dejaron su huella en textos manuscritos y fotografías que, como señala SONTAG (1977), sirven de “depósitos de memoria emocional”. Al sostener una postal, no solo experimentamos su textura y su olor a papel antiguo, sino que también nos asomamos a un relato en el que la historia y la nostalgia se trenzan de forma inseparable.

La primera postal: un encuentro casual
Fue en el Mercat de Sant Antoni donde descubrí mi primera postal. Allí, apiladas en cajas de madera o en viejas cajitas de zapatos, miles de postales envejecidas aguardaban, clasificadas con mayor o menor esmero. Cuando tomé entre mis manos aquel pedazo de cartón con huellas de humedad y letras casi borradas, sentí que conectaba con un pasado que de pronto se hacía presente. El mensaje infantil, rebosante de inocencia, me hizo comprender lo que explica BENJAMIN (1931): el coleccionista “no acumula objetos, sino que los integra en una narrativa mayor”, una historia a la que, de otro modo, el tiempo habría condenado al silencio. Aquí os muestro la postal.

Mi Primera postal.


La dimensión personal
Lo que más me cautivó de aquella primera postal fue la íntima relación que establecía entre imagen y palabra. Más allá del atractivo de su ilustración —un motivo costumbrista algo desgastado—, me fascinó la fuerza del mensaje manuscrito, capaz de sobrepasar décadas y mantener intacta su carga afectiva. Según SUSAN SONTAG (1977)
“las imágenes actúan como depósitos de memoria emocional, donde lo personal y lo colectivo convergen.” Cada postal tiene el poder de conectarnos con emociones y contextos que trascienden generaciones.

Un puente hacia la memoria colectiva
El coleccionismo de postales es una actividad que involucra todos los sentidos. El tacto del papel envejecido, el olor de las tintas antiguas y la emoción de encontrar algo único hacen que esta práctica sea profundamente enriquecedora. En el instante en que decidí conservar aquella postal, me convertí en guardián de un fragmento del pasado. Tal como subraya KOSSOY (2001), las postales “no solo reflejan la realidad, sino que también la transforman y la reinterpretan según las demandas sociales de su tiempo”. Cada una contiene matices culturales, costumbres y motivaciones que permiten reconstruir, a pequeña escala, la vida de quienes las escribieron y recibieron. Al coleccionarlas, reivindicamos la importancia de preservar esas historias mínimas, concediéndoles un lugar en la memoria colectiva.


La sorpresa y la pasión del coleccionismo
Con el paso del tiempo, descubrí que cada nueva adquisición podía despertar en mí una emoción desmedida. Cada imagen se convertía en una puerta abierta a un capítulo de la historia, donde confluían la economía, la sociedad, las creencias y las aspiraciones de una época concreta. Sopesar la decisión de adquirir una pieza o dejarla pasar supuso adentrarme en un universo de alegrías y frustraciones. Según BERGER (1998), el coleccionista “mira con intensidad”, construyendo de forma inconsciente una historia personal que entrelaza espacios y tiempos distantes.

Más allá de lo material
En un mundo dominado por lo digital, el coleccionismo físico mantiene su relevancia. Las postales, con su autenticidad y tangibilidad, representan una forma de resistencia frente a la inmediatez y la fugacidad de las imágenes digitales. Marc Augé (1992) describe este fenómeno como “una resistencia cultural que preserva la diversidad frente a la homogenización.” Como en todo coleccionismo, la magia reside no sólo en poseer objetos, sino en descubrir y reconstruir las narrativas que yacen en su trasfondo. Cada postal que se suma a la colección impulsa el mismo sentimiento de novedad y complicidad. SUSAN SONTAG (1977) sostiene que la fotografía (y por extensión las postales) vinculan de forma tangible nuestras emociones y recuerdos, abriendo la posibilidad de volver a contemplar el pasado con ojos renovados.

El desafío de la conservación
En un mundo digital dominado por la inmediatez, las postales encarnan una forma de resistencia cultural, pues exigen cuidado, paciencia y un compromiso real para protegerlas del deterioro. La conservación y la catalogación son prácticas esenciales para prolongar la vida de estas piezas. Tal como afirma BARTHES (1980), cada imagen que salvamos del olvido constituye una forma de “resistencia contra la amnesia cultural”. Mantenerlas en un ambiente adecuado, usando fundas especiales y respetando su contexto histórico, conlleva un acto ético que va mucho más allá del simple coleccionar.
Cada postal encapsula una narrativa cultural. Las imágenes seleccionadas, los encuadres y los colores reflejan las sensibilidades estéticas y los valores sociales de su época. Según Pierre Bourdieu (1979), “las imágenes no solo documentan la realidad, sino que la interpretan y estructuran según los valores predominantes.”

Objetos en el olvido.

La experiencia vital y el factor sorpresa
La perseverancia en la búsqueda de postales raras —esas que completan una serie o ilustran un acontecimiento muy específico— proporciona un placer equiparable a la excitación del descubrimiento. KOSSOY (2007) recuerda que cada objeto coleccionado testimonia la historia y la creatividad humanas. Cuando, tras meses o incluso años de rastreo, nos topamos con una postal concreta, la sensación de plenitud supera con creces cualquier esfuerzo previo. Es verdad que, como en toda afición, existe un componente de riesgo: el inversor amateur difícilmente recuperará lo gastado. Sin embargo, el auténtico valor radica en la historia personal que acumulamos al hilo de cada hallazgo.

Un viaje hacia la identidad colectiva
Al cabo del tiempo, observar mi colección de postales me ha permitido constatar que no he acumulado objetos por mera obsesión, sino que he ido tejiendo una narrativa que da sentido a cada pieza. Como asegura BOURDIEU (1979), cada imagen seleccionada es fruto de una elección que “construye una relación entre objetos y acontecimientos sociales” desde un punto de vista específico, marcado por valores e intereses compartidos en un momento histórico determinado. Así, la fotografía y, en especial, las tarjetas postales, resultan un testimonio de cómo las sociedades se ven y se representan a sí mismas.

Reflexión final
El coleccionismo de tarjetas postales es un proceso dinámico que implica rescatar, preservar y compartir. 
El coleccionismo está marcado por altibajos emocionales. Encontrar una postal rara después de meses de búsqueda genera una satisfacción indescriptible, mientras que perder una oportunidad puede ser profundamente frustrante. John Berger (1998) describe esta experiencia como “mirar con intensidad y conectarse emocionalmente con los objetos.” Desde aquella primera postal en el Mercat de Sant Antoni, mi perspectiva se ha transformado. Hoy sé que, además de reunir piezas, las estoy devolviendo a la vida, proporcionándoles un espacio donde se enlazan sus historias particulares y mi propia experiencia vital. Como bien apuntaba BENJAMIN (2004), revivir el pasado a través de objetos efímeros nos abre las puertas a una comprensión más profunda de nuestra identidad colectiva.Más allá de su valor material, cada postal adquirida representa una historia única. Según Sontag, “los objetos coleccionados enriquecen nuestra experiencia al vincular recuerdos y emociones con lo tangible.” Cada hallazgo es una conexión con el pasado y una oportunidad para reescribir historias olvidadas

Estoy devolviendo a la vida.

El coleccionismo de postales es mucho más que una afición; es un puente hacia el pasado. Según Kossoy, “coleccionar es rescatar lo efímero y otorgarle un valor que trasciende lo inmediato.” Cada postal nos invita a reflexionar sobre la memoria, la identidad y la representación visual.

Cada postal encontrada y cada historia desentrañada contribuyen a una narrativa más amplia sobre la memoria colectiva. Ser coleccionista significa ser guardián de estas historias, preservarlas y compartirlas con futuras generaciones, trasciende lo material para convertirse en un ejercicio de preservación cultural y emocional. Estas piezas, con sus imágenes y mensajes, representan un puente entre lo efímero y lo eterno, entre el pasado y el presente. Nos invitan a reflexionar sobre la importancia de preservar la memoria y a valorar las historias que dan forma a nuestra identidad colectiva. 

El coleccionismo de tarjetas postales es una afición que va mucho más allá de acumular objetos. Es una forma de conectarse con el pasado, apreciar la belleza y la historia, y construir una colección que refleja intereses personales y narrativas únicas. Cada tarjeta postal tiene su propia historia, y ser un coleccionista significa ser un guardián de estas pequeñas pero significativas piezas de la historia. Vivimos en una era en la que la tecnología nos permite acceder a casi cualquier cosa con solo unos clics en un dispositivo. Sin embargo, el coleccionismo continúa teniendo momentos mágicos como cuando encontramos objetos únicos, como esa postal inicial u otras muchas, que tras meses o años persiguiéndolas, conseguimos encontrar para acabar una serie. Como afirma Boris Kossoy (2007), cada objeto coleccionado es un testimonio de la historia y la creatividad humanas, y ser guardián de estas piezas nos permite participar activamente en la conservación de nuestra memoria colectiva. 

La dedicación y la paciencia que se requieren para rastrear un objeto deseado, pueden hacer que la experiencia sea mucho más gratificante o frustrante en función del resultado. La historia detrás de cada objeto coleccionado agrega un nivel adicional de profundidad y significado a nuestra colección. Es por eso, que el proceso de coleccionar es algo más que la posesión de objetos; se trata de valorar las experiencias, los recuerdos y las historias que rodean dichos objetos para nosotros. Debemos de entender en este punto, que difícilmente un coleccionista amateur podrá recuperar lo invertido.

El camino que he recorrido hasta poseer “mi colección” es grande, pero el placer que se experimenta al recordar la forma como he conseguido cada una de las postales, es único y siempre permanece. En otras entradas hablaré del valor sentimental y sobre todo económico de las postales, pero desde luego, lo que tienen en común cualquier tipo de colección, es el factor sorpresa.

Cada nueva adquisición puede traer consigo una historia única, ya sea relacionada con la fotografía que aparece, el lugar de donde proviene, el mensaje que incluye o cómo llegó a nuestras manos, pero siempre teniendo en cuenta, tal como dice Bourdieu, que al final, es el fotógrafo el que selecciona, recorta la realidad, opta por algo, construye una relación entre objetos y acontecimientos sociales, y las plasma en la imagen. 

"Puesto que es una 'elección que alaba' y cuya intención es fijar, es decir, solemnizar y eternizar, la fotografía no puede quedar entregada a los azares de la fantasía individual y, por la mediación del ethos —interiorización de regularidades objetivas y comunes—, el grupo subordina esta práctica a la regla colectiva, de modo que la fotografía más insignificante expresa, además de las intenciones explícitas de quien la ha tomado, el sistema de esquemas de percepción, de pensamiento y de apreciación común a todo un grupo". _________Bourdieu, 1979).

 BIBLIOGRAFÍA

  • AUGÉ, M. (1992). No lugares: Espacios de anonimato en la supermodernidad. Barcelona, España: Gedisa.
  • AUGÉ, M. (2007). La puesta en escena del mundo. Talleres de Arte Contemporáneo, 6 de septiembre.
  • BARTHES, R. (1970). El efecto de realidad. En VV.AA., Lo verosímil. Comunicaciones. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Tiempo Contemporáneo.
  • BARTHES, R. (1980). La cámara lúcida: Nota sobre la fotografía. Barcelona, España: Paidós.
  • BECKER, H. (1999). Propos sur l’Art. París, Francia: L’Harmattan.
  • BENJAMIN, W. (1931). El coleccionismo como forma de memoria. Madrid, España: Taurus.
  • BENJAMIN, W. (2004). Sobre la fotografía. Valencia, España: Pre-Textos.
  • BERGER, J. (1998). Mirar. Buenos Aires, Argentina: De la Flor.
  • BOURDIEU, P. (1979). La distinción: Una crítica social del juicio. Madrid, España: Taurus.
  • Editor: Gustavo Gili
  • BOURDIEU, P. (2003). Un arte medio ensayo sobre los usos sociales de la fotografía.
  • CHRISTIN, O. (2004). Comment se représente-t-on le monde social? En Actes de la Recherche en Sciences Sociales, Nº 154.
  • DURKHEIM, E. (1987). Les règles de la méthode sociologique. París, Francia: PUF.
  • FREUND, G. (1993). La fotografía como documento social. Barcelona, España: Gustavo Gili.
  • GÓMEZ DE LA SERNA, R. (1915). El Rastro. Madrid, España: Renacimiento.

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