La historia, en gran medida, es una construcción subjetiva, ya que el historiador interpreta retrospectivamente el desorden de los hechos humanos para darles sentido. Este proceso enfrenta riesgos como la simplificación excesiva, la falta de comprensión de las causas y efectos, y la influencia de las perspectivas de la época del historiador. Así, la historia no solo refleja las actitudes y necesidades del presente, sino también los logros del pasado, aunque la búsqueda de objetividad siempre se ve limitada por la interpretación individual.
- Transformaciones Políticas en Europa
- Rivalidades imperiales y alianzas (Triple Alianza, Triple
Entente).
- Nacionalismo y tensiones en los Balcanes.
- Movimientos Sociales y Democráticos
- Expansión del sufragio y auge del socialismo.
- Papel de las mujeres en el cambio social.
- Segunda Revolución Industrial
- Avances tecnológicos y económicos.
- Impacto cultural: fotografía, tarjetas postales y cultura
visual.
- España a Finales del Siglo XIX
- Inestabilidad política y Desastre del 98.
- Regionalismo y movimientos obreros.
- Conclusiones
- Resumen de transformaciones y su impacto en el siglo XX.
1. Contexto Político:
Transformaciones y Tensiones en la Europa de Finales del Siglo XIX
Introducción
A finales del siglo XIX, Europa vivió un período de profundas transformaciones políticas, sociales y económicas, que marcaron el tránsito hacia el siglo XX. Este tiempo estuvo caracterizado por una combinación de inestabilidad política, auge del nacionalismo y conflictos entre potencias imperiales, todo ello coexistiendo con el avance de la industrialización y la modernización (BLANNING, 2000). En este escenario, surgieron fenómenos culturales como las tarjetas postales, que reflejaban tanto las aspiraciones tecnológicas como la nostalgia por un pasado en desaparición (HOBSBAWM, 1987). Estas tensiones e innovaciones fueron, en palabras de ANDERSON (1983), “la semilla de la nueva conciencia nacional que brotaría con fuerza en las primeras décadas del siglo XX”.
El contexto político europeo
Europa se convirtió en un campo de competencia entre grandes potencias, marcado por alianzas estratégicas, tensiones nacionalistas y rivalidades imperiales. La unificación de Alemania en 1871, liderada por Otto von Bismarck tras la guerra franco-prusiana, desplazó a Francia como potencia dominante, sembrando un profundo resentimiento en la política internacional. Según BLANNING (2000):
“La humillación francesa tras 1871 se transformó en una constante búsqueda de revancha, impulsando una diplomacia hostil hacia Alemania.”
Simultáneamente, potencias como Gran Bretaña, Rusia y Austria-Hungría buscaban ampliar o conservar esferas de influencia. Para JOLL (2013):
“La Europa de finales del siglo XIX era un conjunto de tableros diplomáticos en el que cada Estado se esforzaba por no quedarse rezagado ante los cambios geopolíticos y económicos.”
El sistema de alianzas de Bismarck
Para mantener el equilibrio de poder en Europa, Bismarck diseñó un sistema de alianzas, cuyo eje fue la Triple Alianza (1882), que vinculaba a Alemania, Austria-Hungría e Italia. Este acuerdo buscaba aislar diplomáticamente a Francia y contener los conflictos en los Balcanes. Según TAYLOR (1954):
“Bismarck entendió que la estabilidad europea dependía de evitar una guerra en múltiples frentes, preservando a Alemania como la potencia dominante en el continente.”
No obstante, tras la dimisión de Bismarck en 1890, el Káiser Guillermo II adoptó una política exterior más agresiva, conocida como Weltpolitik, que priorizaba la expansión colonial y la confrontación con Reino Unido. Este cambio provocó el deterioro de las relaciones con Rusia, lo que permitió que esta última se acercara a Francia, estableciendo la Alianza Franco-Rusa (1894) (EVANS, 2016).
Tensiones en los Balcanes
Los Balcanes, denominados el “polvorín de Europa”, se convirtieron en el epicentro de conflictos. El declive del Imperio Otomano, sumado al crecimiento de movimientos nacionalistas en Serbia, Grecia y Bulgaria, desestabilizó aún más la región. Serbia, con apoyo ruso, promovió la idea de una gran nación eslava, chocando directamente con los intereses de Austria-Hungría, deseosa de mantener su influencia en la zona.
Según CROCE (1996):
“Los Balcanes representaban el punto de quiebre de la diplomacia europea, donde la competencia imperial y los movimientos nacionalistas colisionaban de forma explosiva.”
Esta situación se agravó con las Guerras de los Balcanes (1912-1913), que redistribuyeron los territorios otomanos y dejaron a Serbia fortalecida, aumentando las tensiones con Austria-Hungría. Para DUROSELLE (1972):
“La inestabilidad crónica en los Balcanes era un reflejo de las fuerzas centrífugas que se estaban gestando en toda Europa.”
El ascenso del nacionalismo
El nacionalismo exacerbó las divisiones internas en los grandes imperios multinacionales, como Austria-Hungría y Rusia, y se convirtió en una fuente de conflictos entre las potencias europeas. Mientras que países como Italia y Alemania utilizaron el nacionalismo como un motor de unificación, en los Balcanes y Europa Central, el nacionalismo actuó como un factor de disgregación, debilitando estructuras imperiales consolidadas.
En Francia, el revanchismo tras la pérdida de Alsacia y Lorena en 1871 alimentó el sentimiento de hostilidad hacia Alemania. Según HOBSBAWM (1987):
“El nacionalismo francés de finales del siglo XIX no solo fue una reacción a la derrota de 1871, sino también un intento de afirmar una identidad nacional frente a la creciente hegemonía alemana.”
Impacto de la rivalidad imperial
La competencia imperialista entre las grandes potencias también contribuyó a la inestabilidad. La Conferencia de Berlín (1884-1885) formalizó el reparto de África entre las potencias europeas, pero también acentuó las rivalidades por el control de recursos y mercados. El Reino Unido y Francia resolvieron sus diferencias coloniales a través de la Entente Cordiale (1904), pero Alemania quedó marginada de los principales territorios coloniales, lo que intensificó su búsqueda de prestigio internacional.
El desarrollo de la flota naval alemana bajo el mando de Alfred von Tirpitz también tensó las relaciones con el Reino Unido. Según EVANS (2016):
“La carrera armamentística naval entre Alemania y Gran Bretaña fue un síntoma claro de la creciente militarización de las relaciones internacionales en la era previa a la Primera Guerra Mundial.”
El preludio de la Primera Guerra Mundial
La combinación de alianzas cruzadas, tensiones en los Balcanes, rivalidades imperiales y el auge del nacionalismo creó un entorno propenso al conflicto. Según HOBSBAWM (1987):
“Europa a finales del siglo XIX era como un sistema de vasos comunicantes, donde cualquier conflicto local podía desbordarse en un enfrentamiento generalizado debido a la interconexión de las alianzas.”
La paz europea se mantuvo hasta 1914, pero el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria en Sarajevo desencadenó una crisis que rápidamente escaló hacia la Primera Guerra Mundial. GILDEA (2003) señala:
“El estallido de la guerra no fue un accidente, sino el resultado de décadas de tensiones acumuladas que no pudieron ser contenidas por los mecanismos diplomáticos existentes.”
Bibliografía (apartado 1)
- ANDERSON, B. (1983). Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. Verso.
- BLANNING, T. C. W. (2000). El siglo XIX: Europa 1789-1914. Editorial Crítica.
- CROCE, B. (1996). Historia de Europa en el siglo XIX. Editorial Ariel.
- DUROSELLE, J. B. (1972). Europa: Historia de sus relaciones internacionales. Tecnos.
- EVANS, R. J. (2016). The Pursuit of Power: Europe 1815-1914. Penguin Books.
- GILDEA, R. (2003). Barricades and Borders: Europe 1800-1914. Oxford University Press.
- HOBSBAWM, E. J. (1987). La era del Imperio, 1875-1914. Labor.
- JOLL, J. (2013). The Origins of the First World War. Routledge.
- TAYLOR, A. J. P. (1954). The Struggle for Mastery in Europe 1848-1918. Oxford University Press.
2. Movimientos:
Democráticos y Sociales en Europa
El sufragio comenzó a expandirse en las democracias emergentes, permitiendo una mayor participación política de sectores burgueses y trabajadores, aunque de forma desigual. Este proceso generó un entorno político dinámico que, según EVANS (2016):
“La irrupción de los trabajadores organizados en el ámbito político marcó un desafío directo al poder tradicional de las élites aristocráticas y monárquicas.”
Surgimiento de partidos socialistas y sindicatos
El surgimiento de partidos socialistas y sindicatos en el último tercio del siglo XIX reflejó las crecientes demandas de los trabajadores industriales. Organizaciones como la Segunda Internacional (1889) unieron movimientos obreros de diferentes países en una plataforma internacional para la defensa de los derechos laborales y el impulso de reformas sociales. En países como Francia y Alemania, los partidos socialdemócratas se consolidaron como fuerzas políticas clave, representando a una clase trabajadora cada vez más organizada y consciente de sus derechos.
Polarización social y desigualdad
Mientras en el norte y centro de Europa se producía una expansión gradual del sufragio, en el sur del continente, especialmente en Italia y España, las estructuras políticas oligárquicas limitaban la verdadera participación popular. Según VARELA ORTEGA (2001):
“El caciquismo y la manipulación electoral mantenían un control férreo sobre los sistemas políticos, simulando una democratización que en la práctica era ficticia.”
En este contexto, la burguesía emergió como una clase dominante que promovía valores de progreso, trabajo y consumo, mientras la clase media aspiraba a alcanzar mayor estabilidad económica y movilidad social. Sin embargo, la desigualdad entre clases generó un clima de tensión social, alimentando las reivindicaciones de los movimientos obreros y campesinos (MERRIMAN, 1996).
El papel de las mujeres en el cambio social
A finales del siglo XIX, el movimiento sufragista femenino comenzó a ganar fuerza en Europa. Mujeres como Emmeline Pankhurst en el Reino Unido lideraron campañas por el derecho al voto y la igualdad de derechos civiles. Según GILMAN (1898):
“La lucha por la emancipación de las mujeres fue una de las grandes batallas sociales del fin de siglo, reflejando las tensiones de una sociedad que buscaba adaptarse a los cambios de la modernidad.”
La Semilla de Futuros Conflictos: La Primera Guerra Mundial
El auge del nacionalismo exacerbó las tensiones entre las grandes potencias, mientras que los movimientos nacionalistas en los Balcanes y Europa del Este desafiaban el control de los imperios Austrohúngaro y Otomano. Estos movimientos, combinados con las rivalidades imperialistas entre potencias como Alemania y el Reino Unido, crearon un ambiente de militarización creciente.
La acumulación de alianzas cruzadas, como la Triple Entente (Francia, Reino Unido y Rusia) y la Triple Alianza (Alemania, Austria-Hungría e Italia), convirtió cualquier conflicto local en un potencial desencadenante de una guerra global. Según HOBSBAWM (1987):
“La diplomacia de alianzas, lejos de prevenir la guerra, actuó como un sistema de escalada que transformó las tensiones regionales en un enfrentamiento mundial.”
En los Balcanes, el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria en 1914 fue la chispa que encendió el conflicto, evidenciando cómo las tensiones acumuladas en la región eran insostenibles. Para GILDEA (2003):
“Los Balcanes se convirtieron en el punto de quiebre donde la geopolítica imperial y los movimientos nacionalistas convergieron en un conflicto sin retorno.”
Bibliografía (apartado 2)
- EVANS, R. J. (2016). The Pursuit of Power: Europe 1815-1914. Penguin Books.
- GILMAN, C. P. (1898). Women and Economics. Houghton Mifflin.
- HOBSBAWM, E. J. (1987). La era del Imperio, 1875-1914. Labor.
- MERRIMAN, J. (1996). A History of Modern Europe: From the Renaissance to the Present. W. W. Norton.
- VARELA ORTEGA, J. (2001). El poder de la influencia: Geografía del caciquismo en España (1875-1923). Marcial Pons.
3. La Segunda:
Revolución Industrial y la Modernización
Avances Tecnológicos y su Impacto
La Segunda Revolución Industrial (1870-1914) transformó radicalmente la economía global, gracias a innovaciones tecnológicas como la electricidad, el motor de combustión interna y la industria química. Según HOBSBAWM (1987):
“La introducción de nuevas tecnologías consolidó el dominio europeo en la economía global, reforzando la supremacía de potencias como Alemania, el Reino Unido y Francia, mientras que el sur y este de Europa quedaron rezagados.”
El desarrollo de infraestructuras estratégicas, como el ferrocarril y el Canal de Suez (1869), facilitó una mayor conectividad entre mercados internacionales. Estas innovaciones no solo redujeron los costos de transporte, sino que también aceleraron la integración económica global. Según LANDES (1969):
“El ferrocarril y la navegación a vapor fueron los pilares de un nuevo sistema económico global, que permitió el intercambio rápido de bienes, personas e ideas.”
Impacto en la Comunicación y la Cultura Visual
El avance de la tecnología de impresión, como la litografía y la fotografía, permitió la masificación de imágenes visuales en productos como las tarjetas postales. Estas, según MORRIS (1994):
“Se convirtieron en un símbolo del progreso industrial y urbano, pero también en un vehículo para la representación de identidades nacionales y culturales.”
La integración de la fotografía en la vida cotidiana, impulsada por inventos como la cámara Kodak (1888), transformó la manera en que las personas documentaban y compartían sus experiencias. Este desarrollo también influyó en la democratización del acceso a la cultura visual, un aspecto central en la modernidad del siglo XX (TAGG, 1988).
Consecuencias Sociales y Económicas
La Segunda Revolución Industrial no solo impulsó el crecimiento económico, sino que también acentuó las desigualdades entre las regiones industrializadas y aquellas que quedaron rezagadas. Regiones como el sur de Italia, España y los Balcanes enfrentaron dificultades para adaptarse al nuevo modelo económico, lo que exacerbó las brechas de desarrollo en Europa.
Además, las nuevas tecnologías provocaron cambios en el mercado laboral, con la aparición de fábricas altamente mecanizadas que redefinieron las condiciones de trabajo. Según ENGELS (1845):
“La industrialización trajo consigo no solo un aumento en la producción, sino también una concentración del poder económico en manos de unos pocos, generando una polarización social sin precedentes.”
Transformaciones sociales y tensiones de clase
El crecimiento demográfico y la urbanización transformaron las ciudades europeas en centros industriales. Según ENGELS (1845):
“Las condiciones de vida de la clase trabajadora reflejaban la profunda desigualdad generada por la industrialización.”
La burguesía consolidó su posición como clase dominante, mientras que la clase media emergente buscaba movilidad social. Sin embargo, la desigualdad entre clases alimentó tensiones sociales que impulsaron la organización de movimientos obreros y sindicatos (HOBSBAWM, 1987).
Bibliografía (apartado 3)
- ENGELS, F. (1845). La situación de la clase obrera en Inglaterra. Ediciones Akal.
- HOBSBAWM, E. J. (1987). La era del Imperio, 1875-1914. Labor.
- LANDES, D. S. (1969). Prometeo liberado: Innovación tecnológica y desarrollo industrial. Alianza Editorial.
- MORRIS, C. (1994). The Culture of Postcards. Oxford University Press.
- TAGG, J. (1988). The Burden of Representation: Essays on Photographies and Histories. University of Minnesota Press.
4. El contexto de España
de finales del siglo XIX y comienzos del XX
4.1. Introducción
El período comprendido entre mediados del siglo XIX y principios del XX en España estuvo marcado por una inestabilidad política crónica. El Desastre del 98, con la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, fue el punto culminante de una crisis política y moral (CARR, 1982). Esta situación, según TUÑÓN DE LARA (1973), desencadenó un “intenso debate regeneracionista que afectó a todos los estratos de la sociedad”.La Revolución Industrial fue el periodo histórico que jugó un papel determinante en las transformaciones urbanas. En España, el proceso de desarrollo industrial se inició pero no llegó a consolidarse plenamente debido a la falta de elementos significativos para un auténtico proceso de industrialización. Entre estos elementos faltantes se encontraban la ausencia de una producción agrícola próspera por falta de tecnología, una red de transporte mucho más desarrollada y una red financiera nacional consolidada. Aún así, se hicieron esfuerzos y medidas para modernizar el país, logrando avances dependiendo de las zonas geográficas.Cataluña y el País Vasco destacaron como los territorios más aventajados en esta carrera industrial. En Cataluña, se desarrolló una notable industria textil, seguida por la industria bancaria y la producción vinícola. Este magnífico aumento de la economía se reflejó en la Exposición de Barcelona de 1888, con una exaltación de la cultura catalana y el arrollador triunfo del Modernismo. En el País Vasco, la industria siderúrgica revitalizó toda la zona vasco-cántabra gracias a los yacimientos de hierro explotados con capital extranjero.
El resto del país vivió con menor intensidad este proceso. Las principales ciudades de la periferia española disfrutaron de una leve mejoría, mientras que el interior, concretamente las zonas rurales, quedaron sometidas al más absoluto olvido. La economía de la población agraria siguió basándose en la subsistencia, a merced del clima y su repercusión en las cosechas. Para paliar la situación de atraso económico, se tomaron medidas trascendentes como el proceso de desamortización, la creación de la red ferroviaria y la reforma de la educación y del sistema monetario-bancario. Gracias a estas iniciativas, la economía española alcanzó un cierto dinamismo a finales del siglo XIX. El comercio fue esencial para estimular este movimiento, ya que España exportaba bienes primarios e importaba tecnología para realizar la producción. Aunque el país se encontraba lejos del nivel económico y tecnológico europeo, también es justo reconocer el inicio de un proceso de modernización progresivo.
4.2. Transformaciones políticas en España
La Monarquía de Isabel II (1833-1868)
El reinado de Isabel II comenzó con regencias inestables marcadas por Guerras Carlistas y divisiones entre liberales moderados y progresistas (TUSELL, 1996). Aunque se establecieron leyes e instituciones liberales, el régimen se caracterizó por la injerencia militar y la dependencia de caciques locales.
El Sexenio Democrático (1868-1874)
Tras el derrocamiento de Isabel II, España vivió un período experimental que incluyó el reinado de Amadeo de Saboya y la Primera República. Según PAYNE (1987):
“La República española fue un intento ambicioso, pero malogrado, de transformar el sistema político frente a un contexto social profundamente dividido.”
La Restauración Borbónica (1874-1931)
El retorno de los Borbones con Alfonso XII y la regencia de María Cristina de Habsburgo se caracterizó por el sistema de turno pacífico de partidos diseñado por Antonio Cánovas del Castillo (CARR, 1982). Este sistema, si bien proporcionó cierta estabilidad, no logró desarrollar una democracia real, quedando marcado por el caciquismo y la corrupción electoral.
4.3. Transformaciones sociales y movimientos regionalistas
Durante el siglo XIX, la agricultura era la actividad económica más importante de España, empleando a dos tercios de la población y representando más de la mitad de la renta nacional. A diferencia de otros países europeos que experimentaron una industrialización notable, en España el sistema agrícola permanecía anquilosado, utilizando técnicas medievales y dependiendo de las condiciones climáticas, lo que resultaba en rendimientos bajos y situaba al país al final de la Revolución Industrial. Esta carencia de producción agrícola impidió la reducción de los precios de los alimentos, aumentando las importaciones de cereales a fines del siglo XIX. Además, la inversión en la agricultura fue prácticamente nula, el transporte terrestre era deficiente y la posesión de tierras era muy desigual, concentrándose en manos de aristócratas y entidades eclesiásticas, mientras los campesinos vivían en extrema pobreza. Los procesos de desamortización no beneficiaron al campesinado, sino que incrementaron la riqueza de las clases acomodadas. A finales del siglo XIX, una leve modernización agraria permitió algunos avances en la producción de vid y cítricos, aunque fueron insuficientes comparados con otras potencias europeas. Regiones como Cataluña y País Vasco destacaron por su despliegue tecnológico en industrias textil y vinícola, atrayendo inversiones extranjeras y mejorando su producción y exportación.
El crecimiento industrial en Cataluña y el País Vasco propició el surgimiento de sindicatos como la UGT y la CNT. Según HOBSBAWM (1987):
“El auge del movimiento obrero en España reflejó tanto el impacto de la industrialización como las tensiones de un sistema político incapaz de adaptarse.”
Durante el siglo XIX, la industria textil se concentró principalmente en Cataluña, desempeñando un papel crucial en la modernización económica de España. A pesar de enfrentar desafíos como la Guerra de Secesión en Estados Unidos y la inversión gubernamental en sectores como el ferrocarril y la banca, el sector textil catalán logró consolidarse y convertirse en la base de la industrialización regional. Este crecimiento no solo impulsó el desarrollo de industrias secundarias como la química y la mecánica, sino que también fomentó un aumento demográfico que revitalizó la región al atraer mano de obra de otras áreas menos desarrolladas, como Andalucía y Levante. Aunque la industria lanera tuvo menor relevancia que la algodonera, supo aprovechar la infraestructura y tecnología existentes, lo que facilitó su expansión a expensas de mercados tradicionales en ciudades castellanas, las cuales no pudieron competir debido a su aislamiento económico y estancamiento demográfico. En contraste, el sector minero español, inicialmente negligente, comenzó a dinamizarse en la última parte del siglo XIX debido a la demanda de materias primas por parte de las industrias del norte de Europa. España contaba con yacimientos óptimos de hierro, mercurio, cobre y plomo, y su ubicación geográfica cercana a los puertos facilitaba la exportación. Sin embargo, el sector enfrentaba falta de capital y desarrollo tecnológico, lo que limitaba su crecimiento. La presencia internacional, especialmente la de compañías británicas, fue fundamental para la explotación eficiente de las minas, como en la cuenca vasco-cántabra, donde el hierro extraído era ideal para la producción de acero inglés. Estas compañías no solo explotaron los yacimientos, sino que también desarrollaron una red de infraestructura para el transporte del mineral hacia Inglaterra, contribuyendo así al crecimiento económico de la región minera española. El nacionalismo catalán y vasco exigía autonomía frente al centralismo. En Cataluña, líderes como Valentí Almirall impulsaron una agenda regionalista, mientras Sabino Arana promovía el nacionalismo vasco basado en la preservación cultural (CARR, 1982). Este fenómeno reflejaba la pluralidad de identidades que cohabitaban en la Península Ibérica.
4.4. El Desastre del 98 y sus consecuencias
Durante el siglo XIX, España permaneció ligada al Antiguo Régimen, caracterizándose por una economía principalmente agraria y tradicional. Factores como las guerras carlistas, la pérdida de las colonias, la inestabilidad política constante y la falta de reformas educativas dificultaron su transición hacia una economía moderna. A diferencia de países como Inglaterra, que lideraron la industrialización gracias a excedentes agrícolas, crecimiento demográfico y acumulación de capital, España experimentó un estancamiento económico que ralentizó su desarrollo industrial. Este estancamiento generó un notable desajuste en la carrera industrial en comparación con otras potencias europeas y los Estados Unidos. Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, España inició una recuperación económica lenta y gradual que continuó a lo largo del siglo XX, reflejando un reconocimiento de la necesidad de cambio y modernización en su estructura económica. El Desastre del 98 marcó el fin del imperio español y generó un debate regeneracionista liderado por figuras como Joaquín Costa, quien abogó por una reforma integral del país (CARR, 1982). Para BAREA (1941), este fue el momento en que “la sociedad española percibió la urgencia de redefinir su proyecto nacional y reconducir las estructuras políticas y económicas hacia la modernidad”.
5. Conclusiones
El período comprendido entre finales del siglo XIX y principios del XX estuvo marcado por profundos cambios políticos, económicos y sociales en Europa y España. Las tensiones internas y externas, junto con los movimientos sociales, anticiparon los conflictos y transformaciones del siglo XX. De este modo, la modernización económica, el ascenso del nacionalismo, la búsqueda de nuevos mercados y el despertar de las clases trabajadoras configuran el preludio de los grandes enfrentamientos y revoluciones que se desencadenarían a lo largo del siguiente siglo.
Bibliografía (apartado 4 )
- BAREA, A. (1941). The Forging of a Rebel. Faber & Faber.
- CARR, R. (1982). España, 1808-1939. Alianza Editorial.
- HOBSBAWM, E. J. (1987). La era del Imperio, 1875-1914. Labor.
- PAYNE, S. G. (1987). La primera república española. Alianza Editorial.
- TUSELL, J. (1996). Historia de España en el siglo XX: 1898-1939. Taurus.
- TUÑÓN DE LARA, M. (1973). La España del siglo XIX. Ed. Labor.
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